El factor Munchausen: la neurosis del creador

El barón Munchausen existió realmente, no es solo un cuento de fantasia para niños, es probablemente cierto que era un embustero que disfrutaba contando sus batallitas a quien quisiera escucharle y que inventaba cosas tan fantasticas como que viajaba a lomos de una bala de cañón o bien que se salvó de morir ahogado en una ciénaga tirándose de los pelos a sí mismo.

De manera que el barón era un mentiroso.

Debe ser por eso que en psiquiatría llevan su nombre un par de síndromes bastante perversos: uno de ellos, el que consiste en personas que fingen tener una enfermedad para conseguir atenciones médicas, ingresos e incluso intervenciones quirúrgicas que no necesitan. Recuerdo el caso de un hombre que visitaba las urgencias diciendo que tenia una pancreatitis y que debía ser ingresado y dormido con sedantes. Todos le conocíamos ya, supongo que cambiaría de Hospital o de ciudad. Otro es el caso más común de cuidadores que fingen una enfermedad en su custodio a veces su hijo a quien le provocan toda clase de síntomas con el fin de conseguir su ingreso. Este es un caso que siempre acaba en los tribunales cuando se descubre la trampa. Lo inimaginable es que con frecuencia es la propia madre la que provoca estas dolencias en su hijo, se llama Munchausen por poderes.

Quizá ustedes traten de explicarse estos sintomas inducidos. Es bastante fácil, la madre o cuidadora busca el reconocimiento de buena cuidadora, busca aumentar su prestigio acudiendo al hospital preocupada por sintomas alarmantes en su hijo. Que ella misma ha provocado.¿Perverso no?

El pobre barón ha quedado como una reliquia psiquiátrica que exagera bastante sus intenciones reales que no debieron ser otras sino hacerse un hueco como narrador de historias fantásticas.

La neurosis del creador.-

Lola Lopez Mondejar es una psicoanalista y escritora que divulga mucho y bien sobre psicoanálisis, de ella ya hablé en otro post anterior donde hablé de otro de sus libros: «Invulnerables e invertebrados» y recientemente me he vuelto a encontrar con ella a raíz de mi investigación sobre autores y narrativas como la que expuse en mi post anterior. Así me enteré de que había escrito una serie de artículos que son los que componen el libro que preside ese post y otros que hablan de las confluencias entre literatura y psicoanálisis. Y que titula como factor Munchausen como etiqueta descriptiva que trata de explicar la neurosis de los creadores.

En síntesis la idea de la Mondejar es la siguiente:

Un creador es un niño herido que ha tenido una primera fase de crianza suficientemente buena, es decir es un niño que creció en un entorno de cuidados y amor suficientes pero que con el tiempo desarrolla un «trauma» que le provoca una disociación. Así en el niño viven dos niños, el niño que fue feliz en el «paraíso perdido» que definitivamente se perdió pero conserva una inscripción que llamamos Yo ideal y otro niño, hijo del Ideal de Yo que gracias a las actividades de Yo ideal (yo narcisista y grandioso) es instalado en algún lugar de la mente como guardián, tutela y cuidado del niño herido. El acto creador seria un dialogo entre ambos, el niño herido crea y el cuidador vigila su tarea, pues el cuidador se percata pero no sabe, el único que sabe es el Yo. Sin esa herida fundacional no hay acto de creación.

Yo creo que esto es verdad pero haré ciertas objeciones.

1.- No es necesario apelar al trauma para explicar este fenómeno, el niño no fue abandonado, maltratado, violado o ninguneado. La fragmentación del Yo no siempre es consecuencia de la disociación sino del enfrentamiento del niño con esa bruja que llamamos sociabilidad. Encajar en el mundo con reglas arbitrarias o injustas no es tan fácil como que te acepten en tu familia. Nadie volverá a quererte sin condiciones como tu madre, esa es la perdida que todo niño siente al escapar de la díada madre-hijo, esa separación que no se concreta en nada mórbido sino en la rutina normal del neurodesarrollo.

