La difusión de la autoridad

Hace pocos días un amigo de X publicó un interesante comentario en su TL a propósito de la idea —compartida por muchos— de que la autoridad se ha deteriorado hasta tal punto que prácticamente ya no existe y es algo que a mi como médico y a él como @profsecundario estaríamos dispuestos a aceptar sin más. Es obvio que los pacientes no nos hacen caso, ni los alumnos a los profesores, ni los hijos a sus padres, ni los delincuentes a la policía y todo parece indicar de que el principio de autoridad se ha desvanecido, pero el lector de este post averiguará pronto que las cosas no son lo que parecen y que la autoridad no se ha extinguido simplemente se ha difundido como también sucedió y se identificó por Erickson en relación con la identidad.

Difusión significa difuminacion, perdida de los contornos, propagación.

Esta es la reflexión de @profsecundario.

La crisis de autoridad no se debe a la desaparición del concepto de autoridad sino a la multiplicación de figuras de autoridad, a las segundas, terceras, cuartas y quintas opiniones que vienen a relativizar y, en última instancia, a desmentir a la primera. Llegará el día en que un ladrón será detenido in situ por la policía y el ladrón, con voz engolada, pedirá una segunda opinión. De hecho, ese día ya ha llegado entre los políticos a partir de la introducción del concepto de «lawfare», que es el modo posmoderno del clásico «Usted no sabe con quién está hablando». La todavía hoy presidenta del Congreso de los diputados, Francina Armengol, ha transmitido su convicción de que «no todos los políticos somos iguales», afirmación con la que no podría estar más de acuerdo si el asunto al que se estaba refiriendo no fuera el de su posible imputación por malversación de fondos públicos. Un asunto, el del delito, en el que todos los políticos, y hasta el resto de los mortales, en teoría estamos condenados a ser iguales.

La crisis de autoridad es consecuencia de la alta densidad de autoridades. Con mi mujer tengo la broma de que como siga escuchando a nutricionistas de YouTube dentro de nada vamos a acabar renunciando a comer por motivos de salud. «Dejadme en paz», llega ella a decir, de vez en cuando, ante la avalancha de advertencias sobre microcloritos y oxifentanoles. O los padres de mis alumnos, que ya empiezan a llamarse entre ellos para comprobar si solo se portan mal sus hijos o también los hijos de los demás, porque parece ser que la abundancia del pecado puede borrar la penitencia. O los médicos, cada vez más recusados por sus propios pacientes, porque el tiempo que no sacaron para hacer la carrera de medicina lo utilizan específicamente para buscar en internet.

De esta misma opinión es Peter Turchin que habla de una sobreabundancia de élites:

Peter Turchin es un psicólogo y antropólogo americano pero de origen ruso con intereses evolucionistas y autor de una nueva transdisciplina que llama «cliodinámica«. La idea es que a partir de un catálogo de datos (Big data) y su tratamiento matemático podemos hacer predicciones sobre el futuro, más concretamente: que la historia se puede predecir.

Su investigación mostró que alrededor de 40 indicadores sociales aparentemente dispares (pero, según la cliodinámica, relacionados) experimentaron puntos de inflexión durante los años setenta. Históricamente, tales desarrollos han servido como indicadores principales de la agitación política. El modelo indicó que la inestabilidad social y la violencia política alcanzaría su punto máximo en los años 2020.

El modelo sigue una serie de factores. Algunos reflejan los acontecimientos que se han observado y discutido extensamente: creciente desigualdad de la renta y de la abundancia, estancamiento e incluso el descenso del bienestar de la mayoría de los americanos, creciente fragmentación política y disfunción gubernamental (véase el retorno del oprimido). Pero la mayoría de los científicos sociales y los comentaristas políticos tienden a centrarse en una parte particular del problema. No está ampliamente reconocido el hecho de que estos desarrollos están todos interconectados. Nuestra sociedad es un sistema en el que diferentes partes se afectan entre sí, a menudo de maneras inesperadas.

