Dios es amor
No se contenta el alma con menos que Dios (Santa Teresa de Jesus)

Terminé mi anterior post con un argumento extraído de la enciclopedia de Gustavo Bueno donde el autor explica ese concepto tan interesante que tituló «Inversión teológica», que utilicé para señalar la idea de que la secularización habría logrado sustituir la idea de Dios por la del mundo, lo que es lo mismo que decir que la secularización tuvo una secuela muy importante: la naturalización de Dios. Y lo que es lo mismo logró insertar en la mente humana, la idea naturalística de que cada humano es su propio Dios. Lo que es lo mismo que decir que coexisten rastros de divinidad y algo demoníaco en nuestro deseo cuando lo trascendente se transforma en inmanente.
Algo parecido sucede con el amor. No cabe duda de que el amor es un sentimiento con ciertas raíces teológicas, incluso tenemos una palabra para diferenciar el amor pedestre de la devoción. La devoción aparecería así como algo desgajado de la voluptuosidad sexual, algo que podemos albergar con una persona a la que admiramos, otra a la que veneramos por sus virtudes o conocimientos o bien relacionarse con algún culto, así podemos sentir devoción por un santo, por alguna virgen (usualmente la de nuestro pueblo) o con el mismo Dios. Algo relacionado con lo sagrado.
Pero al amor le pasa como a las enfermedades mentales, cambian según la época y las creencias compartidas por la población, es en este sentido patoplástico. En la antigüedad clásica no existía el amor, pues el sexo es el proyecto natural del mismo. El amor sobraba en la ecuación del lo sexual. No fue hasta el siglo XII, el siglo de Rumi, de Abelardo y Eloisa o el de Tristan e Isolda o el de los cataros cuando comenzamos a vislumbrar un tipo de amor -el cortés- que coexistió con dos cosas aparentemente contradictorias: la herejía de los cataros y la emergencia del amor pasional.
La coincidencia de cataros con el amor cortés -que glorifica a la mujer- es dificil de entender puesto que para los cátaros:
Los cátaros creían que la Tierra había sido creada por Satanás, y por lo tanto, toda la materia era mala. Sólo el espíritu había sido creado por Dios, que ofrecía la luz eterna. Esta creencia los llevó a rechazar la plenitud de Cristo, así como su resurrección.
Evidentemente los cataros estaban casados y tenían hijos pero su sexualidad debió estar muy limitada al hacerla coincidir con lo material, es decir con la reproducción. Los cátaros aspiraban a una vía mística de fusión con Dios, la vía unitiva, que fue precisamente lo que hizo que el papa la declarara como una herejía. Pues ya se sabe que la Iglesia optó por la vía epitalámica, es decir la metáfora del alma enamorada de Dios que podemos leer en los místicos españoles del XVI.
El amor pasional.–
Amores tórridos de entre los que me gustaría destacar el que practicaron Abelardo y Eloisa, él una especie de beato con mala conciencia y ella una especie de madonna sacrificial. No hay que olvidar que ambos amantes vivieron en el siglo XII y que en aquella época, el amor cortés era una especie de trasunto idealizado donde el amante ponía a su amada en una especie de altar para adorarla desde lejos o desde la imposibilidad a lo que ella siempre respondía con fugaces escarceos amatorios de lo más carnal y de lo más provocador como si ellas, las que habitaban en aquella Europa medieval estuvieran más liberadas que ellos, siempre dependientes de la normas y probablemente de los castigos que había que esperar si las cosas se torcían. Y solían torcerse porque al parecer Eloísa quedó embarazada y Abelardo quiso casarse con ella a fin de reparar su ofensa pero Eloísa le contestó lo siguiente:
«Ser tu esposa es un gran don que me regalas pero sin renunciar a tal condición quisiera decirte que prefiero ser tu concubina o tu ramera».
Abelardo quedó estupefacto y ni aun así pudo librarse de que la familia despechada de ella le castrara. Al final Eloísa entra en religión y hasta se convierte en abadesa de un convento desde el que sigue escribiendo cartas de amor al «plasta» de Abelardo que ni así accede a reencontrarse con su amada devocional.
Como puede observarse en esta tragedia, el amor juega a veces en contra de los amantes en carne propia, algo que en la Antigüedad no sucedía puesto que el único drama relacionado con el amor es el de Paris y Helena y se trata de un amor que llevó a una guerra, es decir a una desgracia colectiva. A partir del siglo XII los amores tórridos llevarían a las parejas hacia su destrucción como sucede también en Romeo Y Julieta, siglos más tarde.
Todo parece indicar que estas desgracias suceden cuando el amor es algo pasional, lo opuesto al matrimonio, que representa el orden social si consigue borrar todos los excesos o las expectativas de felicidad y placer, también de dolor o de desgracia. Algo que no sucede con los matrimonios forzados y casi siempre cuando uno se deja llevar por sus emociones o querencias. Hay que recordar ahora que el matrimonio electivo es muy reciente en nuestra Europa.