2.- Todos tenemos la posibilidad de fragmentar nuestro Yo. No solo existe tres instancias como supuso Freud sino múltiples. Hoy son muchos los autores que hablan de la multiplicidad del Yo y de roles procedentes de distintas identificaciones que en otro lugar he llamado zombies. La novedad que introduce el futuro creador es que genera un Yo muy especial que no procede tanto de identificaciones concretas sino de la omnipotencia grandiosa del Yo ideal, una especie de divinidad interior, un cuidador y un mentor o guía que nos tira de los pelos cuando estamos a punto de hundirnos en el lodazal como esa imagen que simboliza al barón Munchausen.

Son muchas las figuras poéticas que nos hablan de ese otro Yo como Antonio Machado «Converso con el hombre que siempre va conmigo», Pessoa o en este poema de Juan Ramón Jimenez:

Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.

Otros incluso lo personifican en otro Yo que es visible, como hacen los niños con su amigo invisible o como la voz que a veces conversa con nosotros y a veces nos advierte de un peligro, no es un doble en el sentido literario ni de Dios que siempre nos protege como piensan algunos, ni el ángel de la guarda dulce compañía, es el resultado de esa fragmentación que lleva a cabo un niño en la cima de su narcisismo y que logra desdoblar su Yo en una instancia bienhechora, bien al contrario de lo que hacen los esquizofrénicos que repiten este mismo fenómeno aunque invertido. La voz en estos casos es diabólica, persistente y malhechora.

La sociabilidad es la herida.-

En un niño hay dos niños, el niño de casa y el niño de la escuela y a veces son tan diferentes que cuando los profesores llaman a los padres para comunicarles alguna disfunción detectada en ese ámbito como por ejemplo meterse en peleas, los padres suelen quedarse estupefactos descreyendo casi siempre la opinión de los cuidadores.

Pues hay siempre dos niños, el del Yo ideal (omnipotente), y el del ideal del Yo (socializado)

La sobresocialización es un concepto inventado por un terrorista conocido con el nombre de Unabomber. (de verdadero nombre Ted Kadzinsky) que escribió desde la cárcel un manifiesto donde pone en blanco y negro sus ideas sobre la sociedad de la tecnología a la que considera el origen de todos los males sociales. En este post de Agnosis podemos refrescar las ideas sobre socialización y sus efectos sobre la política y sobre nuestro psíquismo.

«Sugerimos que la sobresocialización está entre las crueldades 

más serias que los seres humanos se infligen unos a otros.«

T. Kaczynski, Manifiesto de Unabomber. La sociedad industrial y su futuro

Si pensamos un poco el mundo en el que habitamos coincidiremos en que está presidido de instituciones totales secuenciales que están dirigidas o bien a separarnos o bien a integrarnos con nuestros semejantes. Desde la guardería, hasta el hospital nuestra vida transcurre de forma institucionalizada y dirigida casi siempre a socializarnos, es decir a interactuar con otros, y sobre todo a admitir reglas y reglamentos a veces injustos o que son tan exigentes que casi nadie encaja en ellos. Nuestros creadores y también los psicóticos son la población que va sufrir esta dificultad de encaje.

Los niños antes de cumplir un año ya están en la guardería y allí seguirán hasta que entren en pre-escolar hacia los 3 años y ya ha habido autores como Janet Belsky que han investigado sobre el efecto poco saludable de las guarderías. Lo cierto es que los veterinarios no aconsejan a los propietarios de cachorros jóvenes sacarlos a la calle antes de destetarse y que reciban completamente su calendario de vacunación, pero también tratan de evitar malos encuentros con otros chuchos y sobre todo los contagios. Entre nosotros socializarse en una guardería es la mejor forma de contagio de toda la panoplia de virus conocidos, pero pasar 8 horas en una guardería tiene otros efectos, y el peor de ellos es el hacinamiento, el ruido y el trato impersonal de los cuidadores.

