El elefante en el ascensor (y XXIV)

Este va a ser el último post de esta serie que inicié hace algún tiempo y es por eso que voy a dedicarlo a dar algunas pinceladas a la tarea de cómo domesticar eso que llamamos mente. Pues la mente no se puede dominar sino solo domesticar y si se puede domesticar es porque no todo en ella es naturaleza (natura naturans) o deseo sino sobre todo espíritu.

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Pautas que conectan (XXIII)

El lenguaje es poesia fósil (Emerson)

Durante cierto tiempo me interese mucho por la poesía incluso escribí ciertos poemarios que gracias a las redes y a algunos amigos he vuelto a releer. Y mi impresión, después de esta relectura, fue darme cuenta de que la poesía es una forma de hablar insólita y que contiene más verdad que el lenguaje común. Probablemente me dediqué a escribir poemas porque el lenguaje al uso me era insuficiente para expresar ciertas cuestiones que no son fáciles de describir y aun de pensar. Esta opinión es compartida por muchos de los poetas que conozco: la poesía es una herramienta de comunicación y conocimiento a través de la belleza pero sobre todo de una verdad que está más allá del sujeto y que usa una reglamentación bien distinta al ethos, es decir al lenguaje ordinario.

Lo cierto es que el lenguaje está diseñado de una forma lineal y nos sirve para señalar una realidad plana, una intencionalidad sin matices, como a cara o cruz o como se dice ahora: binaria. Por eso existen los homosexuales y los poetas (a veces también los poetas homosexuales) para señalar que nada en la mente es binario aunque todo en la naturaleza lo sea. El lenguaje ordinario es lineal y casi no sirve para explicitar algo complejo y no hay nada más complejo que un cerebro humano, casi tan complejo como el universo. Sujeto+verbo+predicado eso es el lenguaje que usamos en nuestras interacciones con los demás y casi todo el tiempo y nuestro conocer se compone con esa ecuación. Lacan llamaba al lenguaje y sus leyes gramaticales: la Ley, es decir una especie de desfiladero por donde deben transitar nuestros pensamientos para evitar el descarrilamiento del que hablé en mi post anterior.

El lenguaje poético echa mano de metáforas y de saltos lógicos, algo así como sucede en los sueños. Es difícil saber a veces de qué está hablando el poeta y hay que volver sobre un poema varias veces porque a veces en un solo verso existe una pauta que conecta con otro verso más abajo o por encima de él. Hallar esa pauta es la tarea del buen lector de poemas.

Mateo es mi nieto de 4 años que un buen día me dijo:

Como puede observarse mi nieto Mateo no es aun un poeta sino que construye silogismos y llega al final a una idea que se conecta a través de ellos. Naturalmente Juanjo no es lluvia, pero hay algo que podemos comprender: que el verbo caer es algo polisémico , significa caerse del columpio, caer como la lluvia, caer en la tentación, caer en la cuenta, caer cuando soñamos y tenemos una de esas sacudidas que llamamos mioclonias, caerse simpático, etc. Pero además existe otra pauta que conecta el verbo caer con otro sustantivo: el llanto. Cuando nos caemos lloramos tanto Juanjo como yo, de modo que las lagrimas también caen.

Como el lector apreciará en este constructo hay más matices que la simple frase:

«Ayer me caí en el patio y lloré» que es la forma vulgar en que cualquiera de nosotros relataríamos tal acontecimiento. Nótese como esta frase aparece inmóvil como cerrada en sí misma y notese también como los silogismos de Mateo están abiertos y parece que conecten unas ideas con otras sugiriendo que caer, lluvia y lagrimas se encuentran emparentadas o por decirlo en termino cuánticos, enmarañadas. Así es la mente de un niño de 4 años y la manera en que construye hipótesis para pensar y conocer. Más que eso: una epistemología bien diferente al lenguaje común.

Poco conocido es Owen Barfield que escribió un clásico desde un punto de vista original. Barfield investigó la historia evolutiva de las palabras, no tanto -como hizo Cavalli- Sforza- respecto a la evolución de las mismas sino que estudió la evolución a través o en las palabras. La evolución de las palabras que en sí mismas -y siempre según Barfield- nos hablaban de la evolución de la consciencia humana. Dicho de otra forma: podemos seguirle el rastro a distintas formas de consciencia persiguiendo a las palabras, a las ideas o a los conceptos.

