Enfermedad mental y poder (I)


Es sorprendente que ni la psiquiatría ni la psicología clínicas se hayan ocupado de llevar a cabo una cartografía del poder desde el punto de vista psicopatológico, han tenido que ser otros los que se ocupen de repensar el tema desde la filosofía, la sociología o la política, el propio Foucault sin ir más lejos escribió sobre el asunto.

Si descontamos a algunos terapeutas familiares de orientación sistémica los terapeutas en general conceden poca importancia a los enredos del poder y a sus manifestaciones clinicas si las comparamos por ejemplo con la sexualidad. En cualquier texto actual de psiquiatría no existen referencias a los nudos que entreteje el poder con la conducta o motivación humanas y no existe en los manuales operativos de diagnóstico psiquiátrico referencia alguna al deseo de poder en relación con la psicopatología, aunque si existe un epígrafe entero dedicado a «Trastornos sexuales» y otro a las «Parafilias».

¿Se trata de un olvido o de una negación? ¿Es que el deseo de poder o los enredos con el mismo carecen de importancia alguna en lo humano y en las relaciones humanas?

Naturalmente se trata de una negación, una forma de disimulo que tiene que ver con la mala prensa de la palabra «poder» en la que siempre pensamos en su acepción más negativa: «la mala distribución del poder entre las personas», algo que seguramente entra en contradicción con nuestros ideales democráticos y que de alguna manera entra también en contradicción con otro deseo muy actual: el deseo de empoderamiento. Efectivamente, el hombre moderno es sobre todo un hombre que pretende ser dueño de su vida, tener el control de la misma en sus manos y tomar sus propias decisiones. Es precisamente este hombre moderno que aspira a la autodirección, al autogobierno y al autodominio el que no quiere saber nada del poder al que detesta y denuncia en las manipulaciones del mismo cuando proceden de otro, los psiquiatras por lo visto tampoco quieren saber, todos pasan sobre el asunto como de puntillas haciéndole ascos.

Es por eso que aun sabemos poco del poder si lo comparamos por ejemplo con la sexualidad, su compañera eterna de viaje en lo humano.

Este conflicto con la idea del poder tierne sus antecedentes históricos en las disputas que el maestro Freud tuvo ya en su dia con Alfred Adler, el unico psicoanalista que defendió la nietztschiana idea de que la voluntad de poder era casi o tan importante como las pulsiones sexuales, lo que le valió el ser anatemizado del movimiento psicoanalítico y su ruptura definitiva con Freud.

Para Freud el deseo de poder era algo relacionado con los instintos del Yo y no tenia nada que ver con las visicitudes de la libido, la energia sexual que gobernaba el deseo humano. Freud pensaba que el poder era algo similar a lo que los biólogos llaman «instinto de conservación» y que hoy ha sido sustituido por el concepto sociobiológico del fitness: la aptitud genérica para la supervivencia y la reproducción. Hay algo en ese concepto del fitness que acerca lo sexual al deseo de poder como si ambos: poder y sexo fueran hermanos gemelos y vinieran al mundo enredados por un cordon umbilical común.

Y es verdad, no hay deseo sin poder, ni hay poder sin sexualidad.

O lo que es lo mismo no hay sexualidad sin poder.

En esta pelicula de Buñuel podemos perseguir esta idea, el enlace entre poder y sexo que aparece encarnado en las relaciones sado-masoquistas a través de Severine que se prostituye en sus horas libres a pesar de no necesitar el dinero que gana como prostituta en un burdel.

Una de las razones que se esgrimen para entender el deseo de poder como algo ajeno pero que nos viene entrelazado con las pulsiones libidinales es la evidencia de que el niño es cuidado, acogido y amado por las mismas personas que lo disciplinan, le restringen y le dominan. Este aspecto de la crianza ha sido muy descuidado por los psicólogos de orientación dinámica y sólo Melanie Klein a través de aquel constructo tan mal delimitado y peor explicado, una supuesta escisión de origen llevada a cabo por el niño y que todos recordamos en el adagio «madre buena y madre mala» llegaron a acercarse a esta realidad, un conflicto dialéctico que el niño resuelve probablemente fundiendo ambas imágenes en una sola. En efecto, los niños no tienen más remedio que al vincularse con sus madres (y más tarde con sus padres) que aceptar que una misma persona es portadora de amor, cariño, afecto y protección como de normas, ausencias, exigencias y restricciones. Un conflicto que de no resolverse arrastrarán a la escuela -otro laboratorio para observar de cerca la gratitud y el rencor- y a las relaciones con sus iguales.

