Enfermedad mental y poder (V)


«Ama a tu prójimo como a ti mismo»

Nuevo testamento

Reivindicación

El origen etimológico de la palabra «reivindicación» no deja lugar a dudas: se trata de una revancha, de una venganza. La reivindicación es una vuelta de tuerca más allá de la queja, ya no es algo que se demanda o se suplica sino algo que se exige o se reclama, pues es un débito que el reivindicador se atribuye como derecho, como pago por algo anterior -real o imaginario- que quedó pendiente.

Las consultas médicas y también el mundo del trabajo son frecuentes escenarios de reclamaciones y de reinvindicaciones dirigidas a un cambio de estatus o de reconocimiento de un mérito o de un malestar, seguramente ambos mundos: la empresa y la medicina se encuentran atravesadas por esa misma intencionalidad de revancha, en un caso porque es en el trabajo donde ocurren las decepciones más importantes con el valor, el reconocimiento o el poder personal y directo y es en la consulta del médico donde se legitiman aquellas derrotas casi siempre en nombre de la enfermedad o la minusvalía y que llevan implícitos correlatos económicos: satisfacciones en forma de bajas laborales y a veces de indemnizaciones Un punto de encuentro donde el sistema judicial, las clasificaciones internacionales de enfermedades mentales y el mundo laboral se dan la mano en perpetuar la irresponsabilidad individual casi siempre acompañada de un «premio de consuelo» en forma de pensión de invalidez.

Un premio que no llega a satisfacer a nadie, porque si fuera cierto que el «enfermo» persigue claramente solo una pensión, después de conseguirla dejaría de quejarse y la experiencia nos enseña precisamente lo contrario, es después de haber conseguido el premio de la pensión cuando el paciente ya ha quedado alienado para siempre a través de su prebenda y ya no puede dejar de quejarse, aunque quizá cambie de queja o la refine. Porque el reivindicador verdadero no busca exactamente una pensión sino una restitución.

Es verdad que el derecho no fue inventado para restituir valores abstractos sino pérdidas concretas en el campo de los derechos individuales frente al Estado. El derecho no tiene una orientación psicológica y de ahí las diferencias de criterio entre la verdad psicológica y la verdad jurídica.

¿Qué clase de restitución es la que busca el reivindicador o el querulante ordinario?

Busca a través del litigio que se le de la razón, aquella que cree que en otro lugar se le ha negado, se le ha sustraído o se le ha escamoteado. La restitución que busca es dejar las cosas en el statu quo anterior al del inicio de todo el proceso, recuperar su autoconcepto, que perdió seguramente después de sentirse atropellado injustamente. Conceptos de moda como el «mobing» dan cobertura legal a este tipo de sentimientos victimarios. (Me refiero naturalmente a las invenciones o la mendacidad querulante)

El reivindicador es un superviviente, un perdedor en la competencia agonística, aquella que se confronta directamente con el poder, el reivindicador es seguramente alguien que ya ensayó con anteriordad la seducción, el sometimiento codicioso y la queja victimaria sin resultado y que ahora quizá después del paso de los años y de haber perdido contractualidad o credibilidad social debido al uso indebido y frecuente de aquellas estrategias tiene que recurrir a una nueva que imponga sus opiniones a los demás. Pues de eso se trata en cualquier reivindicación: de imponerse sin confrontarse sino deslizándose desde una posición de víctima hasta la de un perseguidor encubierto.

Algo que no sólo sucede con los individuos sino con los idiomas minoritarios y las sexualidades periféricas. Tanto el catalán como los homosexuales han pasado de ser perseguidos a perseguidores. De resistir a imponerse, en eso que se llama inmersión lingüistica en un sitio o visibilidad social en el otro y que no es sino la imposición de las excepciones a las mayorías, una venganza, un ajuste de cuentas, una violencia en este caso políitica. Las manifestaciones, las asociaciones y en muchos casos las ONG son el refugio ideal para este tipo de personas.

