Pensar rápido, pensar despacio


pensar

Daniel Kahneman es un psicólogo americano (aunque de origen judío) que recientemente obtuvo el premio Nobel de economía. Sólo por esta razón merece la pena detenerse en su obra y su personalidad. Y es por eso que este verano me he entretenido con leer una de sus obras traducidas al castellano.

Confieso que acerté al elegirlo como lectura veraniega, pues se trata quizá del libro mas interesante, profundo y asequible -para el gran publico- que he leído en los últimos tiempos y que aborda temas muy complejos a través de un acercamiento que no dudaria en calificar como cibernético en el buen sentido de la palabra y casi sin nombrar la metáfora del ordenador

En realidad he dudado en escribir este post puesto que encontré un blog que se había ocupado de ello con mucho acierto e interés divulgativo. Aqui hay una entrada que os habla del libro. De forma que voy a ceñirme a ciertos aspectos que para mi resultan de interés para cualquier investigador con poca formación sobre estadística.

Para Kahneman existen dos tipos de procesadores cerebrales, les llama el tipo I y el tipo II. El de tipo I es un cerebro intuitivo, mientras que el de tipo II es un cerebro riguroso que utiliza cálculos matemáticos y una cierta operación estadística a fin de tomar decisiones sobre la verdad o falsedad de las percepciones que nos entran por los sentidos.

Para comprender intuitivamente las funciones del pensamiento tipo I y del tipo II lo mejor es recurrir a esta ilusión óptica bien conocida por todo el mundo

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¿Cual de las dos lineas es mas larga?

Supongo que todos conoceís la respuesta correcta: son iguales. Lo que interesa señalar es que sabemos que son iguales si tenemos a mano una regla para medirlas porque intuitivamente nos parece que la de la derecha es más larga. Lo interesante de esta ilusión es que aunque sepamos (porque ya las hemos medido) que son iguales, seguimos viendo la derecha más larga. Eso me sucede al menos a mi.

Nuestro cerebro tipo I percibe la desigualdad de ambas lineas por una razón contextual, las bordes que se abren hacia adentro nos hacen percibir la linea mas corta que cuando esos bordes se abren hacia afuera. El cerebro tipo I lanza una respuesta intuitiva e impulsa su intuición hacia el cerebro tipo II que puede ser engañado si es muy perezoso o bien -si es diligente- se pone en guardia frente al engaño. El tipo I no sabe una palabra ni de matemáticas ni de estadística y tiene además prisa en llegar a una conclusión, porque lo que le caracteriza es que tiene respuestas para todo, hasta para aquello que no sabe.

Otro ejemplo, con un poco de cálculo.

Un bate de beisbol y una pelota cuestan 1,10 euros, sabiendo que el bate vale 1 euro mas que la pelota ¿cuanto vale la pelota?

Nuestro cerebro tipo I lo tiene bien claro, es intuitivo. La pelota vale 10 centimos. ¿no es eso lo que diriamos casi todos?

Nuestro cerebro tipo II, no sale al encuentro si está ocupado en otra tarea o cansado. Si la pelota valiera 0, 10 euros el total de bate y pelota costaría 1,20 euros puesto que el bate cuesta un euro mas que la pelota.

Dejo al lector interesado en calcular a través de su cerebro II cuanto cuesta esa pelota.

Lo que le gusta al cerebro tipo I es inventar historias coherentes y las mejores historias se construyen con poca información. Lo que le gusta al cerebro tipo I es llegar a conclusiones coherentes aunque sean falsas de forma rápida puesto que está diseñado para eso, para lo fácil y lo cotidiano, lo esperable, pero está poco poco dotado para la sorpresa. De hecho para el cerebro tipo I la información es un hándicap puesto que a más información lo que aumenta es la ambigüedad y el cerebro tipo I detesta la ambigüedad y la duda, tanto es así que rechaza aumentar su información y se conforma con construir una narrativa que le resulte significativa sobre cualquier cosa. Y casi siempre se consigue. Somos grandes narradores de historias coherentes (aunque incompletas o falsas, gracias Gödel) merced a nuestro cerebro tipo I.

Un ejemplo de la poca información con la que construimos nuestros juicios es la primera impresión que nos causan las personas. Después de hablar dos palabras con alguien sabemos si nos agrada o nos desagrada. Esta sensación es intuitiva, es decir no responde a una información completa ni correcta sobre la persona que tenemos delante, pero elaboramos una impresión y esa impresión determina lo que se llama un sesgo de confirmación.

El sesgo de confirmación significa que vamos a ir construyendo y añadiendo rasgos y opiniones sobre esta persona enroscadas en la primera impresión. Es así como se construyen juicios sesgados, puesto que las cadenas asociativas del sesgo refuerzan la primera impresión. El sistema II ha sido engañado por el el I y construye una creencia falsa,

Este tipo de sesgos son muy importantes si estamos evaluando a alguien que busca cierto trabajo. Imaginemos que buscamos un líder para dirigir una empresa cualquiera, un director de algún proyecto con empleados a su cargo. Hemos de tomar una decisión.