Y es que de amores nadie sabe nada salvo unos cuantos iniciados: aquellos que saben que el amor o es una fechoría o no es nada. Que el amor es una forma de sacrificio a fin de mantener estirados aquellos hilos que se encuentran suspendidos entre esos dos vacíos entre los que discurre nuestra vida. Así lo entendieron los misticos de todas las especies y religiones de entre los que me gustaría nombrar a Rumi, el místico sufí que busco a través del amor carnal la fusión con el Todo tal y como se entendía el Todo en esa tradición. Dejo dicho Rumi:
«Antes de que en el mundo hubiera vid o uva nuestra alma estuvo embriagada de vino inmortal».
Lo que significa que el hombre es portador de una esencia inmortal (el alma) que es previa a cualquier contingencia. Un rastro de la divinidad.
Naturalmente el sufismo acabó siendo también prohibido por el Islam, de él solo quedan derviches girando en el sentido opuesto a las agujas del reloj y que podemos ver en Estambul en espectáculos para turistas.
Formas de amar.-
Existen niveles en la forma de amar que pueden verse en este post en el que hablé de amores canónicos o amores terrestres siendo la identificación el nivel más bajo y mas cercano a la preservación y el nivel fusional o unitivo la via elegida por los cátaros y ciertos místicos de nueva ola. Y no debemos olvidar que la Iglesia exige aun hoy a sus sacerdotes el celibato, un rastro mistérico de la santidad.
Se trata de las octavas bajas (instintivas) del amor y lo que las caracteriza es la ambivalencia, el estar sometidas a tensiones opuestas y que no es otra cosa sino el marchamo de la dualidad.
Así el amor romántico anda de la mano del divorcio, de los celos, del uxoricidio y de la mono-poligamia con sus correspondientes adversidades. La amistad está sometida a las decepciones y a la traición y el amor materno está lleno de «estragos» que llevan a cabo las madres y padres con sus hijos, por no hablar del aborto o el infanticidio, formas extremas de una negación, de un no querer saber.
En su octava más baja el amor se manifiesta por la identificación, algo que compartimos con otras especies, sobre todo con los simios que utilizan la «imitación» como una forma filogenéticamente más antigua que lo que nosotros entendemos como identificación. Probablemente el concepto etológico de «impronta» o el apego de Bowlby es un desarrollo del potencial de este mecanismo que promueve nuestra supervivencia.
La identificación es un más allá de la impronta: que implica seguimiento y reconocimiento pero no identidad: se trata de un querer ser, un apropiarse de algo, una especie de robo de un bucle que está en otro o de una imitación especular de ese otro. La identificación procede del amor y también del miedo, es pues un mecanismo dual y terrestre, de lo más terrestre.
Dicho de otro modo, a pesar de que identificarse es necesario para construirse una identidad lo cierto es que la identificación es spam psicológico. La función de la identificación es provisional y una vez establecida a través de bucles diversos, de lo que se trata es dejar de identificarse (desidentificarse) cuando ya no tengamos la necesidad de «ser como otro», una vez que sepamos quienes somos y podamos empezar a podarnos o soltar lastres. No antes de los 50 años.
Por eso el amor requiere siempre ser Dos, pues el uno siempre huele a narcisismo, contaminado por la necesidad, algo en definitiva, forzado.
Los estados elevados del amor.-
A medida que vamos ascendiendo por la ruta de la sublimación y vamos abandonando (después de haberlos satisfecho todos) estos estadíos del amor terrestre aun nos queda descubrir algunos pequeños islotes que se muestran en el horizonte. Estos islotes se llaman Compasión, Devoción y Fusión. Se trata de subproductos del Amor pero ya más cercanos a ese estado canónico que hemos definido con mayúsculas.
La compasión (sufrir juntos) es probablemente también de origen terrestre y se articula sobre la empatía. Pero la empatía por sí misma también es dual (aun lo es) y no logra superar la barrera de los opuestos generando no pocos estados de disconfort o displacer, sobre todo de inadaptación. Bien a través de la abnegación (la negación de las propias necesidades) o la excesiva identificación con el sufrimiento ajeno, el compasivo es todavía prisionero de sus identificaciones más primitivas.
La devoción es la entrega a una experiencia, a un proyecto, a una causa por lo general de carácter místico. Es también la irresistible atracción hacia una idea, una persona, un rey, un santo, una persona amada, un monarca, un dictador o un ser vivo. Por lo general la devoción es una forma sublimada de amor que no necesariamente implica al sexo (aunque tampoco lo niega) pero si la entrega, la pasividad y la adquisición de conocimiento. La devoción es una experiencia noética y no es dual, algo así como un psicodélico.
