¿Tienen niños y niñas el mismo tipo de apego con su madre?

El apego nos viene de serie y es una plataforma de despegue que con tiempo irá transfiriendo su energía de un lugar a otro y circulando a través de unos limites concretos. El apego tiene también un no-limite y este es el goce de algunas patologías post modernas que son precisamente las negadoras del limite.

Leia ayer este articulo sobre el odio de mi colega lacaniano Javier Arenas en su blog, titulado «Un psicoanalista en zapatillas» cuando caí en la cuenta de que la pregunta que se hacía en su articulo es la misma pregunta que yo me hago constantemente y a la que solo de una forma parcial me he respondido y sobre todo provisional,

La pregunta que se hace Javier es ésta: ¿Por qué la anorexia mental y los trastornos alimentarios son tan frecuentes en las chicas? La proporción no deja lugar a dudas, 10 chicas por cada chico es bastante elocuente. Claro que esta asimetría, no sucede solo con los trastornos alimentarios, también la podemos encontrar y en el mismo sentido con el TLP (trastorno limite de la personalidad) 4 a 1 y en sentido contrario con las adicciones. Efectivamente, las toxicomanías son más frecuentes en los chicos que en las chicas, como también sucede con el suicidio. Lo interesante es que las patologías clásicas son más o menos simétricas, así la esquizofrenia, el trastorno bipolar o el TOC tienen una incidencia y prevalencia similar en ambos sexos.

En el articulo de Arenas podemos leer algunas teorizaciones lacanianas sobre este tema. Hay algunos conceptos interesantes, conceptos crípticos para el profano tales como el “matrimonio con el falo”, el “no todo” femenino, el “sin límite” anoréxico, etc. Conceptos que podemos dar por sabidos y comprendidos aunque en realidad no sea así, lo cierto es que necesitan de alguna explicación.

Por eso me propongo en este post, dar mi propia versión y si es posible ensayar otro lenguaje, otra jerga que pueda resultar más descriptiva para los que compartimos un mismo idioma, más allá del lacanés.

Para empezar con mi argumentario acerca de esta asimetría en la presentación de trastornos alimentarios comenzaré con una pregunta ¿Es el apego de los niños y de las niñas con su madre igual en intensidad y duración?

Cualquiera de ustedes que tenga un hijo y una hija al menos podrá tener a mano una pequeña muestra para responderse esta pregunta. Pero les adelantaré una evidencia, los niños tienen con su madre un tipo de vinculo muy intenso y sobre todo duradero, un vinculo para toda la vida. Personalmente creo que -al contrario de lo que suponen los analistas- este vinculo no es sexual y aparece precozmente es decir mucho antes de que lo sexual comience a manifestarse en los intereses del niño. Mi opinión es en este sentido contraria a la hipótesis sexual ,mas que eso creo que este vinculo del niño con su madre es asexual y tiene el propósito de asegurar que va a ser asexual para toda la vida.

Este vinculo fue estudiado por un antropólogo llamado Westermarck contemporáneo de Freud que teorizó sobre el mismo. Aquí dejo un post donde hablé precisamente de ello. La idea fundamental de Westermarck -contraria a la de Freud- es que los niños compiten por los bienes que proceden de la relación con su madre, con sus hermanos y su padre pero esta competencia no está relacionada con la posesión sexual de la madre, sino con la posesión de la teta. Es el destete -la separación de la madre- su cercanía o lejanía como objeto primordial de seguridad y de amor, lo que les interesa a los niños y lo que temen y no una castración genital a no ser que utilicemos la palabra castración como metáfora de una separación.

Niños y niñas establecen este tipo de vinculo de forma similar pero en cada uno de ellos van a suceder cosas bien diferentes sobre esa plataforma original que tiene como resultado liberar su psíquismo: de forma temprana en las niñas y «nunca del todo» en los varones que perseguirán durante toda su vida revivir esta primitiva dependencia con la madre.

Suele decirse que las niñas maduran más rápidamente que los niños y es cierto, algo que podemos perseguir hasta más o menos los 11 años, una edad donde esta maduración se iguala. Durante la escuela primaria las niñas parecen estar más despiertas que los niños a la hora de aprender en la escuela, a la hora de manejar el lenguaje y a la hora de comprender y de establecer oraciones con sentido. Las niñas controlan esfínteres antes que los niños y como todo el mundo sabe se expresan verbalmente mucho mejor que ellos.