Los niños aprenden a relacionarse o a aguantar a otros bien pronto, antes de saber hablar, controlar esfínteres o estarse quieto sentado, no es pues de extrañar que los niños se resistan a hablar, a abandonar el pañal o a no soportar la separación de la madre. Nuestra vida transcurre en relación con otros, iguales o figuras paternales o maternales desconocidas. No cabe duda de que el Estado ha irrumpido en todos los niveles de la educación configurando individuos supuestamente sociales que aprenden a compartir con sus semejantes y que necesariamente han de sacrificar parte de su psíquismo cuando no son adoctrinados directamente desde la escuela y les imponen un tipo determinado de pensamiento. El Estado ya no se conforma con socializarnos quiere enseñarnos a pensar.

Naturalmente los niños han de jugar con otros niños, eso es obvio pero la duración de las estancias en esos lugares siniestros que llamamos guarderías exceden en mucho al tiempo que cada niño necesita para no ahogar su subjetividad en el grupo, someterse a una disciplina a veces feroz u obedecer ordenes cuando a sufrir malos tratos. Es en la escuela donde los niños -con más frecuencia- van a sufrir malos tratos o exclusiones por parte de sus iguales, de manera que la socialización tiene una parte bien oscura: el mobbing y el patio del colegio, un lugar peligroso para aquellos que sienten por unos motivos u otros que no encajan.

Genio y locura.-

No es de extrañar pues que la locura —fundamentalmente la maniaco-depresiva— y el genio creador sean tan comórbidos. Ni tampoco es de extrañar que grandes poetas como Dickinson, Alejandra Pizarnik, Anne Sexton o Silvia Plath acabaran suicidándose durante la evolución de su patología. Y no solo poetas, sino escritores, y músicos y sin hablar del daño que han hecho las drogas a generaciones enteras.

El genio creador y la locura se encuentran emparentados no sólo en el mito y la imaginación humanas desde tiempos ancestrales sino que también guardan entre si un extraño parentesco, ambigüo y paradójico en tanto que las pruebas de su asociación son incuestionables al mismo tiempo que sabemos que la enfermedad mental por si misma es devastadora para la creatividad.

La locura bipolar de Van Gogh, Schuman, Virginia Wolf, Silvia Plath o Emily Dickinson, la esquizofrenia de Syd Barret o Hölderlin, el trastorno esquizoafectivo de Brian Wilson de Beach Boys, la sifilis cerebral de Goya y Nietzsche, el alcoholismo de Edgar Allan Poe, la esquizotipia de Dali, la psicopatia de Caravaggio y de François Villon, por no hablar del peaje que las drogas han exigido en los músicos de rock, blues y jazz que son incontables.

Hace un tiempo planteaba esta misma cuestión en un post dónde presenté las investigaciones de la Dra Nacy Andreasen sobre este mismo asunto, me refiero a un post que titulé: «Creatividad y espectro depresivo».

Y aun existe un ultimo refugio para los creadores: el misticismo.

El retorno a lo Absoluto.-

  • El proceso creativo, los arrebatos místicos o el talento artístico tienen cierto parecido con las enfermedades mentales y existe un solapamiento evidente entre ellos y ellas.
  • Parece sin embargo que la eclosión de una enfermedad mental inhibe y destruye las potencialidades creadoras de las personas que las sufren disminuyendo y aun clausurando la actividad artistica «per se».

Lo que nos lleva a una profunda contradicción ¿es o no es la enfermedad mental o algunas de sus caracteristicas condición para llevar a cabo una tarea creadora, revolucionaria, reformadora o artística? ¿Como conjugar los hallazgos de unos y otros si parece que ambos extremos, aun contradictorios, responden a la verdad?