Algo que puede influir en este tipo de decisiones es el efecto halo. El efecto halo es la tendencia a maximizar o minimizar las cualidades o los defectos de alguien simplemente por su parecido con otra persona de la que guardamos registro en nuestra memoria, En este sentido es necesario recordar que hay un Yo que experimenta y un Yo que recuerda y que ambos no son el mismo Yo. Es por esta razón que si tienes que tomar una decisión que implique buscar a alguien con dotes de liderazgo es mejor que tengas en cuenta que nuestro sistema I es capaz de reconocer a estas personas de un solo vistazo de forma intuitiva. Las cualidades de fortaleza y dominio son fáciles de detectar pero no tanto la crueldad o la corrupción.

Nuestro cerebro tipo I se pasa el tiempo buscando relaciones de causalidad entre las cosas, teje por asi decir hipótesis causales que adopta como creencias si el sistema II anda dormido, pero no sólo causales sino de intencionalidad y de agenticidad. Es lógico puesto que nuestro sistema I está diseñado para detectar amenazas o subrayar apetitos, es por eso que contestar rápidamente a las preguntas ¿Quién es? ¿Que intenciones tiene? ¿De donde procede la amenaza? son cuestiones vitales que funcionan automáticamente y en parte de forma inconsciente. Nuestro sistema tipo I no cree en el azar y es por eso que se encuentra inclinado a creer en patrones falsos (los patrones falsos son los que no llevan información) aunque lo parezca.

Una de las curiosidades del azar es que genera patrones que parecen intencionales. es por eso que es necesario conocerle bien, pues tendemos a subestimarlo. Como ejemplo de los guiños del azar hablaré en un próximo post de la enfermedad de los futbolistas. ¿Padecen los jugadores italianos una epidemia de ELA (esclerosis lateral amiotrófica)? tal y como parece desprenderse de esta noticia.

¿Que diría de ello nuestro cerebro II? Y más que eso ¿Que diría un cerebro II que sabe estadistica?

Otro tema es el de las abstracciones que todos creemos saber a qué se refieren. Un tema recurrente es el de la felicidad pero quizá sea mejor oir al propio Kahneman hablar sobre los engaños de la experiencia y la memoria.

Una entrevista a Kahneman en el ABC.

Nota liminar.- La pelota de beisbol cuesta 0,05 euros.

8 comentarios en “Pensar rápido, pensar despacio

  1. Entiendo que el primer tipo de procesador cerebral tiene tendencia a un pensamiento más general y requiere de menos capacidad de «atención» que el tipo II que se centra en lo concreto y requiere de atención o concentración.
    Así pues en el niño es el tipo I el que reina, supongo que en el autismo lo que emplearía prácticamente es el tipo II.
    A mi me parecería que es más importante el tipo I que el II, ya que aunque las conclusiones del tipo I tengan menos rigor tienen un alcance más general que el del tipo II.
    Lo del bate y la pelota inicialmente yo también me había equivocado y mi primera conclusión había sido que la pelota costaba 0,10 céntimos, luego al leer mejor y recalcular mejor vi que valía 0,05 céntimos, supongo que al escribir el post omitiste un «0» o te pareció que 0,5 eran 5 céntimos .
    De todas formas los dos tipos de procesadores supongo que se suplementan, uno ve el camino de una forma general y el otro se centra en los detalles del camino y del viaje.

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  2. ¿Realmente aporta algo considerar que existe un sistema rápido (S1) y un sistema lento (S2) de pensamiento? ¿No es exactamente lo mismo que la capacidad intuitiva y la capacidad de razonar? No he leído el libro, pero por los tres ‘posts’ de «Motivándote» y por tus comentarios parece que Kahneman no aporta nada nuevo, salvo matizaciones a lo ya sabido; quizá la más a tener muy en cuenta y no olvidarla jamás que nuestros sentidos nos engañan (lo que tampoco es cosa nueva). Schopenhauer les daba a S1 y a S2 el nombre de «conocimiento intuitivo» y «conocimiento abstracto».

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    • En parte de acuerdo contigo, pero es que además,(a no ser que en inglés el título sea distinto), el título ya es ambiguo, ya que yo sepa el acto de pensar siempre va a la misma velocidad, que uno pensando tarde más o menos en llegar a una conclusión depende por ejemplo de cuando ha sido saciada la curiosidad o no,(por ejemplo).
      Quizás se refiere a un pensamiento más concatenado y preciso y por tanto tardará más en llegar a la conclusión que un pensamiento más visual o metafórico en donde la conclusión es más general y eso en el pensar aportará menos tiempo hacia el resultado.
      Quizás una de las líneas que separa intuición de razonar es que en el intuitivo uno ve con claridad el resultado sin conocer el camino recorrido a ello y en el razonar uno entiende el resultado(aunque no con tanta claridad) pero conoce el recorrido que le ha llevado a ello.

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      • Es por eso que la intuicion suele equivocarse y a veces incluso arrastra al cerebri tipo 2 al error pues ambos comparten la misma red asociativa consciente e inconsciente

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  3. Pingback: Alfabetización económica, consumo y endeudamiento. | Psicoloquio

  4. A Kanheman y Tversky les otorgaron un premio Nobel en economía. Parte de este trabajo está contenido en el libro en los capítulos centrales. Su aportación en el terreno económico es tan falaz como decepcionante. Su tremenda arrogancia (la de Kanheman) le hace auto proclamarse pionero en teorías que llevan trilladas más de un siglo como las teorías del valor de uso y valor de cambio. Quizá haber leído «El Capital» o saber algo de la revolución marginalista le hubiera ahorrado ese ridículo y años de investigación.

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