Justicia poética


La justicia poética es un tópico literario donde la bondad y la virtud son recompensadas mientras que la maldad es castigada proporcionalmente a los daños provocados. Es necesario ahora dejar aquí un recordatorio: se trata de un tópico literario y no una consecuencia del derecho.

Aunque el derecho se pensó y emergió precisamente para impartir justicia, lo cierto es que todos tenemos la experiencia de observar que esto no es así, siempre existe desproporción y lo peor, el mal no siempre resulta castigado ni llega a implicar a los cerebros pensantes que lo organizan, en cualquier caso suele afectar a los peones, es decir a aquellos que están en la base de la pirámide social. En otro orden de cosas el derecho está demasiado enredado en leyes, procedimientos, plazos y alegaciones de tal modo que —también sabemos— que buenos abogados pueden librar casi de cualquier pena a verdaderos culpables. de manera que el derecho es un obstáculo para la justicia tal y como nos la imaginamos los ciudadanos de a pie. El derecho es un laberinto. Y sucede además otra cuestión no menos importante: la justicia es interpretativa, no es pues una ciencia, sino una costumbre que se alimenta de las propias leyes y de las circunstancias del momento y puede ser infiltrada por la política de un modo obsceno.

No deja de ser curioso que en el momento actual, y en nuestro país la justicia esté dividida entre los que creen que existió un acto terrorista en relación con el procés de Cataluña y lo que creen que no es aplicable la ley antiterrorista. Es pues interpretable, pues «terrorismo» es una abstracción y la justicia opera siempre con abstracciones, es por eso que no existe unanimidad entre los jueces y fiscales en calificar aquellos desmanes que se vivieron en Cataluña como terrorismo o como simples algaradas publicas. No hay nunca consensos sobre lo interpretable.

La realidad es un consenso sobre falsedades, es por eso que las novelas —las buenas novelas— son las que llevan esas falsedades consensuadas hasta el ridículo o la sátira.

A la gente le gustan mucho las novelas donde al final se consuma una cierta justicia poética, es decir dónde los malos mueren o son castigados y los buenos obtienen recompensas a su virtud, sacrificio o valores. No es de extrañar porque la sensación que tenemos los ciudadanos comunes es que en la realidad la justicia brilla por su ausencia y la impunidad reina por doquier. Todos los malos reales salen siempre de rositas, esta es la impresión que tenemos los ciudadanos comunes. No es de extrañar pues que las novelas y la narrativa en general recurran a la justicia poética para resolver dramas de ficción donde el criminal nunca gana.

Es por eso —que todos tenemos un juez de derecho poético en nuestro cerebro— que nos gustan los finales bonitos, sean justicieros o amorosos.

Precisamente hoy he terminado una novela titulada «La promesa de Ruth» de Luis David Perez, que me ha hecho reflexionar sobre ésta y otras cuestiones.

Por ejemplo me ha hecho pensar mucho en las diferencias que existen entre narradores y narraciones. Hoy hay muy buenos narradores pero las narraciones son muy triviales. Muchos enredos, mucha paja ( a la novela le sobran cien paginas), una historia bastante inverosímil con personajes edulcorados artificialmente con ese punto dulce que nadie tiene en la vida real y que se lleva mucho en la literatura actual hecha para lectores mecánicos que se distraen leyendo pero que mañana olvidarán: la confusión al nacer entre dos niños, uno que se adopta forzosamente y otro que queda con la madre biológica, y los desajustes del destino de cada uno para al final y por arte de magia reencontrarse y dibujar escenas de felicidad que mueven nuestro sentimentalismo. A veces como en este caso una orgia sentimental.

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Hay muchos científicos evolucionistas que creen que el sentido de la justicia en nosotros los sapiens es innato. Yo no lo creo, lo que es innato es la codicia comparativa o el sentimiento de injusticia, que es por así decir la cruz de la moneda de dos caras ocupada por la justicia. Todos sabemos cuando somos discriminados, y nos rebelamos al saber que hemos sido tratados con injusticia, sin embargo no nos molestamos cuando somos beneficiados por esas mismas categorías a la hora de darnos premios que no merecemos. De modo que:

Todos sabemos qué es y qué no es justo sobre todo cuando somos nosotros los perjudicados, no tanto cuando somos los beneficiados. Algunos autores suponen que la justicia es innata pero eso no importa ahora, lo que importa señalar es que la justicia es un deseo común a cualquier individuo, aunque no es fácil llegar a un consenso universal sobre lo que es justo.Hay diversidad de opiniones aunque todos estaríamos de acuerdo en que la justicia es un valor, una virtud deseable. ¿Quién no deseará vivir en un mundo más justo, donde cada uno reciba en proporción a lo que ha contribuido al bienestar de los demás o a sus propios méritos o necesidades?