La hipótesis de Barfield es muy interesante y contraintuitiva pues suponemos que la realidad que está ahí afuera es objetiva y que es la misma hoy, que en la época clasica o en el medioevo. Para nuestra consciencia personal, la realidad es algo inmutable, algo que está ahí afuera de un modo objetivo. Nuestras ideas acerca de ella son hoy más precisas que las que tenia un griego, pero en realidad la consciencia que mira esa realidad es la misma hoy que en la antigüedad.

Para Barfield esta idea es errónea y es precisamente en su libro «Salvando las apariencias» donde presenta sus argumentos contra ella. Barfield supone que el lenguaje ha ido deslizándose desde lo concreto hacia lo abstracto, desde lo metafórico a lo literal, desde el todo hasta la parte. Investiga el lenguaje poético como herramienta para llegar a sus deducciones y se fija en los clásicos como Homero y a la deriva histórica de la poesía hasta llegar a la conclusión de que la poesía actual responde precisamente a ese nivel fragmentario, urbanita y desconectado que es «el mundo» según nos lo representamos hoy.

Es precisamente por eso que los clásicos nos producen un placer estético ajeno a nuestra consciencia moderna. Todavía nos causa fascinación y estremecimiento la lectura de Homero por ejemplo y es desde él que llega a la conclusión de que la metáfora homérica no es en realidad una metáfora tal y como la consideramos hoy (un giro o desplazamiento del sentido) sino la percepción real que tenia el hombre clásico sobre el mundo: un mundo donde dioses y hombres coexistían sin separación entre naturaleza y cultura, sin esa escisión que caracteriza nuestro mundo actual donde pareciera que el mundo y el Yo sean instancias separadas e independientes.

De manera que no es que la metáfora sea una sofisticación del lenguaje vulgar sino que el lenguaje vulgar es una degradación de la metáfora que procede de una mente primigenia.

Fue a partir de la aparición de la consciencia recursiva (la consciencia personal) que el humano aparece alienado, separado de su entorno, confundido en su lengua tal y cómo nos cuenta el mito bíblico de la Torre de Babel.

No es sólo que Dios confundió nuestro idioma (que es la interpretación que solemos dar al mito) sino que el lenguaje -incluyendo a todos aquellos que lo compartimos- nos confunde en «lo que queremos decir», hay una falta de comprensión, de entendimiento, un abismo de malentendidos. Algo que procede -como dice Gurdieff- de una razón fundamental: a nuestros idiomas les faltan partículas relativistas, algo que señale hacia el punto de vista que estamos manejando y que connotaría precisamente lo que queremos decir. Algo parecido a lo que sucede en los jeroglíficos, las palabras son equívocas y aunque todo el mundo cree que cuando nombramos «árbol» nos estamos refiriendo a la misma cosa, en realidad no estamos evocando el mismo significado que es algo personal e intransferible.

Se trata de la escisión sausseriana entre significante y significado, el significante es simbólico, el significado es literal pero múltiple según la consciencia y sobre todo la época que cada individuo viva y represente a ese «árbol». Dicho de otro modo el significante disemina una multitud de significados.

Y es por eso que los humanos vivimos en una Babel, la Babel del lenguaje que es la ceremonia de la confusión.

¿Y qué tiene que ver todo esto con Gregory Bateson cuyo libro «Mente y naturaleza preside este post?

Lo cierto es que si hablo de él es porque el concepto de “ pautas que conectan» es una idea suya, junto con otras como «Doble vinculo» y algunas recomendaciones como esta:

No es un asunto simple establecer un tema en la obra de Gregory Bateson; y muy posiblemente no pueda ser de otro modo más que pensarlo en términos de transdisciplinariedad. Esa dificultad surge desde el momento mismo de intentar “atrapar” el núcleo duro de lo que pudiésemos llamar el “proyecto batesoniano”.