Hasta que me encontré este texto de Ken Wilber yo andaba todavia poniéndome mas del lado de Arietti que de aquellos que pretendian asimilar los estados místicos con las enfermedades mentales, lo cierto es que aunque mi intuición y mi práctica clínica me habian llevado hacia el camino de no identificar ambos fenómenos, es que la ausencia de una teoria sobre los fenómenos de conciencia suprareales hacía imposible una distinción entre ambos tipos de experiencias.

Es evidente que la psicologia evolutiva profunda ha avanzado lo suficiente para conocer bien los estadíos de la conciencia prepersonal o los estadios mas bajos de la evolución de nuestra mente pero ha avanzado muy poco en el entendimiento de los fenómenos más elevados de nuestra conciencia y que algunos psicólogos llaman transpersonales. La distintión entre «pre» y «trans» se hace en este momento esencial para entender que ante cualquier calamidad o dificultad no es lo mismo hacer una regresión masiva a la infancia en busca de seguridad que una elevación hasta la divinidad, el punto omega o la fusión con la Unidad. El error ha sido considerar que todo abandono de la conciencia lógico-racional llevaba necesariamente hacia atrás, a una especie de vuelta oceánica al Yo urobórico, ese periodo de felicidad ignorante en el que creímos ser dioses.

Y aunque en realidad en ese periodo urobórico fuimos uno y aduales, esa unidad «pre» es bastante distinta de la unidad «trans», la primera es una unidad estúpida e ignorante y la segunda es una unidad noética, basada en el conocimiento y en la sabiduria, la primera es un atajo, la segunda una escalada.

El articulo de Wilber titulado «Esquizofrenia y misticismo» publicado en «El proyecto Atman» está completo en la red, aqui.

Fueron los psicoanalistas los primeros en hablar de una regresión al servicio del Yo, es decir una regresión momentánea y adaptada que no destruía las conexiones con el principio de realidad y que permitian al sujeto volver sanos y salvos después de una excursión seguramente liberadora a su estadío normal de conciencia que suele ser siempre el logico-racional. Algo de esto sucede con ciertas experiencias psicodélicas causadas por drogas, se trata de regresiones con red.

Sin embargo y tal como el propio Arietti señala, el diagnóstico de psicosis es posible en el caso de ciertos creadores o místicos pues el elemento de fanatismo se encuentra compartido tanto en los enfermos mentales paranoicos como en los reformadores, sin embargo en estos ultimos es notable la ausencia de amargura y resentimiento.

Para Arietti la distinción entre ambos puede hacerse desde la clinica:

  • Las alucinaciones de los místicos suelen ser visuales y no auditivas (verbales).
  • Las alucinaciones invocan a personas protectoras y no amenazadoras o torturantes.
  • Su contenido suele ser grato.
  • Se experimenta un profundo aumento de la autoestima.
  • Un imporante sentido de misión.
  • Insight especiales y significativos.
  • Experiencias que aportan conocimiento.

Lo cierto es que es verdad que tanto en las experiencias psicóticas como místicas existen elementos que proceden de estadíos suprareales como prepersonales, las invenciones de los delirantes, el sentimiento de haber sido escogido por la divinidad para una importante tarea, la identificación con la divinidad misma,  las inspiraciones delirantes de los paranoicos, las torturas psicosomáticas y cenestesias delirantes, la hiperconexión con poderes sobrenaturales e invisibles son producciones que en su mayor parte no pueden ser explicadas a través de la regresión simple a la infancia e invocan una infiltración de niveles supra o transreales. Al mismo tiempo es imposible desconocer que muchos místicos presentan severas patologias narcisisticas, megalomanías irreducibles que proceden de los niveles más bajos de la evolución de la conciencia, lo que nos permite aventurar la hipótesis de que ambas poblaciones -psicóticos y místicos- pueden compartir experiencias «pre» y experiencias «trans» sin dudar de que ambas experiencias son distintas y que pueden identificarse clinicamente.