Curiosamente a esta fiesta se la llama, «dia del orgullo gay», ¿orgullo?¿no es el orgullo la pasión paranoica por excelencia?

De manera que en la práctica es dificil discriminar las reivindicaciones histéricas de las paranoides pues ambas quedan ancladas en el barro narcicista, en ese pantanal donde la grandiosidad y el excesivo orgullo oscurecen el principio de realidad y generan nuevas irrealidades en el juicio de las personas, algunas de ellas sin llegar a delirar francamente poseen tal grado de fijeza y sobrevaloración de sus opiniones que más bien parecieran psicóticos que simples neuróticos con una exagerada opinión de sí mismos o de su causa.

Aquel que reivindica algo se cree en posesión de la verdad, algo que comparte con el paranoico: la certeza, sin ningún asomo de duda. Más que una creencia el reivindicador es un descreído, se sitúa más allá de la creencia, es un fanático de su propia causa.

Pero no hay que confundir la reivindicación con la rebeldía. La rebeldía es la condición de lo nuevo, el motor de cualquier cambio social o individual. La rebeldía es un «no» y la reivindicación es un «si» que se vende más o menos caro, un «si» condicional, un si para sí mismo, para un punto de vista usualmente sobre algún suceso individual. La rebeldía -el pensamiento lateral- es la condición de la creatividad y es mas una estrategia transgresora que confrontadora o vindicativa, como lo es la insumisión a las reglas injustas que la sociedad o que cualquiera nos dicta. En este post hablé de la personalidad creadora y sus solapamientos con los trastornos afectivos.

El tema de cuanta obediencia y cuanta rebelión son necesarias y justas en nuestras sociedades no es en absoluto un tema baladí y hay que recordar que es uno de esos grandes temas sobre el que han reflexionado grandes hombres como Cicerón, republicano convencido que tuvo que vivir la peor época de la Republica romana: durante la guerra civil entre Pompeyo, Cesar y Marco Antonio, su posición se decantó al final por este ultimo, pero a pesar de ser perdonado por el propio Cesar por esta elección entre la menos mala de las opciones, fue asesinado por partidarios de Marco Antonio en el exilio. Fue precisamente su condición de exiliado lo que inspiró a Cicerón sus grandes reflexiones acerca de la lealtad a sus ideas y del conflicto que representaba para cualquier republicano el apoyar la tiranía que Cesar quería imponer y en nombre de la salvaguarda de la propia República, no obstante Cicerón se pregunta ¿es moral guerrear contra Cesar aun yendo contra tus propios conciudadanos, contra tu propia patria? Un dilema difícil de resolver, no sólo para él sino incluso para nosotros aquí y ahora ¿hay que llevar a la guerra y a la miseria un país para desprenderse de un dictador? ¿Cuanta violencia es legítima, justa y moralmente aceptable y en qué casos?

Sólo los marxistas (y los integristas religiosos) tienen una respuesta clara y universal para este dilema: «ninguna tiranía es aceptable y es legítimo combatirla con todos los medios» o «hay que ser beligerante con la injusticia en todos los casos, en todos los ámbitos y con todas las armas a nuestro alcance» . Esta idea anterior podría formar parte de cualquier credo tiránico de esos que se presentan como liberadores del hombre, y han sido de hecho ideas como las anteriores las que han sostenido todas las asonadas históricas y la instauración de regímenes muy parecidos a los que decían combatir.

Y esta es la gran paradoja humana: la rebeldía es necesaria pero después de un cierto grado se transforma en otra tiranía. La reivindicación justa es aceptable pero sus logros pueden ser injustos en otro lugar, creando asimetrías y disfunciones.