Los psicoanalistas siempre hablaron de la ambivalencia como secuela de este conflicto, es decir una especie de doble visión de nuestras imagos (recuerdos) de nuestros padres, «le amo en cuanto me provee y le odio ( o le temo) en cuanto me domina», pero la cosa va más allá de lo que Melanie Klein pensaba, porque tambien es posible esta fórmula, «le amo porque me domina». Es cierto, no hay nada más ambivalente que nuestra relación con el poder, por eso obedecemos y a veces nos rebelamos con razón o sin ella porque el poder del otro es siempre una referencia que opera como un atractor de afinidades y de odios, pero más allá de eso adoramos al poder, a veces de forma secreta pero siempre de forma contradictoria con nuestros deseos que suelen dirigirse hacia la autosuficiencia. No se trata de un fenómeno solamente individual, basta observar la trama de complicidades que se esconden detrás de un régimen político autoritario. Ningun dictador seria posible sin esa especie de veneración colectiva que tenemos los humanos frente al poder, esa mania por obedecer empezando por los soldados de un ejército y terminando por la obediencia a un lider sectario, político o familiar.

Nuestra relación con el poder es realmente viscosa y sexualizada a veces embrutecida, es el caso del sicario, del que se aviene al delito con tal de agradar a su amo. Hasta tal punto es grande nuestra devoción por el poder que cuando nos inventamos a un Dios lo dotamos de un apellido: «Todopoderoso», efectivamente ¿qué sentido tendría inventar a un Dios sin ningún poder? ¿Qué sentido tiene adorar al débil?

Y esta es – a mi juicio- la clave de la cuestión: amamos al poderoso porque el amor mantiene relaciones de vecindad con el poder.

Amamos al poder por nuestra condición de déficit, por nuestra condición de desvalimiento, de ignorancia y de desamparo primigenio. Amamos al poder -encarnado en el otro- porque somos humanos y porque para empoderarse hace falta antes encontrar a un dador de poder sin el cual no alcanzariamos ni de lejos ese efecto normalizador y ético del poder normal: ocuparse de uno mismo.

Y por la misma razón somos capaces de identificarnos con el débil, con aquel que comparte nuestro propio desamparo real o imaginado, si somos capaces de sentir compasión por los débiles o por los niños no es más que por el deseo propio de ser amados y protegidos en condiciones similares de desvalimiento -una empatia natural-, pero al elegir cómo ser amado, uno elige la fortaleza del que ostenta más poder que nosotros mismos. La mayor parte de las personas que dedican su vida a los débiles se procuran la compañía del ser más poderosos de todos, Dios, sin Dios es muy difícil llevar a cabo la tarea de amar a los débiles y siempre será psicológicamente hablando una actividad sospechosa.

En este contexto hay que encuadrar esta pregunta ¿Por qué los bebés se enlazan o vinculan con sus madres?

No todos lo hacen, algunos «deciden» no hacerlo como sucede con los niños autistas, pero los que lo hacen lo hacen por necesidad, es decir por eso que Spinoza llamaba «conatum«, los biólogos «instinto de supervivencia», los analistas «pulsión» y los sociobiólogos nombrados más arriba fitness. Algo relacionado con la voluntad de sobrevivir, algo que más allá de eso no sabemos explicar bien pues no conocemos a fondo los vericuetos de ese «instinto de vida». Algunos psiquiatras como Bowlby inventaron una nueva palabra para esta manía de vinculo de los bebés -presente en todos los mamíferos y en algunos tipos de aves-, le llamaron apego. Llamar apego esta necesidad tiene su gracia poque acapara en un sustantivo dos cuestiones. Así como la palabra fitness enlaza la sexualidad con el poder, la palabra apego enlaza la necesidad con el amor. O dicho de otro modo, el apego es el amor que surge de la necesidad de sobrevivir.

Asi que la palabra apego hunde sus raices en el amor sin nombrarlo, ni lo prejuzga ni lo excluye pero enfatiza sobre todo la necesidad del bebé de enlazarse a alguien que lo sustente, sea quien sea y como sea, ese bebé no tiene mas remedio que apegarse, es decir amar a esa persona que de alguna manera pondrá sus condiciones durante la crianza a esa inversión. El bebé no sabe que es precisamente ese apego el que lo va a convertir en un rehén de su propia madre, no sabe que con su madre va también un torturador, un dictador que le obligará pronto o tarde a enlazar amor y poder en una misma estructura mental.

Tampoco sabemos como se las apaña la libido (el amor) para neutralizar los efectos del resentimiento y del odio que surgirá necesariamente en esa relación. Lo que si sabemos es que amor y poder son entrañables compañeros que andan de la mano de por vida tiñendo y destiñendo las relaciones humanas, entre padres e hijos, en la pareja, en los grupos sociales, entre paises y etnias o entre religiones y si lo medimos a través de sus correlatos conductuales: la guerra: entre sexos, entre generaciones, entre etnias, culturas y religiones tendremos que concluir que algo debemos estar haciendo mal al trazar eso que mas arriba llamé una cartografia del poder.

