Enfermedad mental y poder (VI)

La coacción

Coaccionar es una forma de violencia indirecta que tiene que ver con conseguir que alguien haga algo que espontáneamente no hace o bien que deje de hacer aquello que ya está haciendo. No hay que confundir la coacción con la intimidación que se mantiene gracias a la rivalidad agonística y que se basa en la amenaza y en el miedo, usualmente el que intimida lo hace a base de rituales destinados a atemorizar al otro, mostrándose desconfiado, hostil o directamente agresivo. El que coacciona lo hace de una manera más sutil e indirecta, no amenaza directamente ni intimida sino que trata de controlar la conducta del otro a través de una forma de dominio que aparece como neutral, impersonal o tangencial.

La coacción es una táctica bien implantada entre los recursos humanos destinados a conseguir que el otro haga o cambie algo en una relación interpersonal. A través de una conducta que directamente no le implica, el «no implicado» suele darse con mucha frecuencia por aludido, es el caso de los intentos suicidas, una conducta universal entre personas que presentan problemas emocionales y si atendemos a las estadísticas uno de los recursos más usados por los individuos como manera de cambiar un statu quo que consideran desventajoso para sus propósitos, intereses, o deseos.

De todas las formas de coacción que los humanos hemos inventado es el suicidio, consumado o no, la conducta humana que más desolación aporta a las personas significativas que rodean al suicida o parasuicida. El suicidio exitoso deja a los familiares implicados vacíos y confusos, culpables y afligidos probablemente de por vida, sobre todo si el suicida es un hijo y más todavía si deja una nota como ésta:

«Ya os dije que no haría la mili«

Esta nota que dejó a sus padres un suicida real no precisa más comentarios, uno siempre se suicida contra alguien o casi siempre y de ahí la consideración de homicidio invertido que ha acompañado clásicamente a las teorías del suicidio hasta que Durkheim puso algo de orden en un intento de explicar las conductas suicidas.

Pero el suicidio consumado no siempre es el final de una conducta suicida y por eso se ha hecho necesario inventar otra palabra para definir las tentativas de suicidio que no llegan a su letal consumación, se le llama parasuicidio y se supone que la magnitud del problema es incómoda y atemorizante desde el punto de vista de Salud Mental pública. Si el suicidio consumado supone 10 casos por cada 100.000 habitantes/año en nuestro país, las tentativas parasuicidas representan una cifra de 50 casos por la misma cantidad de población y año. Si además comprendemos que la mayor parte de suicidios se dan en personas con antecedentes de parasuicidio ya estamos en condiciones de entender que no existen suicidios «de broma» y suicidios «en serio», sino que todas las tentativas, montajes, amenazas o ideación de suicidio tienen que tomarse muy en serio.

Pero tomárselas en serio no significa que hayan perdido su característica de coacción: si descontamos algunos tipos de suicidio que tienen que ver con el deseo de morir, la mayor parte de ellos no tienen ese fin sino una demostración de fuerza, una conducta que trata de establecer controles en la vida de los otros, una especie de sabotaje o chantaje emocional que busca -a través de una apuesta fuerte- un cambio en el entorno que le rodea. El saber popular los identifica como ese tipo de intentonas en que lo que se pretende es «que le hagan caso» al suicida. Algo de verdad hay en eso, de lo contrario el parasuicida no buscaría ser rescatado de la muerte en ultima instancia como usualmente sucede, ni utilizaría medios precarios y de baja letalidad como la intoxicación con fármacos (el método más utilizado). No obstante el parasuicida no solamente busca una demostración de afecto para consigo mismo a través de su acto suicida sino modificar algo, cambiar algo y lo hace de un modo que usualmente fracasa, nadie consigue sus fines a través de una conducta tan brutal que usualmente es identificada defensivamente por todos como histriónica, exagerada o caprichosa. Más que modificar el statu quo el parasuicida sólo consigue estrechar mas el concepto que los demás tienen de él y perfilar una perdida de contractualidad social. El intento de suicidio no es pues una solución para ningún problema de distribución de poder, en ningún caso.

Se trata a veces de un jugueteo tanático donde el sujeto recae una y otra vez con intenciones de coacción hasta que un buen día se equivoca y…. muere. Esa suele ser la pauta sobre todo en pacientes jóvenes afectos de trastornos emocionales.

Otra forma bastante común de coacción es dejar de comer. Si descontamos el intento suicida, dejar de comer compromete no solo la vida del ayunador sino muchos otros valores familiares que se consideraban quizá a salvo. Dejar de comer ataca a la función nutricia y es un sabotaje a la función materna arcaica y convencional, más allá de las motivaciones estéticas o de control del medio ambiente a través de la restricción alimentaria no he conocido ninguna otra patología donde las madres se cuestionen con más convicción «que algo han hecho mal con sus hijas» si estas dejan de comer. Dejar de comer moviliza recursos sanitarios destinados a restituir la alimentación normal de la ayunadora, compromete el prestigio del médico, de la institución, pareciera que nadie puede morirse de inanición sin que se pongan en marcha todos los resortes del Estado para modificar esa estrategia incomprensible de ayuno, ingresos involuntarios, alimentación forzada, permisos judiciales, es como si el ayunador fuera una especie de suicida postergador sin intención declarada de morir. El espanto y el pánico por la responsabilidad atenaza a unos y a otros hasta que la ayunadora o ayunador de grado o por la fuerza abandonan su estrategia de coacción y la refinan tal vez por otra más elaborada.

A veces el ayunador no es un paciente mental sino un preso, entonces se le llama «huelga de hambre» como en el caso de De Juana Chaos. Aun tenemos en la memoria como en plena negociación del gobierno de Zapatero con ETA, el militante etarra de Juana Chaos, le hizo un pulso al Estado (y a su propia organización) y ganó. Actualmente está en la calle. Sabia muy bien que un Estado débil no puede tolerar una huelga de hambre, puesto que un Estado capturado por la idea de una rehabilitación universal del Mal es demasiado suave con el crimen y la transgresión criminal sobre todo cuando lleva la etiqueta de política. El discurso de la rehabilitación es la ideología que campa hoy por sus respetos en nuestra España. No es de extrañar pues que los jugadores fuertes arriesguen y ganen en sus confrontaciones con el Estado, el Hospital o la familia. La coacción hoy es una buena táctica para salirse con la suya si se sabe administrar bien.

La bajada de pantalones del Estado es a veces es tan cómica que hasta chistes inspiran.