Además, hay otro importante acontecimiento que han pasado por alto la mayoría de los expertos: el papel clave de la «sobreproducción de élite» en las oleadas de violencia política, tanto en las sociedades históricas como en las nuestras (véase Blame Rich, Overeducated Elites como Our Society Frays ) . El aumento de la desigualdad no sólo conduce al crecimiento de las mejores fortunas, sino que también da lugar a un mayor número de poseedores de riqueza, el» 1 por ciento «se convierte en» 2 por ciento «. O incluso más … De 1983 a 2010, el número de hogares estadounidenses por un valor de al menos 10 millones de dólares aumentó a 350.000 de 66.000.Los estadounidenses ricos tienden a ser más activos políticamente que el resto de la población.

La sobreproducción de élite suele conducir a una mayor competencia intra-élite que gradualmente socava el espíritu de cooperación, que es seguido por la polarización ideológica y la fragmentación de la clase política, porque cuanto más contendientes hay, más terminan perdiendo.Una clase grande de los aspirantes a la élite descontentos, a menudo bien educados y altamente capaces,  han visto negado el acceso a las posiciones de la élite.

Debe ser por eso que una de las variables que explora Turchin y que predicen inestabilidad es el número de abogados en una comunidad dada. Y no cabe duda de que el incremento de abogados marca lo que el llama una sobreproducción de élites. Y es cierto que las élites están incrementando su número y por tanto fortaleciendo la desigualdad y la brecha entre ricos y pobres con un progresivo deterioro de la clase media, no sólo en cuanto a su poder adquisitivo sino también en sus indicadores de salud y de bienestar.

Todo parece indicar que el contrato social se rompió definitivamente al comenzar el siglo.

La vuelta de los oprimidos.-

La idea de Turchin es en cierta forma opuesta a la idea marxista de que son precisamente los oprimidos los agentes del cambio. Ya no es de la clase obrera o los parias de la tierra, los pobres por así decir de los que hay que esperar movimientos sociales revolucionarios que pongan patas arriba al sistema. Se trata de una nueva clase de oprimidos: aquellos que se criaron en las élites pero han sido desplazados de ella.  Ese médico en paro que era hijo de un arquitecto y a su vez nieto de un panadero, la mayor víctima en su forma de sentir esa desescalada social. Curiosamente el ascenso de su padre en la pirámide social no resultó traumático para nadie y la permeabilidad «hacia arriba» resultó ser muy protectora socialmente. Sin embargo ese descenso del nieto médico que probablemente no encuentre en su país acomodo para sus ambiciones resulta ser muy desestabilizador pues la perdida de rango social es mucho más traumática que la ganancia. Aquí de lo que se trata no es de sobrevivir sino de medrar y por tanto la rivalidad es feroz.

Es precisamente esta nueva clase social –los neo-oprimidos– de los que hay que esperar grandes inestabilidades al garantizar el éxito de los populismos que son en definitiva la otra cara de la polarización -en este caso política- que se nos viene encima. Sólo para seguir alimentando decepciones, claro está pues ningún populismo podrá resolver el problema sistémico que procede del hecho de una mala estratificación social.

Una mala estratificación significa que la brecha entre ricos y pobres se ensancha y ya ha dejado de ser estrecha y larga para convertirse en dos grades bloques donde el colchón de seguridad de las clases medias acabará siendo esquilmado por los Estados cada vez más incapaces de monitorizar estos movimientos oscilatorios, que no afectan solo a lo social o económico sino también a lo político (mas extremismo derecha-izquierda) y a lo sexual: más distancias entre los sexos y más desinterés por el compromiso a largo plazo. Y no cabe ninguna duda de que el feminismo radical es precisamente otro de los marcadores de polarización.

Si a mi me preguntaran por las variables que pueden resultar significativas a la hora de predecir un futuro de inestabilidad añadiría a las nombradas por Turchin algunas que ya han sido señaladas por ciertos ilustrados del siglo XVIII como Hollbach y otras que se conocen a partir de estudios epidemiológicos y que predicen enfermedad mental o al menos sufrimiento mental y alienación y sobre todo esa sensación que tenemos todos de que el mundo se ha vuelto definitivamente loco:

1.- El número de solteros

2.- La edad en la que se tiene el primer hijo (por mujer).