Este post adelanta una hipótesis respecto a la causa de ese malestar.

Es la negación del deseo de poder o la disconformidad con nuestra experiencia de poder o las estrategias para nivelar ese poder del otro lo que enturbia y envilece lo humano.

Sin prescindir de él o sin renegar del mismo hemos de concluir lo siguiente:

  • El poder y el amor están necesariamente unidos.
  • El empoderamiento es necesario para autogobernar la propia vida.
  • Determinadas estrategias para adquirir poder o mermar el poder del otro son enfermizas.
  • El poder está injustamente distribuido en el nivel social y es necesario una actitud personal de rebelión que lo cuestione permanentemente.
  • Determinados repartos de poder como los que hacen recaer más poder en los padres que en los hijos son funcionales y forman parte de esa dádiva de poder que va desde los que enseñan hacia los que aprenden.

Para terminar este post y dado que he nombrado un último punto que apunta directamente al sistema educativo me gustaria poner aqui un video de Pink Floyd que ilustra perfectamente nuestra ambivalencia con el poder. Se trata de la conocida «Another brick in the wall» (Otro ladrillo en el muro), un tema mitico de rebelión escolar donde unos niños zombies aparecen en fila india cantando un himno que toda una generación compartimos y que nos recuerda que las instituciones educativas pueden ser tanto estructuras liberadoras como campos de concentración o fabricas de individuos clonados.

9 comentarios en “Enfermedad mental y poder (I)

  1. Hola a tod@s. Como una no es socióloga, no diré aquí que creo firmemente en un tema que roza el maestro: el humano ambiciona el poder porque lo asocia a la libertad individual, pero la inmensa mayoría luego no tiene ni idea de cómo manejar ni a uno ni a la otra y se dan de bruces -sin admitirlo en su fuero interno, lo cual les complica la cosa aún más- con la cruel realidad de que no está hecha la miel para la boca del cerdo. El poder no es ninguna broma y no sólo hay que saber manejarlo como un buen malabarista (cosa que poquísimas personas saben hacer), sino que además hay que saber ubicarse cada cual en su justo punto. La sexualidad es desde luego una buena plataforma para intentar aprender. No me refiero al vodevil ni al teatro sino a la toma de conciencia devocional, a la interna, a la genuina. Posiblemente ese eje triangular amor-poder-sexo comentado aquí sea la línea de división entre ambos, línea nada fácil de dibujar pero que, una vez cruzada, se constituye en iluminatoria. Y es que sin autoubicarse lo demás parece impensable.

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  2. Es cierto, no investigamos mucho el tema del poder. Ademàs de los sistèmicos, los de la antipsiquiatrìa ahondaron un poco en el tema allà por los sesenta, pero creo que ya no queda nadie de esa corriente.

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  3. Estamos a la espera impaciente de la profundización en esta cartografía del Poder con que rellenas el vacío de la psi, la antipsi, y la ciencia en general. Sólo la neuropoesía podía atreverse con ello.
    Con lo crucial que es ese elemento y la ubicación de cada cual respecto a él… (y con su contrario el no-Poder)…

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  6. Me parece que la falta de interés de los psicoanalistas y psiquiatras por tratar de entender el Poder es porque Sus Instituciones están enraizadas en una lucha sorda por la prevalencia, que implica fama, dinero, derivaciones y por supuesto eso tan primitivo, que viene como consecuencia y que es la satisfacción sexual.

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  7. Completo desconocimiento del tema del poder y del propio Nietzsche. Madre mía, creo que voy a tener que abandonar este blog, con todos mis respetos y alabanzas ya apuntadas, porque me están entrando nauseas por como está el temita a estas alturas del siglo XXI

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  8. Yo creo -desde mis humildes conocimientos- que debiera separarse el poder, de la dominación cuando nos referimos a los seres humanos en su globalidad. En el mundo animal sí existe un vinculo claro entre dominación y genitalidad: los papiones macho rondan a otros machos de su grupo y para comunicarles que jerárquicamente están por encima de ellos les practican la penetración anal casi siempre de manera simbolica, en caso de no someterse se produce la pelea entre ambos para medir sus atributos físicos.
    Yo concibo la acumulación de poder para evitar ser sometido; no para ejercer un poder despotico sobre los demás, dando rienda suelta a lo propio, que «casualmente» forma parte de unos sueños, casí siempre egoistas, nocivos, plagados de brutalidad. Mis pensamientos no le son ajenos a nadie puesto que formo parte de la humanidad, dicho sea, ¡por si acaso!. El varón ejerce poder sobre la hembra con la penetración; necesaria para concebir; la erección del miembro viril se ha simbolizado en todas las culturas, en la occidental a traves de Priapo, quedando patente que una imagen vale más que cualquier discurso.
    Gracias por el post, Doc..

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