Más allá de eso es posible aventurar que la psicosis es un atajo a la propia evolución de la conciencia y que sucede más frecuentemente al alcanzar el desarrollo egoico o lógico-racional. Todo parece indicar que este estadío es un cuello de botella evolutivo que provoca atascos en la evolución individual hacia el nivel superior (el meme verde en la terminologia de Wilber) porque supone el abandono de determinadas certezas basadas en el egocentrismo, el etnocentrismo y el paso a una ecología mundocentrica, donde el Yo y el Tu quedan obsoletos por el nosotros y el Todos.

Significa que cuando una estructura egoico-racional se tambalea se abren compuertas por arriba y por abajo, las de arriba inspiran determinadas cogniciones trans-reales que pueden resultar amenazantes o incomprensibles a la vez que el flujo regresivo impele al individuo hacia abajo en busca de seguridad y quizá también en busca de la ignorancia primordial.

El elefante en el ascensor (y XXIV)

Este va a ser el último post de esta serie que inicié hace algún tiempo y es por eso que voy a dedicarlo a dar algunas pinceladas a la tarea de cómo domesticar eso que llamamos mente. Pues la mente no se puede dominar sino solo domesticar y si se puede domesticar es porque no todo en ella es naturaleza (natura naturans) o deseo sino sobre todo espíritu.

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Pautas que conectan (XXIII)

El lenguaje es poesia fósil (Emerson)

Durante cierto tiempo me interese mucho por la poesía incluso escribí ciertos poemarios que gracias a las redes y a algunos amigos he vuelto a releer. Y mi impresión, después de esta relectura, fue darme cuenta de que la poesía es una forma de hablar insólita y que contiene más verdad que el lenguaje común. Probablemente me dediqué a escribir poemas porque el lenguaje al uso me era insuficiente para expresar ciertas cuestiones que no son fáciles de describir y aun de pensar. Esta opinión es compartida por muchos de los poetas que conozco: la poesía es una herramienta de comunicación y conocimiento a través de la belleza pero sobre todo de una verdad que está más allá del sujeto y que usa una reglamentación bien distinta al ethos, es decir al lenguaje ordinario.

Lo cierto es que el lenguaje está diseñado de una forma lineal y nos sirve para señalar una realidad plana, una intencionalidad sin matices, como a cara o cruz o como se dice ahora: binaria. Por eso existen los homosexuales y los poetas (a veces también los poetas homosexuales) para señalar que nada en la mente es binario aunque todo en la naturaleza lo sea. El lenguaje ordinario es lineal y casi no sirve para explicitar algo complejo y no hay nada más complejo que un cerebro humano, casi tan complejo como el universo. Sujeto+verbo+predicado eso es el lenguaje que usamos en nuestras interacciones con los demás y casi todo el tiempo y nuestro conocer se compone con esa ecuación. Lacan llamaba al lenguaje y sus leyes gramaticales: la Ley, es decir una especie de desfiladero por donde deben transitar nuestros pensamientos para evitar el descarrilamiento del que hablé en mi post anterior.

El lenguaje poético echa mano de metáforas y de saltos lógicos, algo así como sucede en los sueños. Es difícil saber a veces de qué está hablando el poeta y hay que volver sobre un poema varias veces porque a veces en un solo verso existe una pauta que conecta con otro verso más abajo o por encima de él. Hallar esa pauta es la tarea del buen lector de poemas.

Mateo es mi nieto de 4 años que un buen día me dijo:

Como puede observarse mi nieto Mateo no es aun un poeta sino que construye silogismos y llega al final a una idea que se conecta a través de ellos. Naturalmente Juanjo no es lluvia, pero hay algo que podemos comprender: que el verbo caer es algo polisémico , significa caerse del columpio, caer como la lluvia, caer en la tentación, caer en la cuenta, caer cuando soñamos y tenemos una de esas sacudidas que llamamos mioclonias, caerse simpático, etc. Pero además existe otra pauta que conecta el verbo caer con otro sustantivo: el llanto. Cuando nos caemos lloramos tanto Juanjo como yo, de modo que las lagrimas también caen.