El equilibrio entre obediencia y rebelión es un delicado estado que solo en lo mental da como resultado grandes crisis personales mientras que en lo político genera cataclismos y experimentos peligrosos de ida y vuelta. Del mismo modo reivindicación y rebeldía son dos conceptos muy parecidos y que a veces aparecen solapados que llevan con frecuencia -llevados a su extremo- a un orden de cosas muy parecido al que intentan combatir.

En lo individual la reivindicación histérica se enfrenta también a este tipo de contradicciones que incumben a lo político y que hacen que la reflexiones de Ciceron aparezcan como filsofía de los dilemas individuales por más que fueran formuladas como dilemas éticos y políticos. La reivindicación histérica suele aparecer con dos tipos de resortes: unos de matiz beligerante -de los que ya he hablado- y otros de naturaleza abnegada.

La abnegación es la otra cara de la reivindicación y en ocasiones le sucede secuencialmente: primero me sacrifico y luego exijo. Para los católicos la abnegación es la condición del amor. Pero la abnegación ya posee en su definición: ab-negación algo que habla de una renuncia, de un sacrificio, de una negación. ¿Qué es lo que se niega en una relación abnegada? ¿A qué se renuncia? ¿Qué se sacrifica? Nada mas y nada menos que la propia pasión, necesidad, interés o deseo. El abnegado se embalsama a sí mismo para dedicarse a las necesidades de los demás. Naturalmente este ideal cristiano en el que creen muchas personas y plagiado de las relaciones madre-hijo, no es más que un ideal: nadie puede amar a otro más que a sí mismo.


Exceptuando este tipo de «altruismo» que es breve y con costos adicionales para la madre hay que aclarar enseguida que el amor maternal no es algo incondicional ni perpetuo, se halla en permanente negociación y nada tiene de abnegado y sí mucho de pulsión de poder ¿existe algún ámbito de poder femenino más claro que en la maternidad?. El resto de «altruismos» responden más a una necesidad de negarse a sí mismo como ser deseante que a la necesidad de entregarse a los demás sin condiciones.

Sin embargo las reivindicaciones altruistas tienen buena prensa, asi determinadas asociaciones y ONGs cuentan con fondos públicos para su gestión y extraen sus vocaciones de aquellos que han profesionalizado su «altruismo y abnegación» que a veces deja ver su opción interesada. Sin negar la labor humanitaria que muchas veces se realiza en algunos ámbitos donde el Estado tiene dificultades para llegar hay que decir ahora que la incidencia en el mundo de la caridad y la abnegación es muy limitada si la comparamos con el desarrollo económico y la generación de riqueza en un entorno de estabilidad política.

La caridad se ha demostrado ineficaz frente al subdesarrollo y la pobreza, esto es indudable. Pero también hay que señalar que individualmente ejercer cierta forma de caridad brinda al individuo la posibilidad de «sentirse mejor persona que lo que realmente es (o cree ser)» y esto también es indudable y probablemente es la causa de que existan constantemente vocaciones de abnegación, siempre más frecuentes en aquellas personas que a través de ella logren un cierto ajuste entre sus necesidades negadas y las necesidades que pretenden aplacar en otros.

Volviendo al nivel interpersonal hay que señalar que todo abnegado es alguien que pronto o tarde pasará factura por su sacrificio. Lo que le da un doble poder, el poder de la reivindicación -a veces justa- y el poder de la abnegación siempre bien valorada.

Y lo que demuestra y retrata sus verdaderas intenciones: o bien cobrarse una deuda o bien sepultar un deseo propio.