3.- El indice de divorcios.

4.- El número de abortos.

5.- El número de crímenes de género/año

6.- El numero de suicidios/año.

7- El número de accidentes de tráfico/año.

8.- El consumo de antidepresivos/año.

9.- Ancianos viviendo solos.

10.- Niños ingresados en instituciones.

Todos estas variables parecen no tener nada que ver entre ellas, pero tal y como dice Turchin se encuentran relacionadas por un hilo invisible que solo los algoritmos matemáticos pueden desvelar.

PD.- Una sociedad con demasiados abogados predice una gran cantidad de crímenes y delitos.

Justicia poética

La justicia poética es un tópico literario donde la bondad y la virtud son recompensadas mientras que la maldad es castigada proporcionalmente a los daños provocados. Es necesario ahora dejar aquí un recordatorio: se trata de un tópico literario y no una consecuencia del derecho.

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El médico que no quiso serlo

Hay muchos médicos, yo he conocido a unos cuantos que comenzaron a estudiar medicina y luego no ejercieron. El caso más conocido es el de Jordi Pujol, que como todo el mundo sabe se dedicó a la banca y más tarde a la política. Pero en mi vida he encontrado otros muchos ejemplos de esta deserción. Desde los que a falta de una asignatura decidieron volver atrás en busca de otra vocación, hasta aquellos que terminaron sus estudios pero en su primer destino se agobiaron o deprimieron tanto que tuvieron que recurrir a ayuda psiquiátrica. El miedo a no dar la talla era el temor de estos compañeros.

Hubo otros que estudiaron medicina porque entendían que la medicina era una especie de hibrido entre la ciencia y las humanidades, pero carecían de vocación para ver enfermos. Digámoslo claro, una cosa es la medicina como disciplina y otra el trato con enfermos que por sí mismo es otra carrera, otras habilidades y otra vocación. Los compañeros que descubrieron a tiempo esta disociación, eligieron especialidades de laboratorio (anatomía patológica, bioquímica o hematología) o bien especialidades radiológicas, otros derivaron hacia la medicina higienista o la epidemiología o la genética. El resto no solo somos médicos, sino clínicos, nuestra actividad y experiencia se forja tratando a enfermos reales y no solo a entelequias formales como la patología o la fisiopatología médicas o imágenes de TAC o de radiografías..

Otros compañeros estaban más interesados en otras cuestiones y ejercieron un tiempo hasta que esas cuestiones que en principio eran alternativas adquirieron un peso especifico en su vida y acabaron dejando la práctica de la medicina. Lo cierto es que la medicina para ellos era un engorro o mejor dicho el engorro procede de dos frentes: las guardias, y los enfermos.

Eso mismo fue lo que le sucedió a Pio Baroja, si bien en este post me propongo aclarar su deserción del mundo médico, para lo que voy a usar de guía su novela «El árbol de la ciencia» que es en buena parte autobiográfica. En él D. Pio nos cuenta su vida desde la familiar hasta su paso por la facultad y sobre todo nos habla de sus encontronazos con la realidad de un Madrid que describe sin ningún tipo de reparo como lleno de chulos, saineteros, curas, putas y toreros. Un ambiente canallesco. Recordemos que la novela se editó en 1911. Y podemos comprender que el ambiente que describe se halla muy cerca de la realidad española, recién terminada la guerra de Cuba y Filipinas, una España en declive y en bancarrota. En España no había de nada y un médico al terminar tenia dos opciones o abrir una clínica privada o irse a la medicina rural. Por no haber no había ni ambición por cambiar las cosas y mucha conformidad con el estatu quo. Uno no llega a entender como Ramón y Cajal llegó a descubrir las neuronas con ese entorno de miseria intelectual.