Como el lector apreciará en este constructo hay más matices que la simple frase:

«Ayer me caí en el patio y lloré» que es la forma vulgar en que cualquiera de nosotros relataríamos tal acontecimiento. Nótese como esta frase aparece inmóvil como cerrada en sí misma y notese también como los silogismos de Mateo están abiertos y parece que conecten unas ideas con otras sugiriendo que caer, lluvia y lagrimas se encuentran emparentadas o por decirlo en termino cuánticos, enmarañadas. Así es la mente de un niño de 4 años y la manera en que construye hipótesis para pensar y conocer. Más que eso: una epistemología bien diferente al lenguaje común.

Poco conocido es Owen Barfield que escribió un clásico desde un punto de vista original. Barfield investigó la historia evolutiva de las palabras, no tanto -como hizo Cavalli- Sforza- respecto a la evolución de las mismas sino que estudió la evolución a través o en las palabras. La evolución de las palabras que en sí mismas -y siempre según Barfield- nos hablaban de la evolución de la consciencia humana. Dicho de otra forma: podemos seguirle el rastro a distintas formas de consciencia persiguiendo a las palabras, a las ideas o a los conceptos.

La hipótesis de Barfield es muy interesante y contraintuitiva pues suponemos que la realidad que está ahí afuera es objetiva y que es la misma hoy, que en la época clasica o en el medioevo. Para nuestra consciencia personal, la realidad es algo inmutable, algo que está ahí afuera de un modo objetivo. Nuestras ideas acerca de ella son hoy más precisas que las que tenia un griego, pero en realidad la consciencia que mira esa realidad es la misma hoy que en la antigüedad.

Para Barfield esta idea es errónea y es precisamente en su libro «Salvando las apariencias» donde presenta sus argumentos contra ella. Barfield supone que el lenguaje ha ido deslizándose desde lo concreto hacia lo abstracto, desde lo metafórico a lo literal, desde el todo hasta la parte. Investiga el lenguaje poético como herramienta para llegar a sus deducciones y se fija en los clásicos como Homero y a la deriva histórica de la poesía hasta llegar a la conclusión de que la poesía actual responde precisamente a ese nivel fragmentario, urbanita y desconectado que es «el mundo» según nos lo representamos hoy.

Es precisamente por eso que los clásicos nos producen un placer estético ajeno a nuestra consciencia moderna. Todavía nos causa fascinación y estremecimiento la lectura de Homero por ejemplo y es desde él que llega a la conclusión de que la metáfora homérica no es en realidad una metáfora tal y como la consideramos hoy (un giro o desplazamiento del sentido) sino la percepción real que tenia el hombre clásico sobre el mundo: un mundo donde dioses y hombres coexistían sin separación entre naturaleza y cultura, sin esa escisión que caracteriza nuestro mundo actual donde pareciera que el mundo y el Yo sean instancias separadas e independientes.

De manera que no es que la metáfora sea una sofisticación del lenguaje vulgar sino que el lenguaje vulgar es una degradación de la metáfora que procede de una mente primigenia.

Fue a partir de la aparición de la consciencia recursiva (la consciencia personal) que el humano aparece alienado, separado de su entorno, confundido en su lengua tal y cómo nos cuenta el mito bíblico de la Torre de Babel.

No es sólo que Dios confundió nuestro idioma (que es la interpretación que solemos dar al mito) sino que el lenguaje -incluyendo a todos aquellos que lo compartimos- nos confunde en «lo que queremos decir», hay una falta de comprensión, de entendimiento, un abismo de malentendidos. Algo que procede -como dice Gurdieff- de una razón fundamental: a nuestros idiomas les faltan partículas relativistas, algo que señale hacia el punto de vista que estamos manejando y que connotaría precisamente lo que queremos decir. Algo parecido a lo que sucede en los jeroglíficos, las palabras son equívocas y aunque todo el mundo cree que cuando nombramos «árbol» nos estamos refiriendo a la misma cosa, en realidad no estamos evocando el mismo significado que es algo personal e intransferible.

