La muerte de Edipo (I)

Hace unos días publiqué en twiter un tuit a propósito de esa «epidemia» de niñas que dicen ser niños y que quieren comenzar un programa de cambio de sexo. Decía allí que:

«No es que quieran ser niños es que rechazan su sexualidad, pues ha desaparecido la fase de latencia debido a la sexualización precoz».

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La fiebre del género (IV)

Abigail y su libro en español

Abigail Shrier es una periodista estadounidense de la vieja escuela, de ese tipo de periodismo de investigación que es hoy una «rara avis», en un mundo donde el periodismo se encuentra atrapado entre las noticias de agencia y lo políticamente correcto. Shrier ha escrito este magnifico libro sobre la epidemia transgénero que estamos viviendo tanto en EEUU como en Europa, en los últimos años.

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El mapa mental del odio

El odio es un sentimiento intenso de repulsa a algo o alguien que además incluye el deseo de deshacerse o de eliminar la causa del mismo. El odio está emparentado con el asco, y el desprecio y se trata de un afecto prolongado que no debe confundirse con el rencor, pues el rencor no incluye esa claúsula de eliminación que siempre es física y no solo declarativa. Y está presidido por un sentimiento de enojo, de ira o de hostilidad manifiesta en todo aquello que se relacione con la persona, idea o cosa odiada, aunque sea solamente una relación de desplazamiento semántica.

El odio puede ser comprensible o incomprensible, por ejemplo es comprensible pensar que alguien albergue sentimientos de odio si él mismo o su familia han sufrido daños o han sido asesinados por alguien concreto pero también puede suceder que ese alguien no sea una persona o se desconozca, en tal caso comprenderemos ese odio (sin necesidad de buscar una explicación), también entenderemos que pueda ser desplazado a aquellos que secundariamente se consideren subsidiarios de tal afrenta.

Es por eso que la venganza está relacionada con el odio. Pero lo cierto es que el odio muchas veces es incomprensible y no podemos explicarlo a partir de la biografía de los sujetos que lo sienten. En ocasiones el odio es la consecuencia de elaboraciones patológicas como sucede con el fanatismo o la xenofobia.

Lo cierto es que el odio es un sentimiento difícil de mantener, se trata de algo que el sujeto que lo porta le hace sentir desagradable. Odiar es desagradable pero puede neutralizarse con fantasías de venganza que en cualquier caso operan como «recompensa» diferida en la fantasía del odiador, pues en realidad la venganza es una forma de justicia privada, eones de tiempo anterior a la justicia del Estado tal y como la comprendemos hoy. En la venganza hay una busqueda de justicia o lo que es lo mismo el vengador se toma a sí mismo como una persona justa y moral, hay como un mandato o imperativo justiciero en los odiadores.

Dicho de otra forma: la venganza es el acto que regula un afecto (el odio) que puede ser insoportable para quien lo sufre. O también: que en la venganza hay un deseo de impartir justicia, cuando alguien se venga asesinando a alguien que anteriormente hubo asesinado a un miembro de su familia está sintiendo que el sujeto al que asesinó, se lo merecía. Se trataba pues de un acto de justicia reparativa.

Un acto que se conoce desde la antigüedad y que responde al nombre de «ojo por ojo diente por diente» que lleva implícito un mensaje de proporcionalidad: no se trata de un ojo por dos ojos o de un diente por toda una dentadura, sino de un mandato de proporción. Pero lo cierto es que en aquellos que se toman la justicia por su mano no hay casi nunca proporción y lo usual es que se tome toda la dentadura por un diente perdido. El problema que tiene este ajuste de cuentas privado y subjetivo es que conlleva una cascada de eventos violentos posteriores que no se detienen nunca y que afectan a toda la sociedad. Es por eso que entre nosotros el Estado ha tomado el mando sobre la violencia privada y la prohibe, incluso en los casos de defensa propia (como sucede en España, pero no en otros países como en USA). Nadie puede suplantar al Estado en el reparto de justicia, asegurándose así que se lleven a cabo escaladas de crímenes a cambio de garantizar una justicia objetiva e impersonal y que por desgracia nunca llega a ser reparativa ni proporcional.

Lo importante es retener que la agresión puede tener condicionamientos morales y es por eso que se encuentra emparentada con el asco y la repugnancia moral, sentimientos que tienen relación con el supremacismo moral que muchas veces viene disfrazado de una empatía narcisista, el nombre con el que conocemos a ciertas personas que parecen empáticas siempre y cuando se considere que sus actos son beneficiosos para otros, usualmente alejados de su entorno. Hay que recordar que la empatía evolucionó para la protección de los nuestros, algo que suele emparentarse con la oikofobia. La empatía tiene un cara oscura tal y como comenté en este post.