Sin embargo para experimentar la fusión es necesario descorrer el velo, salirse de la matrix a través de alguna experiencia que logre perforar la red. Se trata de una experiencia que como todas las experiencias inusuales no puede comunicarse, es inefable, solo puede vivirse en primera persona. Pero existen dos tipos de experiencias fusional, una que preserva y no confunde la identidad propia y otra que aniquila la propia mismidad.
Del mismo modo que sucede por abajo, con respecto a la identificación, hay algo en la experiencia de fusión (la evidencia de que somos Uno) que nos retrotrae a un tiempo y un lugar donde pareciera que ya hayamos habitado, una especie de dejà vu que procede de la regresión que el deseo propicia a ciertas personas que quizá llegaron demasiado pronto a enfrentarse cara a cara con la divinidad, con ese semblante que a veces es benéfico y otras veces monstruoso.
Es por eso que las experiencias fuera de matrix pueden ser aterradoras o bien tan gozosas que algunos místicos nos han señalado que aun así son difíciles de soportar. Santa Teresa pedía a Dios que la liberara de estos raptos donde parecía ser llevada hacia arriba por una extraña fuerza que le parecía levitar. «Arrobamiento» (éxtasis) le llamaba la Santa a esta experiencia, una especie de rapto, una especie de posesión por una Fuerza sobrecogedora que viene de arriba.
El éxtasis no es el orgasmo vulgar sino el orgasmo trascendente. No es un orgasmo vegetativo sino un orgasmo por alineación con el Uno.
Pues el Poder siempre viene de arriba.
El amor canónico es el más abstracto, el amor materno el más concreto, más aun es la identificación: «queremos ser y obtener eso y no cualquier otra cosa». Pero esta jerarquía de sentimientos y experiencias amorosas no son esencialmente piramidales: no es que los extremos se toquen es que conforman un bucle sin fin, como esa hormiga que circula eternamente por la cinta de Moebius.
Significa que en el bucle del amor no hay principio ni fin y existen múltiples entradas y salidas. De tal manera que a través del amor maternal (o su falta) se puede llegar a la Devoción o a través del sexo (o su privación), se puede llegar a la Fusión.
Y no olvidar que las experiencias fusionales experimentadas de manera extemporánea pueden llevar a la locura.
Todos los caminos llevan a Roma, pues Roma no es un lugar al que se accede tras una carrera de logros sino una torsión de la conciencia que en cualquier caso es accesible a cualquier persona con un mínimo de comprensión, sin habilidades especiales, simplemente basta con mirar y reconocer, aunque no existan palabras para nombrarla.
De manera que el amor es un más allá del sexo, de la amistad, del apego, de la necesidad.
Un resto de nuestra relación con lo sagrado.
¿Podemos morir por amor?
Eso mismo nos cuenta Wagner en su Liebestod en la ultima escena de Tristan e isolda. Si, es posible porque matar y morir tienen más sentido que vivir, cuando el sentido ha quedado atrapado en el Mundo natural.
Es posible rastrear el como se ha producido esta inversión teológica a lo largo de nuestra historia?. La misma parece iniciarse a través del inefable Descartes, en el mismo instante que se interioriza su dualismo cartesiano, al distinguir entre su «rex extensa» o mundo de la materia y su «rex cogitans» o mundo mental. Es decir una distinción entre lo objetivo que es patrimonio de la ciencia, externo al individuo, y la mente que es de carácter subjetivo donde lo que se fundamenta no es externo a uno, sino que esta en mi. El Amor por tanto que trasciende toda dualidad queda acotado a la religión, en resumen a lo inefable.
!Ajora bien, posteriormente en el Siglo XIX la inversión teológica empieza a gatear en el instante que se empieza a razonar que la mente de carácter subjetivo esta supeditada a las leyes físicas, a las leyes terrestres, a la materia. Lo que resulta curioso es que esta inversión previa es totalmente falsa, en tanto la construcción del mundo a través de nuestros sentidos son recreados en nuestra interioridad, lo que nos lleva a que la realidad y la experiencia de la realidad son totalmente distintas.
Todo es mente, por que la supuesta materia no es mas que una imagen mental, algo muy desagradable para la ciencia, pues el método científico tiene como base la previa construcción subjetiva de nuestro cerebro.
El proceso deconstructivo de toda objetividad «Matrix», no es mas que el camino de vuelta en el mito de la caverna «Trascendencia». Sin embargo la modernidad secular y su inversión teológica sigue atrapada en la ficción de que todo es materia, a pesar de teorías que nos hablan de fenómeno y nóumeno, o de tonal y nagual, cuerpo material versus energético.
Lo que se ha perdido es el misterio de aquello que nos gobierna. El Amor inefable que es incognoscible, es el poder que viene de arriba. O lo que es lo mismo su inversión en el sentido atrapado en un supuesto mundo material, donde de nuevo el «Adversario» imita al Ser Trascendente con un Amor a su imagen y semejanza. Un amor que no salva.
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