11 comentarios en “Enfermedad mental y poder (V)

  1. Simplemente enriquecedor, RC. Me ha encantado eso de la abnegación oblativa, y lo del orgullo y la paranoia también, aunque se entiende que los perdedores no pasan directamente al victimismo reivindicatorio sino que agotan antes las vías anteriores antes de cambiar de estrategia (como los niños, que cuando quieren ese caramelo que no se les concede primero lo intentan llorando, luego con seducciones, sobre todo las niñas con el “todopoderoso”, que para algo son más coquetas).
    Ahora que lo pienso, no sé si podría hablarse también de quejas grupales (actualmente tb en foros) o cualquier sitio donde la gente se reúne para quejarse a coro o dejar verdes a los políticos u otras cosas sin aportar sin embargo soluciones ni ideas positivas aplicables, ese tipo de desahogos.
    Qué interesante todo esto. Y un poco transgresor también, pero para leer lo contrario ya hay otros sitios 🙂

    Me gusta

  2. Si, los foros son lugares extraordinarios para quejarse y hacer reclamaciones, más allá de eso sirven para dejar constancia de la discrepancia eterna entre quien dice algo y quien dice criticar algo aun sin pensar en lo contrario. Discrepar aun sin saber de qué se discrepa: ese es el goce. Este medio es muy histérico pero no llega a llenar del todo a los quejosos o reclamantes que necesitan siempre visibilidad y exhibición ¿Qué sentido tiene quejarse en voz baja? Se trata de la resignación el reverso cristiano de la reivindicación. Tan histérica una cosa como otra por cierto.

    Me gusta

  3. Si, la abenagción y la oblatividad más bien sería la abnegación convertida en rasgo, algo así como la «profesionalización » del autosacrificio. Y seguramente es cierto lo que dices, puede proceder de un sentimiento de culpa como también de un sentimiento megalomaniaco: un sueño de grandeza disfrazado.

    Me gusta

  4. Lo otro que describes el el «buenismo» es decir la tendencia a una sociedad perfecta -perfecta e inhumana, claro- que ha calado como ideal en todas las capas de la población: Albert Boadella dedica su ultimo montaje a este asunto del buenismo, se llama «La cena» y dicen que es muy divertida, como todo lo que hacen Els Joglars, divertida, inteligente y sin concesiones.

    Me gusta

  5. Què bueno està esto, Paco y compañìa. Una pregunta: la conducta reivindicatoria paranoide no suele aparecer con frecuencia de manera primaria, es decir, sin estar precedida por la queja o la seducciòn? ¿Y no se huele algo psicopàtico en esas depresiones que torturan a todo el grupo familiar?

    Me gusta

  6. Esto, M. Inés, me recuerda a esa señora «depre» que mencionaba el otro día en la entrega n. 4, y, como no soy psi, me pregunto si se aplicará aquí también una definición de lo psicopático en uno de los libros del maestro («un neurótico sufre, un psicópata hace sufrir sin sufrir él, un psicótico sufre y hace sufrir pero por motivos más complejos») tiene que ver con esto, pues, ahora que lo dices, esa mujer del ejemplo hace sufrir pero bien.
    ¡Qué bonito, cuánto aprendemos los no-psis de tanta neuropoesía! 🙂

    Me gusta

  7. La reivindicación histérica y la paranoide son distintas formas de querulancia, que tienen cosas en común, no es raro que la histérica re-accione de forma paranoide (una vaga sensación de persecución o conspiración) cuando se socava su narcisismo, pero no llega nunca a delirar, su reacción es autolimitada y por decirlo así tiene buen pronóstico. La querulancia paranoide responde a la identificación de un perseguidor externo y mientras le identifica los litigios pueden ser eternos, pero la causa del paranoide rara vez consigue adeptos, sin embargo las causas histéricas tienen muchos partidarios, incluso asociaciones que se dedican al asesoramiento psicológico y legal. El paranoide está sólo con su certeza mientras que la histérica puede llegar a dudar y de hecho lo hacen cuando mejoran.
    Pero ambas tienen cosas en común: en narcisismo o una excesiva autoimportancia, a veces se trata de fenómenos de transición entre una forma clínica y la otra que es seguramente lo que mas se ve en la práctica: esas formas mixtas con paranoidización secundaria.

    Me gusta

  8. Pingback: Enfermedades y disidencias « La nodriza de las hadas y el rey carmesí

Deja un comentario