Cute-agression.-

Pero no todas las formas de agresión son de carácter moral. Hay otra forma de agresión que nos impacta mucho más que esas escaladas de violencia que anteriormente describí. Se trata cuando la víctima es un niño o alguien desamparado o cuando se lleva demasiado lejos la pulsión de matar, como si el individuo hubiera sido cegado por algún misterioso fenómeno de conciencia y hubiera un exceso de rabia contra el agredido, algo que sucede en ciertos crímenes sexuales o cuando hay razones de mucho peso para ir más allá de la muerte en ciertas agresiones. Entonces hablamos de sadismo.

El sadismo es una parafilia (una perversión sexual o no) que consiste en obtener placer del dolor, miedo, terror, o humillación de otras personas. En realidad el sádico no pretende solo disfrutar de sexo cuando agrede a alguien sino más bien gozar de ese poder omnímodo que confiere la dominación total sobre alguien desamparado y a su merced. Es como si el placer sexual hubiera sido sustituido por otra cosa.

Pero en la «cute agression» lo que hay es un deseo de profanar algo sagrado, algo inocente, algo que merece por sí mismo respeto y devoción, empatía, cuidado y compasión. Es un atentado contra la ética de la divinidad,

La ética de la divinidad o de lo sagrado existe porque existe descomposición, degradación y corrupción en las cosas y hemos desarrollado profundas defensas de repugnancia frente a las mismas, incluyendo la repugnancia moral. Defensas que son inconscientes y fuera de toda lógica racional, se trata de una repugnancia que procede de las tripas y no de la razón, razones que buscan la recomposición, la integración de los restos y los detritus. Es por eso que a esta fundación se le conoce como ética de la divinidad o de lo sagrado, pues opera con entidades inconmensurables, invisibles, con algo que se sitúa mas allá de la reflexión o del raciocinio.Por eso pueden existir repugnancias morales y no sólo alimentarias, pues ha habido un proceso de moralización y de desmoralización en la genealogía de nuestra concepción de la moral. El asco es una mueca de desprecio.

Los cute-agresores lo que buscan es emborronar lo bello, lo inocente, lo bello, la ternura que experimentamos frente a esos seres desvalidos, los enfermos, los niños o aquellos que no pueden defenderse por sí mismos. Y hay antecendentes en la literatura que nos proporcionan pistas de las razones que impulsan a estos sujetos. Veamos este poema de Baudelaire titulado precisamente «A la que es demasiado alegre» de su libro «Las flores del mal», un verdadero tratado de misoginia y sadismo:

Tu cabeza, tu aire, tu gestobellos como un paisaje alucinante;

como la brisa en un cielo claro juega la risa en tu semblante.
Al triste peatón hace pedazos, deslumbrado por tu carnalidad,

que brota como una claridad desde tus hombros y desde tus brazos.
Los chillones colores con que te maquillas, como las coquetas,

evocan en el corazón de los poetas la imagen de un ballet de flores.
Tus locas faldas sin emblema de tu gusto sofisticado,

loca por la que yo me he enloquecido

te odio, sí, tanto como te amo.
A veces en un jardín sereno por el que se arrastra la atonía,

he sentido, como una ironía, que el sol me desgarraba el seno.
Tanto humillaron mi corazón la primavera y el verdor

que la insolencia de la naturaleza la he castigado en una flor.

Como un cobarde, de forma sigilosa, reptar
querría yo hasta tu boca
cuando la hora del placer convoca
y los tesoros de tu noche disfrutar,

Y castigar tu cuerpo deleitoso
y ensangrentar tu perdonado seno
y hacer en tu costado no sereno
un corte hondo, extenso y profundo,

Y qué vértigo dulce tan intenso
a través de tus labios nuevos,
más brillantes y también más bellos,
infundirte, hermana, mi veneno intenso.

Obsérvese como la contemplación de la belleza femenina es para el poeta insoportable y fantasea con procurarle dolor a su «envidiada modelo». Pero en la ultima estrofa nos da una clave:

¿A qué veneno se refiere el poeta?

Naturalmente el veneno es él mismo o cómo se percibe a sí mismo subjetivamente (mi veneno).

La identificación proyectiva.

La identificación proyectiva es un mecanismo de defensa que consiste en «inyectar» en otro un estado mental propio a fin de dejar de estar bajo su influencia. En este sentido, la identificación proyectiva es una forma de regular los propios afectos, proyectándolos afuera al mismo tiempo que se consigue que el objeto se identifique con esa proyección. Se trata de un mecanismo de muy bajo nivel cognitivo que rara vez consigue estabilizar al sujeto que la emplea. Se trata de un mecanismo narcisista, que puede o no derivar en agresión.