Gregory Bateson busca sentar las bases para poder construir –complejamente- un modo reflexivo tal, que pueda dar cuenta -precisamente- de las complejidades que configuran el proceso de aquello que llamamos pensar, reflexionar, idear, “mentalizar”, etc. En resumen, busca dar cuenta de cómo se configuran esos procesos mentales que suponemos “superiores” y sólo exclusivos del homo sapiens-sapiens: nuestra consciencia “superior”, autoconsciencia, consciencia autobiográfica o como quiera llamársela. Al mismo tiempo él busca poner en evidencia que la acción de la auto-reflexión que nos lleva a pensar sobre nuestro pensamiento (la conciencia superior), pese a la estética y a la simplicidad aparente -tanto del acto realizado como del “objeto” que observamos con dicha acción auto-reflexiva- no es un asunto simple (ni mucho menos trivial) para el desarrollo y para la evolución de nuestras propias vidas. Para Bateson la auto-reflexión sobre nuestros modos reflexivos tiene profundas consecuencias en el modo de “sentir(se) (en el) mundo”. Visto de ese modo hemos de conceder que intentar hacerse una idea de lo que pueda ser una idea, es –al menos– un asunto bastante paradojal. Y Bateson pretende justamente ofrecer(nos)…y ofrecer(se) una muy buena idea de aquello que las ideas pueden ser: ¿Qué es una idea?; ¿Cómo se (con)forman las ideas de lo que nuestras ideas son?; ¿Qué vínculos nos unen a ellas?… pudiesen ser modos que –pese a la reducción– den cuenta bastante bien del proyecto general de Gregory Bateson.

Así entendido, la aparente contradicción y autoreferencialidad del “proyecto batesoniano” se hace evidente: Él intenta complejizar nuestros modos reflexivos para así poder abrir caminos que nos permitan reflexionar –complejamente– acerca de la complejidad misma. Ello es mucho más que un simple juego de palabras: Bateson busca –con la (auto-meta)reflexión– complejizar aún más lo que ya es, de por si mismo, bastante complejo. Ése es entonces el asunto central y ésa será la “obsesión” que recorrerá toda su obra: complejizar la complejidad.

Para Bateson (y muchos más, y después de él, cada vez muchos más) aquello que llamamos (y aceptamos como) “realidad” no es algo tan simple como para postular que lisa y llanamente esa “realidad” se “proyecta” o se “representa” en nuestras mentes. Las “ideas”, entendidas como reflejos internos de una “realidad” entendida como un mundo externo a nosotros, no le satisface en absoluto. Para él, dicha “realidad”, no es sino una red muy compleja de relaciones, procesos, y también extrañas y paradojales interconexiones de diferentes planos, niveles y componentes, entre los cuales –evidentemente– nosotros estamos también comprendidos: Y desde luego que ese “estar comprendidos” es bastante más complejo que el hecho de ser simples observadores externos y pasivos de dicha “realidad”. Definitivamente nuestra “mente” no es un “espejo-pantalla” en el cual se reflejen (o donde se “atrape”) un mundo exterior independiente a nosotros mismos. Ello porque en Bateson la “realidad” es algo bastante más “denso” que algo así como un “objeto extendido” allí afuera de nosotros. El corolario de dicha afirmación significa entonces que nuestra relación con dicha “realidad” es mucho más sofisticada que un mero aceptar y creer que nos hacemos -en el “espíritu”– algo así como una “representación interna” de ella. Categóricamente –y hoy lo sabemos– eso no pasa de ese modo; en esa “realidad”, nosotros estamos enredados… literalmente: los humanos somos seres en-red-dados. Y asumir ello -de un modo profundo y experiencial (“encarnado” como nos diría Francisco Varela)- no puede tener sino consecuencias radicales en el modo de “sentir(nos) en el mundo”.

