El elefante en el ascensor (y XXIV)

Este va a ser el último post de esta serie que inicié hace algún tiempo y es por eso que voy a dedicarlo a dar algunas pinceladas a la tarea de cómo domesticar eso que llamamos mente. Pues la mente no se puede dominar sino solo domesticar y si se puede domesticar es porque no todo en ella es naturaleza (natura naturans) o deseo sino sobre todo espíritu.

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¿Sueña Cupido con misiles balisticos? (XII)

Cuando yo estudiaba Bachiller nos obligaban a leer ciertos libros que luego había que resumir en clase de cara al pizarrón. Uno de esos libros era «El banquete» de Platón que entonces aun no estábamos en condiciones de comprender sin una explicación previa -que nunca se producía- del profesor que se limitaba a imponernos su lectura y luego a preguntar con el objetivo de calificar nuestra lectura o comprensión del texto.

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Amor y civilización (XI)

Dios es amor

No se contenta el alma con menos que Dios (Santa Teresa de Jesus)

Terminé mi anterior post con un argumento extraído de la enciclopedia de Gustavo Bueno donde el autor explica ese concepto tan interesante que tituló «Inversión teológica», que utilicé para señalar la idea de que la secularización habría logrado sustituir la idea de Dios por la del mundo, lo que es lo mismo que decir que la secularización tuvo una secuela muy importante: la naturalización de Dios. Y lo que es lo mismo logró insertar en la mente humana, la idea naturalística de que cada humano es su propio Dios. Lo que es lo mismo que decir que coexisten rastros de divinidad y algo demoníaco en nuestro deseo cuando lo trascendente se transforma en inmanente.

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