Si las niñas maduran antes que los niños es porque superan más rápidamente esta dependencia con la madre, Freud pensaba que las niñas se decepcionan de su madre porque le adjudican un menor valor que al padre, algo que procede del hecho de averiguar que la madre no tiene pene y de ahí la construcción de lo fálico en las niñas. Pero yo no estoy de acuerdo con esta idea (salvo como metáfora). En realidad la teoría psicoanalíitca es una teoría metafórica, literaria para más señas y como Jesus Maestro dice la literatura es la negación de la literalidad, lo que se describe en la literatura y los personajes literarios no es lo que sucede en la realidad, no es algo que viva en la operatividad de la realidad sino en la estructura de la apariencia.

Las mujeres en general -me refiero a las adultas- pueden tener un vinculo extendido con su madre persistente y duradero pero se trata de un vinculo utilitario para la crianza, de sus propios hijos o la logística del hogar o el cuidado o asistencia en las enfermedades, pero lo que las va a caracterizar de por vida y en el mejor de los casos, es la espesura de este vinculo, las hijas y sus madres suelen llevarse mal, a pesar de vivir juntas o más próximas, incluso enredadas en múltiples conflictos. Los chicos, por el contrario parecen más independientes cuando han logrado establecer un vinculo a largo plazo con un otro distinto a ese otro mOTHER que es el objeto original, algo que requerirá de muchos esfuerzos e inversiones por su parte. Separarse de la madre no es fácil para los chicos.

Las mujeres tienen una relación bien distinta con ese otro mOTHER con el cual a veces pueden fundirse en una relación simbiótica y otras veces llegar a pactos de no agresión bien fundamentados. Las niñas no se decepcionan con la madre porque no tenga pene, sino porque ellas ya poseen lo que necesitan para ser madres y convertirse a su vez en esa mOTHER para sus hijos, vienen cableadas de serie con las prestaciones necesarias para ser madres -aun antes de serlo- por lo que no necesitan ninguna madre tal y como los chicos la precisan.

Las niñas suelen orientarse hacia el padre o algún hermano mayor con el que mantienen una relación especial y de manera bastante precoz, pero esto no es porque sientan «envidia del pene» o porque quieran casarse con su padre, sino porque existe un «empuje hacia el hombre», pues el apego es transferible de un sujeto a otro, una especie de empuje fálico que lleva a las niñas a identificarse con lo que les falta, es decir un hombre. Las niñas suelen hablar ya de novios en la escuela primaria en una edad donde los niños no parecen estar interesados en estas cuestiones. Los niños toman a las niñas como compañeros de juegos aunque están poco interesados en jugar en la liga de las niñas al contrario que ellas. Es lógico, el niño carece de incentivos para competir con niñas y muchos incentivos para conseguir el respeto de sus amigos. Pero las niñas tienen muchos incentivos para jugar en la liga de los chicos pues ya tienen lo que les viene de serie: la femineidad. Y las niñas suelen ser muy femeninas hasta la pubertad.

Y la femineidad tiene un enorme poder, una mujer bella -según los cánones de cada época- y joven denota fertilidad si además viene acompañada de delgadez. Las mujeres quieren ser delgadas porque eso aumenta su valor en el mercado de parejas, si bien la delgadez contiene no pocas paradojas como veremos más adelante. Lo cierto es que las mujeres tienen en general una amplia disconformidad con su cuerpo, como si se consideraran defectuosas y es lógico que así sea, pues su fitness depende de la apariencia.

Ser mujer es muy complicado y lo es porque -admitámoslo- el cuerpo de la mujer está sometido a cambios y vaivenes derivados de sus ciclos menstruales, sus retenciones de agua, sus dismenorreas, y como no la abrumadora tarea de la crianza que hoy se combina con otras obligaciones laborales. Ser fértil es un problema pero la menopausia no es mejor: la deprivación hormonal hace aparecer nuevos malestares en el cuerpo que se suman a los anteriores y sobre todo a la caída de valor en el mercado del atractivo. La vida de una mujer media transcurre entre el dolor, los achaques, las dietas, los embarazos, la disconformidad con el cuerpo, el estrés de la crianza, la preocupación por los hijos, revisiones ginecológicas y un insoportable cansancio. Es obvio que las mujeres han de esforzarse más que los hombres en cualquier trabajo mental si quieren estar en el mercado del éxito laboral, pero sólo en el caso de ser madres.

Si no lo son, lo cierto es que pueden vivir una vida bastante cómoda si tienen la suficiente belleza u otras cualidades que le hagan cotizar al alza. tanto si tienen una pareja como si no la tienen el poder que acumula una mujer joven, fértil y delgada es superior al poder que cualquier hombre pueda acumular. Dicho de otra manera: el poder no está bien repartido entre el género femenino, como tampoco lo está en el masculino, unos pocos y pocas acaparan el éxito que a otros se les niega por sus condiciones de vida.