Se puede encontrar a lo largo de toda la obra de Gregory Bateson una libertad de reflexión que sólo es posible entender a la luz de su muy particular modo de observar aquello que cae bajo su mirada. Adelantando conceptos, y sin entrar en grandes definiciones aún, llamemos a esa particular mirada una observación transdisciplinaria. Por ahora aceptemos que en ello radica la dificultad y/o la imposibilidad de encasillarlo en alguna disciplina. Aceptemos también que todo ello no es un hecho arbitrario ni mucho menos trivial. Bateson se mueve y se desplaza –permanente y conscientemente– entre diferentes disciplinas, y lo hace de un modo tal que siempre intentará ubicarse por encima (o por debajo, poco importa) de los límites de cualquiera de ellas. Pensamos que es –precisamente– esa libertad de “mirarlo todo desde ningún lugar ya predefinido”(que en términos batesonianos es análogo a “mirarlo todo desde la mayor cantidad de lugares posibles”) lo que le da la “frescura” y la libertad que emana de su reflexión. Bateson todo lo toca sin comprometerse con absolutamente nada que ya haya tocado aquello que él se encuentra observando. En ese sentido su modo reflexivo no es solamente un pensamiento provocador, estamos frente a una verdadera trasgresión de las “metodologías” disciplinarias. Se trata –literalmente– de una reflexión subversiva, y ello en la acepción etimológica de dicho termino. Bateson se encuentra siempre “por debajo” del “verso” (instalado) porque todo lo ve y lo observa desde un lugar que es inubicable. Y ese lugar inubicable es justamente lo que aquí llamamos observación transdisciplinaria.

Dicho de otro modo:

La mejor manera de reflexionar sobre algo complejo es complejizarlo aun más. Parece contraintuitivo pero es la única manera de conseguir que emerja alguna idea nueva que permita comprender como pensamos el dilema completo y como se vinculan sus partes a veces de un modo paradojal. Reducirlo de tamaño o simplificarlo es una manera de descontextualizarlo, lo que es una herejía al modo de conocer las cosas, que siempre se dan en un contexto tal que el objeto y el contexto son la misma cosa.

De manera que mi primer consejo seria la epoché. Suspender el juicio a la hora de buscar soluciones para un problema y observar desde distintos angulos y perspectivas pero – y esto es lo más dificil- sin enjuiciar, es decir sin interpretar, solo contemplar.

A pesar de la confusión.

Bibliografía.-

Owen Barfield (1965): «Saving the aparences: a study of idolatry«. Harcourt, Brace and World. Nueva York.

Bateson y el pensar sobre la complejidad

Especialistas y generalistas

No cabe ninguna duda de que vivimos en una sociedad taylorista de esas que organizan el conocimiento en especialidades como si la sociedad fuera una especie de cadena de montaje y donde unos se encargan de montar piezas sin saber de donde proceden ni a donde van. Casi todo está organizado de ese modo y tampoco cabe ninguna duda de que existen incentivos para ser especialistas y casi ninguno para los generalistas.

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El mapa mental del odio

El odio es un sentimiento intenso de repulsa a algo o alguien que además incluye el deseo de deshacerse o de eliminar la causa del mismo. El odio está emparentado con el asco, y el desprecio y se trata de un afecto prolongado que no debe confundirse con el rencor, pues el rencor no incluye esa claúsula de eliminación que siempre es física y no solo declarativa. Y está presidido por un sentimiento de enojo, de ira o de hostilidad manifiesta en todo aquello que se relacione con la persona, idea o cosa odiada, aunque sea solamente una relación de desplazamiento semántica.

El odio puede ser comprensible o incomprensible, por ejemplo es comprensible pensar que alguien albergue sentimientos de odio si él mismo o su familia han sufrido daños o han sido asesinados por alguien concreto pero también puede suceder que ese alguien no sea una persona o se desconozca, en tal caso comprenderemos ese odio (sin necesidad de buscar una explicación), también entenderemos que pueda ser desplazado a aquellos que secundariamente se consideren subsidiarios de tal afrenta.

Es por eso que la venganza está relacionada con el odio. Pero lo cierto es que el odio muchas veces es incomprensible y no podemos explicarlo a partir de la biografía de los sujetos que lo sienten. En ocasiones el odio es la consecuencia de elaboraciones patológicas como sucede con el fanatismo o la xenofobia.