En el caso de Baudelaire podríamos especular que su fantasía sádica se dirige hacia alguien que el poeta califica como bella (pero excesivamente alegre), es esa alegría, esa belleza la que no puede tolerar y por eso toma prestada esta capacidad de nuestra mente para proyectarse fuera de ella. Lo que hay dentro de él es odio en forma de «cute agression», algo infrahumano que equilibra la deshumanización del otro que proyecta en su fantasía. Pero no de cualquier otro, sino de un ser sagrado protegido por la ética de la divinidad pues todos somos en lo más intimo -nuestro cuerpo- inaccesibles y debemos guardar el secreto para nosotros mismos. Mucho más aquellas personas que hemos declarado como bellas o adorables.

El insecto disemina su insecticida para igualar su entorno mental aunque sea eliminando la belleza que él mismo acepta, adora y desea en el otro para sí. Pues en realidad el otro no existe (pero sí sus encantos) , se halla deshumanizado, zombificado como él mismo.

Destetados

Aquellos de ustedes que leyeron mi ultimo post sabrán que allí me preguntaba si el apego de los niños y las niñas tenia alguna diferencia. Hice una pequeña encuesta en twitter para averiguar cual era la opinión de otros usuarios y ver si coincidía con la mía. El resultado fue positivo, el 61% de los encuestados estaban de acuerdo en que el apego de los niños con su madre era más intenso y duradero que el de las niñas. Más tarde pregunté sobre otra cuestión ¿Cual era la causa de esta diferencia? Aquí he de decir que no obtuve ninguna respuesta satisfactoria pero si alguna pista.

Y la pista mas valiosa que he encontrado fue la que me dio una psicóloga a la que apenas conozco, y me dijo brevemente: «la relación entre madre e hija es obvia y la semejanza tiene como dos destinos, uno la separación y otro la apropiación. No se si lo digo con sus mismas palabras pero esto es lo que a fin de cuentas comprendí.

Lo que sugiere esta respuesta es que la semejanza (sexual por supuesto) opera como un separador, como desencanto en la niña y como aliciente – la diferencia- en el niño. Algo que por cierto ya había dicho Freud con otras palabras: para él , la niña se decepciona de la madre cuando se da cuenta de que no tiene pene. A mi esta explicación nunca me gustó demasiado porque los niños no comienzan a interesarse por las cuestiones sexuales hasta los 4 años más o menos, pero la observación de diferentes tipos de apego es anterior. Los 3 años pueden ser un buen observatorio para explorar estos tipos de apego.

Naturalmente no tenemos ningún instrumento para medir la intensidad del apego, pero tenemos a nuestra disposición algunos métodos observacionales: la ansiedad de separación y la angustia del extraño que no son la misma cosa pero suelen manifestarse en el mismo paquete.

Los niños comienzan sentir ansiedad de separación hacia los 8 meses y protestan ante la partida de la madre, cuando ha de ir a trabajar o cuando han de llevarle a la guardería, las despedidas en las filas de los colegios de primera infancia suelen ser dramáticas al menos los primeros días y lo primero que se observa es que no todos los niños de la fila tienen la misma madurez, puesto que en esa edad una diferencia de tres meses es suficiente para marcar la diferencia. Los niños suelen requerir la presencia de la madre para jugar y suelen llorar o mostrar enfado si la madre no les mira, no juega o no se somete a sus normas con el juego.

Lo mismo sucede a la hora de dormir, un verdadero ritual para niños y madres, con lecturas, acompañamientos y compañia de cama. Los niños exigen mucho de sus madres y durante cierto tiempo, niños y niñas no muestran ninguna diferencia significativa en cuanto a la manifestación de su ansiedad de separación. No olvidemos que el mayor terror de un niño es el abandono y la separación -no es un abandono para nosotros-, puesto que se recupera a la madre, pero para un niños la separación debe ser una herida emocional que ha de resolver con sus propios medios. Las heridas emocionales no son traumas con T sino traumas con t, es decir son fisiológicos y forman parte del neurodesarrollo. La repetición del estimulo acabará por configurar un sentimiento de comfianza en el niño, sabe que inevitablemente la reunión se producirá con el tiempo, aunque el tiempo para un niño no es el mismo que para un adulto, más que eso, el niño tarda mucho tiempo en poder procesar el tiempo en términos cronológicos aproximados a la realidad del discurrir de las horas.

Pero el apego de los niños es feroz si lo comparamos con el de las niñas y se mantiene mucho más allá de los 4 años, mientras que las niñas durante ese tiempo 3-4 años son capaces de 1)controlar esfínteres 2) comer solas 3) ir solas al baño 4) establecer vínculos con otros niños y 5) elaborar frases con sentido y comunicarse de una forma más clara con otros 6) conocen más palabras sueltas. 7) sus juegos son más sociales y más complejos.