Se trata de la escisión sausseriana entre significante y significado, el significante es simbólico, el significado es literal pero múltiple según la consciencia y sobre todo la época que cada individuo viva y represente a ese «árbol». Dicho de otro modo el significante disemina una multitud de significados.

Y es por eso que los humanos vivimos en una Babel, la Babel del lenguaje que es la ceremonia de la confusión.

¿Y qué tiene que ver todo esto con Gregory Bateson cuyo libro «Mente y naturaleza preside este post?

Lo cierto es que si hablo de él es porque el concepto de “ pautas que conectan» es una idea suya, junto con otras como «Doble vinculo» y algunas recomendaciones como esta:

No es un asunto simple establecer un tema en la obra de Gregory Bateson; y muy posiblemente no pueda ser de otro modo más que pensarlo en términos de transdisciplinariedad. Esa dificultad surge desde el momento mismo de intentar “atrapar” el núcleo duro de lo que pudiésemos llamar el “proyecto batesoniano”.

Gregory Bateson busca sentar las bases para poder construir –complejamente- un modo reflexivo tal, que pueda dar cuenta -precisamente- de las complejidades que configuran el proceso de aquello que llamamos pensar, reflexionar, idear, “mentalizar”, etc. En resumen, busca dar cuenta de cómo se configuran esos procesos mentales que suponemos “superiores” y sólo exclusivos del homo sapiens-sapiens: nuestra consciencia “superior”, autoconsciencia, consciencia autobiográfica o como quiera llamársela. Al mismo tiempo él busca poner en evidencia que la acción de la auto-reflexión que nos lleva a pensar sobre nuestro pensamiento (la conciencia superior), pese a la estética y a la simplicidad aparente -tanto del acto realizado como del “objeto” que observamos con dicha acción auto-reflexiva- no es un asunto simple (ni mucho menos trivial) para el desarrollo y para la evolución de nuestras propias vidas. Para Bateson la auto-reflexión sobre nuestros modos reflexivos tiene profundas consecuencias en el modo de “sentir(se) (en el) mundo”. Visto de ese modo hemos de conceder que intentar hacerse una idea de lo que pueda ser una idea, es –al menos– un asunto bastante paradojal. Y Bateson pretende justamente ofrecer(nos)…y ofrecer(se) una muy buena idea de aquello que las ideas pueden ser: ¿Qué es una idea?; ¿Cómo se (con)forman las ideas de lo que nuestras ideas son?; ¿Qué vínculos nos unen a ellas?… pudiesen ser modos que –pese a la reducción– den cuenta bastante bien del proyecto general de Gregory Bateson.

Así entendido, la aparente contradicción y autoreferencialidad del “proyecto batesoniano” se hace evidente: Él intenta complejizar nuestros modos reflexivos para así poder abrir caminos que nos permitan reflexionar –complejamente– acerca de la complejidad misma. Ello es mucho más que un simple juego de palabras: Bateson busca –con la (auto-meta)reflexión– complejizar aún más lo que ya es, de por si mismo, bastante complejo. Ése es entonces el asunto central y ésa será la “obsesión” que recorrerá toda su obra: complejizar la complejidad.