Lo cierto es que el odio es un sentimiento difícil de mantener, se trata de algo que el sujeto que lo porta le hace sentir desagradable. Odiar es desagradable pero puede neutralizarse con fantasías de venganza que en cualquier caso operan como «recompensa» diferida en la fantasía del odiador, pues en realidad la venganza es una forma de justicia privada, eones de tiempo anterior a la justicia del Estado tal y como la comprendemos hoy. En la venganza hay una busqueda de justicia o lo que es lo mismo el vengador se toma a sí mismo como una persona justa y moral, hay como un mandato o imperativo justiciero en los odiadores.

Dicho de otra forma: la venganza es el acto que regula un afecto (el odio) que puede ser insoportable para quien lo sufre. O también: que en la venganza hay un deseo de impartir justicia, cuando alguien se venga asesinando a alguien que anteriormente hubo asesinado a un miembro de su familia está sintiendo que el sujeto al que asesinó, se lo merecía. Se trataba pues de un acto de justicia reparativa.

Un acto que se conoce desde la antigüedad y que responde al nombre de «ojo por ojo diente por diente» que lleva implícito un mensaje de proporcionalidad: no se trata de un ojo por dos ojos o de un diente por toda una dentadura, sino de un mandato de proporción. Pero lo cierto es que en aquellos que se toman la justicia por su mano no hay casi nunca proporción y lo usual es que se tome toda la dentadura por un diente perdido. El problema que tiene este ajuste de cuentas privado y subjetivo es que conlleva una cascada de eventos violentos posteriores que no se detienen nunca y que afectan a toda la sociedad. Es por eso que entre nosotros el Estado ha tomado el mando sobre la violencia privada y la prohibe, incluso en los casos de defensa propia (como sucede en España, pero no en otros países como en USA). Nadie puede suplantar al Estado en el reparto de justicia, asegurándose así que se lleven a cabo escaladas de crímenes a cambio de garantizar una justicia objetiva e impersonal y que por desgracia nunca llega a ser reparativa ni proporcional.

Lo importante es retener que la agresión puede tener condicionamientos morales y es por eso que se encuentra emparentada con el asco y la repugnancia moral, sentimientos que tienen relación con el supremacismo moral que muchas veces viene disfrazado de una empatía narcisista, el nombre con el que conocemos a ciertas personas que parecen empáticas siempre y cuando se considere que sus actos son beneficiosos para otros, usualmente alejados de su entorno. Hay que recordar que la empatía evolucionó para la protección de los nuestros, algo que suele emparentarse con la oikofobia. La empatía tiene un cara oscura tal y como comenté en este post.

Cute-agression.-

Pero no todas las formas de agresión son de carácter moral. Hay otra forma de agresión que nos impacta mucho más que esas escaladas de violencia que anteriormente describí. Se trata cuando la víctima es un niño o alguien desamparado o cuando se lleva demasiado lejos la pulsión de matar, como si el individuo hubiera sido cegado por algún misterioso fenómeno de conciencia y hubiera un exceso de rabia contra el agredido, algo que sucede en ciertos crímenes sexuales o cuando hay razones de mucho peso para ir más allá de la muerte en ciertas agresiones. Entonces hablamos de sadismo.

El sadismo es una parafilia (una perversión sexual o no) que consiste en obtener placer del dolor, miedo, terror, o humillación de otras personas. En realidad el sádico no pretende solo disfrutar de sexo cuando agrede a alguien sino más bien gozar de ese poder omnímodo que confiere la dominación total sobre alguien desamparado y a su merced. Es como si el placer sexual hubiera sido sustituido por otra cosa.

Pero en la «cute agression» lo que hay es un deseo de profanar algo sagrado, algo inocente, algo que merece por sí mismo respeto y devoción, empatía, cuidado y compasión. Es un atentado contra la ética de la divinidad,

La ética de la divinidad o de lo sagrado existe porque existe descomposición, degradación y corrupción en las cosas y hemos desarrollado profundas defensas de repugnancia frente a las mismas, incluyendo la repugnancia moral. Defensas que son inconscientes y fuera de toda lógica racional, se trata de una repugnancia que procede de las tripas y no de la razón, razones que buscan la recomposición, la integración de los restos y los detritus. Es por eso que a esta fundación se le conoce como ética de la divinidad o de lo sagrado, pues opera con entidades inconmensurables, invisibles, con algo que se sitúa mas allá de la reflexión o del raciocinio.Por eso pueden existir repugnancias morales y no sólo alimentarias, pues ha habido un proceso de moralización y de desmoralización en la genealogía de nuestra concepción de la moral. El asco es una mueca de desprecio.