Dicho de otra manera: las niñas maduran antes.

Mi hipótesis es que este adelanto de las niñas hacia los niños (un adelanto que se mantendrá durante toda la primaria) se debe a haber superado la ansiedad de separación con más rapidez que los niños. Las niñas se relacionan con su padre de otra manera bien distinta a como lo hicieron con su madre y aunque los roles son intercambiables todos sabemos como las niñas se vinculan muy amorosamente con sus padres y con mayor rivalidad con sus madres, y como los niños a su vez lo hacen con sus madres, si bien los niños también están muy interesados con sus padres aunque este cariño o admiración no les hace renunciar a esos rescoldos del apego materno con el que conviviran mucho tiempo. Con el padre no entrarán en franca rivalidad hasta los 12- 13 años.

El suficiente hasta la madurez sexual pues un niño es un niño hasta que tiene relaciones sexuales, no porque las relaciones sexuales le conviertan en adulto sino porque para mantener relaciones sexuales hay que dejar de ser niño. El sexo no admite juegos, es algo muy serio. Podríamos decir que un adolescente varón transfiere pronto o tarde, a un sustituto materno ese apego infantil que quedó interrumpido por la madurez sexual. La actividad sexual por su parte no precisa apego ni amor, me refiero a los primeros escarceos donde el chico fluctúa de un ligue a otro sin necesidad de querer o amar a ninguna. Lo mismo sucede con las niñas en la adolescencia.

Sin embargo la mujer no necesita reeditar su apego con su madre con sus parejas sexuales pues ella misma es una mujer encarnada y tiene lo que hay que tener para seducir a los hombres, pero ha de pasar por el padre, ha de atravesar la ley paterna para estructurarse psicológicamente en la vida. esta etapa puede ser trágica con su madre a la que puede llegar a sentir como un policía de sus sentimientos o como alguien que le niega su sexualidad.

Los que si reeditan sus heridas emocionales son los padres a través de sus hijos, pues obviamente la madre también tiene apego por su hijo, de no tenerlo ningún niño sobreviviría, el apego es para siempre y nos afecta a todos, hombres y mujeres con o sin hijos. Los hijos simplemente nos obligan a revisar los nuestros y reeditarlos, es decir reescribirlos en tiempo real.

Luciano Lutereau es un psicoanalista argentino especializado en niños que ha escrito y dictado múltiples seminarios (que podéis visualizar en youtube). El libro que preside este post es uno de los que más me han gustado de todos los que he leído de él. Y aunque no estoy de acuerdo con todo lo que dice estoy muy en la linea de su manera de hacer divulgación sobre temas que hasta ahora el psicoanálisis trataba de una forma espinosa y siempre en cenáculos de especialistas. Luciano lo que hace es descender al mundo de las preocupaciones de los padres y casi sin querer decepcionarles acerca de la posibilidad de ofrecer literatura de autoayuda, en un tema que en cualquier caso lo que precisa es algo de contra-ayuda, es decir transmite la idea de que no existe una crianza perfecta ni una crianza buena o mejor que otra. Algo que no es baladí puesto que vivimos en una época insólita, sin comparación con cualquier otra anterior en cuanto a las preocupaciones que los padres tienen con la crianza de sus hijos.

Esta preocupación es un efecto secundario de la época en que vivimos y los padres tienen una sensación difusa de que algo están haciendo mal cuando sus hijos presentan alguna dificultad, en la separación, en el control de esfínteres, el el sueño, en el rechazo de la comida, en su socialización con otros niños o en el progreso del lenguaje.

Demasiadas preocupaciones sobre las que penden amenazas inconcretas en forma de diagnósticos psiquiátricos, como el autismo, el TDH, el negativismo desafiante o el mutismo selectivo. Conozco demasiados casos de falsos positivos en todos estos diagnósticos para rechazar el sentido común de Lutereau cuando afirma que un diagnósticos psiquiátrico es siempre algo a demostrar (no confundir con los neurológicos) y que muchas veces obedecen mas a dificultades de los padres para trajinar con aquella reedición de sus apegos que en una verdadera patología de sus hijos.

No basta con cumplir criterios para un trastorno u otro, hay que valorar la dinámica familiar y ver que está sucediendo en el obscenario.

Y recuerde, mas allá del trauma con T (negligencia, maltrato o abuso sexual) no hay crianzas buenas ni crianzas malas, ni por supuesto existe una crianza con apego, con teta o sin teta, pues el apego nos viene de serie a hijos y a padres aunque lo hayamos olvidado.

Y un epilogo: la teta es la metáfora del apego para todos los niños pero no para las niñas que en cualquier caso representarán en su cuerpo -a veces con cirugías innecesarias- ese fetichismo de los niños. Pues eso es el fetichismo, una metáfora.