Baroja comenzó la carrera de medicina creyendo que en ella iba a encontrar una guía intelectual para sus intereses que estaban más cercanos a la filosofía que a la ciencia, sin embargo su carácter díscolo y rebelde le impidió ser bien tratado por los catedráticos de entonces, sobre todo por Letamendi que parece que le cogió cierta ojeriza , algo que le obligó a pasar su cuarto de medicina en Valencia, ciudad en la que vivió cierto tiempo debido a la enfermedad de su hermano menor, cuyo retrato aparece en forma de Luisito en la novela. Lo cierto es que en aquella época donde la tuberculosis era endémica en toda Europa con sus estragos en la gente joven, los médicos estaban casi dedicados a la asistencia de estos enfermos contagiosos, Baroja trató de encontrar un remanso donde poder atender a su hermano y lo encontró en Burjasot (Valencia), las medidas hipocráticas y poco más, aire limpio, vida campestre, mucho sol y cuidados generales. Pero los cuidados hipocráticos no hicieron efecto, Koch aun andaba investigando la tuberculina que tuvo en un principio efectos catastróficos en quienes la probaron. Dicho de otra manera: no había tratamiento para la mayor parte de estas enfermedades endémicas como la TBC o la fiebre tifoidea. Y no cabe duda de que este fracaso de «la ciencia» fue para su espíritu un duro golpe, dado que las medidas higiénicas que prescribía no eran atendidas por nadie de la población general, nadie creía en ellas.

Porque Baroja era un idealista lo que es lo mismo que decir que era un entusiasta de Kant. Creía que la ciencia pondría fin a las maldiciones del hombre, sin caer en la cuenta de que un exceso de racionalidad es también una manera de apartarse de la verdad que en cualquier caso es compleja y admite a trámite toda clase de conocimientos y creencias útiles como las que proceden de la antropología o la sociología.

Su retrato despiadado de Madrid no es mejor que el retrato que hace de su primer destino rural, en la novela, Alcolea, un pueblo de la polvorienta Mancha cercano a Andalucía y probablemente ficticio puesto que sus destinos médicos fueron en el país vasco. Su encuentro con el caciquismo, la corrupción, la ignorancia, desidia y resignación y sobre todo una moral sexual impuesta a través del clero casi inhumana inducía a las clases subordinadas una apatía difícil de soportar para un idealista como él. Un ser contradictorio, que en sus opiniones políticas siempre se mantuvo fiel a una idea: su distancia con el nacionalismo, a pesar de haber sido anarquista y posteriormente republicano. Próximo a la generación del 98, otros como Unamuno blandieron la misma contradicción y entusiasmo ante los cambios que anunciaban mejoras en nuestra salud democrática. Pero todo fue un espejismo.

Con todo me parece que lo mejor de la novela son dos cosas, la primera los diálogos con su mentor el Dr Iturrioz, su tío que mantiene periódicamente con él diálogos de lo más sabroso aun hoy. Iturrioz más próximo a Junger que a Kant parece querer decir a su colega y sobrino que en la vida solo hay dos actitudes compatibles con el bienestar: una contemplación de la realidad indiferente o bien una dedicación completa al microcosmos de lo próximo, de la familia, de los tuyos. El resto es idealismo o como llama Recuenco, el pompismo, esas grandes ideas que prometen paraísos políticos artificiales a bordo de aviones de gran tonelaje pero que carecen de tren de aterrizaje. Pretender arreglar el mundo es un error adolescente.

La novela tiene otro personaje interesante, se trata de Lulú, una costurera pobre que su madre quiere casar a toda costa como a su hermana con alguien de postín. El caso es que Andrés Hurtado y ella llegan a tejer una relación muy curiosa y compleja bien elaborada por la muchacha y que al final tiene una traducción trágica de acuerdo con las novelas realistas del principios del siglo pasado donde la sombra de Mme Bovary sobrevuela por todos los rincones de la imaginación de nuestros novelistas. Lulú es una heroina realista de la talla de Sonia en «Crimen y Castigo»: la que redime al héroe.

Vale la pena leer esta novela a un hoy para aquellos médicos que no encuentran su lugar en un sistema dónde —a pesar de los avances médicos— parece que hemos perdido la humanidad que caracterizó mi propia formación.

Ser médico es probablemente una fusión de varias habilidades y es seguro que estas habilidades exceden a la mayor parte de los profesionales. Ser médico, clínico y mostrar interés —y no solo amabilidad— por los pacientes es una característica seguramente ideal.