Los cute-agresores lo que buscan es emborronar lo bello, lo inocente, lo bello, la ternura que experimentamos frente a esos seres desvalidos, los enfermos, los niños o aquellos que no pueden defenderse por sí mismos. Y hay antecendentes en la literatura que nos proporcionan pistas de las razones que impulsan a estos sujetos. Veamos este poema de Baudelaire titulado precisamente «A la que es demasiado alegre» de su libro «Las flores del mal», un verdadero tratado de misoginia y sadismo:

Tu cabeza, tu aire, tu gestobellos como un paisaje alucinante;

como la brisa en un cielo claro juega la risa en tu semblante.
Al triste peatón hace pedazos, deslumbrado por tu carnalidad,

que brota como una claridad desde tus hombros y desde tus brazos.
Los chillones colores con que te maquillas, como las coquetas,

evocan en el corazón de los poetas la imagen de un ballet de flores.
Tus locas faldas sin emblema de tu gusto sofisticado,

loca por la que yo me he enloquecido

te odio, sí, tanto como te amo.
A veces en un jardín sereno por el que se arrastra la atonía,

he sentido, como una ironía, que el sol me desgarraba el seno.
Tanto humillaron mi corazón la primavera y el verdor

que la insolencia de la naturaleza la he castigado en una flor.

Como un cobarde, de forma sigilosa, reptar
querría yo hasta tu boca
cuando la hora del placer convoca
y los tesoros de tu noche disfrutar,

Y castigar tu cuerpo deleitoso
y ensangrentar tu perdonado seno
y hacer en tu costado no sereno
un corte hondo, extenso y profundo,

Y qué vértigo dulce tan intenso
a través de tus labios nuevos,
más brillantes y también más bellos,
infundirte, hermana, mi veneno intenso.

Obsérvese como la contemplación de la belleza femenina es para el poeta insoportable y fantasea con procurarle dolor a su «envidiada modelo». Pero en la ultima estrofa nos da una clave:

¿A qué veneno se refiere el poeta?

Naturalmente el veneno es él mismo o cómo se percibe a sí mismo subjetivamente (mi veneno).

La identificación proyectiva.

La identificación proyectiva es un mecanismo de defensa que consiste en «inyectar» en otro un estado mental propio a fin de dejar de estar bajo su influencia. En este sentido, la identificación proyectiva es una forma de regular los propios afectos, proyectándolos afuera al mismo tiempo que se consigue que el objeto se identifique con esa proyección. Se trata de un mecanismo de muy bajo nivel cognitivo que rara vez consigue estabilizar al sujeto que la emplea. Se trata de un mecanismo narcisista, que puede o no derivar en agresión.

En el caso de Baudelaire podríamos especular que su fantasía sádica se dirige hacia alguien que el poeta califica como bella (pero excesivamente alegre), es esa alegría, esa belleza la que no puede tolerar y por eso toma prestada esta capacidad de nuestra mente para proyectarse fuera de ella. Lo que hay dentro de él es odio en forma de «cute agression», algo infrahumano que equilibra la deshumanización del otro que proyecta en su fantasía. Pero no de cualquier otro, sino de un ser sagrado protegido por la ética de la divinidad pues todos somos en lo más intimo -nuestro cuerpo- inaccesibles y debemos guardar el secreto para nosotros mismos. Mucho más aquellas personas que hemos declarado como bellas o adorables.

El insecto disemina su insecticida para igualar su entorno mental aunque sea eliminando la belleza que él mismo acepta, adora y desea en el otro para sí. Pues en realidad el otro no existe (pero sí sus encantos) , se halla deshumanizado, zombificado como él mismo.