De manera que la justicia en la que estamos pensando los ciudadanos corrientes no es de fiar. ¿Qué castigo proporcional debería sufrir un pederasta que abusa de niños? ¿Seria poético cortarle el pene a trozos? ¿Qué cultura podría hoy mantener este discurso?

Dicho de otra manera: la justicia poética nos complace cuando la vemos en la naturaleza de los eventos de la vida: un timador es víctima de un timo, un cazador furtivo es aplastado por un elefante, un ladrón en su huida tiene un accidente de tráfico y muere, etc La justicia poética se ha refugiado en la literatura pues carece de un nicho biológico más allá de nuestros propios deseos inconfesables.

Marsha Nussbaum es la autora de este libro que aparece aquí en esta viñeta y más abajo en la bibliografía. La autora que combina el derecho con la filosofía destaca la idea de que los jueces y los abogados saben mucho de derecho pero poco de justicia. Es lo mismo que si un psiquiatra sabe mucho del cerebro pero nada de la mente.

Para ello propone que deberían adquirir una mayor humanidad y el mejor modo de alcanzarla es a través de la poesía, la literatura y la filosofía. Su consejo es un poco naif, en mi opinión. Lo que yo creo es que al derecho le sucede lo mismo que a la medicina. Una vuelta de tuerca sobre sí misma, significa que solo atienden a sí mismos, como hace la memoria. El derecho no puede ser en sí mismo el fundamento de la justicia, del mismo modo que la medicina no puede basarse solo en la evidencia científica o la psiquiatría del cerebro. Existen disciplinas como la antropología, la ética, la ontología, la sociología o la política que tienen incidencia en la salud o en la enfermedad de las personas y carecen de evidencia porque nadie las ha investigado.

No debemos olvidar que los diagnósticos son abstracciones, no cosas que están ahí en la naturaleza esperando que alguien las descubra, más que eso las patología cambian, se permutan e incluso es posible afirmar que lo que hoy entendemos como patología mañana no sea sino una forma de ser explicable por la antropología, pongo el caso de la histeria. Todo el mundo está de acuerdo en que la histeria no es una enfermedad. ¿Entonces qué es? Lo más probable es que la histeria solo se convierta en enfermedad en los casos extremos, pero la explicación de su causalidad va mas allá de la medicina y muy probablemente aun nadie ha caído en la cuenta de que las formas de ser no son siempre patológicas sino producto de la diversidad de una especie que vive en entornos cambiantes y complejos o que en cualquier caso la disciplina que la estudie no es necesariamente clínica. Por ejemplo los caracteres descritos en este post son muy frecuentes pero no patológicos en el sentido médico-psiquiátrico.

Mi conclusión es que la literatura no es tampoco el lugar donde debamos depositar nuestro anhelo de justicia, los finales felices no son por definición los mejores finales para una buena literatura que en cualquier caso debe ir más allá de un simple relato para pasar el rato.

La literatura no alimenta vacas esféricas. Ni la psiquiatría tampoco. Y menos el derecho.

Bibliografia.-

Marsha Nussbaum (1995): La justicia poética, la imaginación literaria y la vida publica.

La promesa de Ruth: un thriller sentimental.

1 comentario en “Justicia poética

  1. Veo continuamente como a las personas les gusta creer en los finales felices…por eso se inventaron las palabras «aguanta» y «cede» …y se trata de que aguante y ceda quien más peso lleva sobre los hombros,eso por un lado,por otro la justicia poética es que decimos» que esa persona acabe en el lugar que se merece»…ya,lo que queremos es que acabe en el lugar y forma que nosotros creemos que merecen,es efectivamente un deseo inconfesable que si se confiesa,parece más un mal augurio o una amenaza. Infantil,a mi modo de ver,un final feliz no se fuerza cediendo y aguantando y una justicia poética no se da necesariamente porque la idea esté en nuestra cabeza;parece mucho más un pensamiento mágico con carácter catártico ya que no es una reflexión con realismo.

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