Para Bateson (y muchos más, y después de él, cada vez muchos más) aquello que llamamos (y aceptamos como) “realidad” no es algo tan simple como para postular que lisa y llanamente esa “realidad” se “proyecta” o se “representa” en nuestras mentes. Las “ideas”, entendidas como reflejos internos de una “realidad” entendida como un mundo externo a nosotros, no le satisface en absoluto. Para él, dicha “realidad”, no es sino una red muy compleja de relaciones, procesos, y también extrañas y paradojales interconexiones de diferentes planos, niveles y componentes, entre los cuales –evidentemente– nosotros estamos también comprendidos: Y desde luego que ese “estar comprendidos” es bastante más complejo que el hecho de ser simples observadores externos y pasivos de dicha “realidad”. Definitivamente nuestra “mente” no es un “espejo-pantalla” en el cual se reflejen (o donde se “atrape”) un mundo exterior independiente a nosotros mismos. Ello porque en Bateson la “realidad” es algo bastante más “denso” que algo así como un “objeto extendido” allí afuera de nosotros. El corolario de dicha afirmación significa entonces que nuestra relación con dicha “realidad” es mucho más sofisticada que un mero aceptar y creer que nos hacemos -en el “espíritu”– algo así como una “representación interna” de ella. Categóricamente –y hoy lo sabemos– eso no pasa de ese modo; en esa “realidad”, nosotros estamos enredados… literalmente: los humanos somos seres en-red-dados. Y asumir ello -de un modo profundo y experiencial (“encarnado” como nos diría Francisco Varela)- no puede tener sino consecuencias radicales en el modo de “sentir(nos) en el mundo”.

Se puede encontrar a lo largo de toda la obra de Gregory Bateson una libertad de reflexión que sólo es posible entender a la luz de su muy particular modo de observar aquello que cae bajo su mirada. Adelantando conceptos, y sin entrar en grandes definiciones aún, llamemos a esa particular mirada una observación transdisciplinaria. Por ahora aceptemos que en ello radica la dificultad y/o la imposibilidad de encasillarlo en alguna disciplina. Aceptemos también que todo ello no es un hecho arbitrario ni mucho menos trivial. Bateson se mueve y se desplaza –permanente y conscientemente– entre diferentes disciplinas, y lo hace de un modo tal que siempre intentará ubicarse por encima (o por debajo, poco importa) de los límites de cualquiera de ellas. Pensamos que es –precisamente– esa libertad de “mirarlo todo desde ningún lugar ya predefinido”(que en términos batesonianos es análogo a “mirarlo todo desde la mayor cantidad de lugares posibles”) lo que le da la “frescura” y la libertad que emana de su reflexión. Bateson todo lo toca sin comprometerse con absolutamente nada que ya haya tocado aquello que él se encuentra observando. En ese sentido su modo reflexivo no es solamente un pensamiento provocador, estamos frente a una verdadera trasgresión de las “metodologías” disciplinarias. Se trata –literalmente– de una reflexión subversiva, y ello en la acepción etimológica de dicho termino. Bateson se encuentra siempre “por debajo” del “verso” (instalado) porque todo lo ve y lo observa desde un lugar que es inubicable. Y ese lugar inubicable es justamente lo que aquí llamamos observación transdisciplinaria.

Dicho de otro modo:

La mejor manera de reflexionar sobre algo complejo es complejizarlo aun más. Parece contraintuitivo pero es la única manera de conseguir que emerja alguna idea nueva que permita comprender como pensamos el dilema completo y como se vinculan sus partes a veces de un modo paradojal. Reducirlo de tamaño o simplificarlo es una manera de descontextualizarlo, lo que es una herejía al modo de conocer las cosas, que siempre se dan en un contexto tal que el objeto y el contexto son la misma cosa.

De manera que mi primer consejo seria la epoché. Suspender el juicio a la hora de buscar soluciones para un problema y observar desde distintos angulos y perspectivas pero – y esto es lo más dificil- sin enjuiciar, es decir sin interpretar, solo contemplar.

A pesar de la confusión.

Bibliografía.-

Owen Barfield (1965): «Saving the aparences: a study of idolatry«. Harcourt, Brace and World. Nueva York.

Bateson y el pensar sobre la complejidad

Especialistas y generalistas

No cabe ninguna duda de que vivimos en una sociedad taylorista de esas que organizan el conocimiento en especialidades como si la sociedad fuera una especie de cadena de montaje y donde unos se encargan de montar piezas sin saber de donde proceden ni a donde van. Casi todo está organizado de ese modo y tampoco cabe ninguna duda de que existen incentivos para ser especialistas y casi ninguno para los generalistas.

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