Si contamos con la escasez de modelos femeninos realmente atractivos, más allá de la apariencia, ser mujer es poco deseable, es por eso que los psicólogos evolucionistas hablan de la «cruel atadura» y es por eso que algunas mujeres optan tal y como disponen los modelos feministas por masculinizarse. El empuje hacia el hombre otra vez, pues hubo un tiempo en que el feminismo pretendió convertir a los hombres en mujeres pero este movimiento fracasó y ahora el modelo es ser directamente hombres, pero otra vez estamos en el terreno de la apariencia y no de la literalidad.

El problema de la mujer es pues un problema que procede de su naturaleza y no de la opresión de los hombres. Lo mismo sucede con los hombres en otro sentido, pues los hombres no se preocupan tanto de su aspecto físico sino de su estatus, una guerra que mantienen durante toda su vida combinada por su apego feroz a veces centrado en el sexo y otras veces en el poder. No olvidemos que el apego puede transferirse.

Las paradojas de la delgadez.

Me referiré sobre todo a una: Si es cierto que la anoréxica busca ser delgada para ser atractiva ¿por qué quedarse en los huesos, pasando así a ser absolutamente indeseable?

Bueno, hay muchas razones para explicar este fenómeno donde parece que las dietas circulan por un carril «close to the edge» (cerca del abismo) donde es fácil caerse al precipicio. Aqui hay un buen articulo sobre este concepto, que es algo así como haberse pasado de frenada, lo que los ingleses llaman runaway.

Pero hay otra manera de pensarlo y es algo que está en la esencia de la metafísica de la anorexia: la lucha contra el cuerpo parece que desaparece cuando se han sobrepasado ciertos limites de inanición, parece que lo que entonces sucede en el plano mental es un estado de singularidad que -volviendo a Lacan- podemos rotular como goce suplementario. Se trata de un goce que va más allá del limite fálico y que por tanto no tiene limite. La existencia de la anoréxica ya no discurre en la liminalidad. No es de extrañar que el ayuno y la mortificación del cuerpo se halle en todas las tradiciones ascéticas o místicas del mundo. Todo parece indicar que estas prácticas propician un estado mental donde lo liminal parece haberse disuelto y haberse sustituido por un goce inefable que además no se puede nombrar con palabras.

Faltaría explicar porqué los hombres no optan por esta estrategia de forma similar a las mujeres pero creo que lo dejaré para un próximo post..

Razones para defecar

Cuando era estudiante de medicina vivía en un piso con otros compañeros y tenia una vecina con la que llegué a tener cierta amistad, basada en sus confidencias y mi disposición a escucharla, (entonces ya señalaba mis preferencias por la psiquiatría). Un buen día ella me llamó por teléfono urgiendo a que subiera a su casa para ayudarla: al parecer estando en el WC había tenido un desvanecimiento motivado por el gran dolor que le provocaba su colón irritable. Entonces no tenía una idea muy clara de qué era eso del colón irritable y me limité a constatar que mi vecina era una histérica que exageraba, Más tarde comprendí que sufría un colón irritable completo con dolor, espasmos y desvanecimientos que nada tenían que ver con la histeria sino con el síncope vagal y los espasmos dolorosos de colon.

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Enfermar por desbordamiento

narciso y eco

Narciso y Eco

Hace algún tiempo escribí un post que titulé «histeria desbordada» donde presentaba el caso de una muchacha que presentó un cuadro grave de conversión donde se pueden apreciar a las claras la yatrogenia médica sobre el cuerpo de aquella muchacha. Apuntaba allí -a propósito del narcisismo- que contrariamente a lo que la gente cree, el narcisista no es una persona que se quiera mucho a sí misma, sino un arreglo pulsional de emergencia para protegerse de la falta de amor, de cuidado o de interés por nuestros primeros cuidadores. El narcisismo primario nos viene de serie y ya describí en este post a qué nos referimos con esta palabra.

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¿Es la anorexia mental la histeria de la postmodernidad? (II)

Muchos autores sienten una cierta aprensión para hablar de la anorexia en épocas históricas. Para ellos, el paradigma histórico está en tensión cuando no en contradicción con el paradigma clínico y resulta difícil yuxtaponer a ambos, incluso a la hora de hacer una predicción diagnóstica de un personaje histórico, del que sólo sabemos y a medias, la sintomatología que presentaba entonces, a partir de testimonios y documentos que siempre son pruebas difícilmente aceptables para un médico.

Hay otra dificultad que procede de la patoplastia de las enfermedades. Es verdad que las enfermedades y con mucha mayor razón las enfermedades mentales siguen siempre en su expresión, modelos culturales. Los delirios que alimentan los esquizofrénicos de hoy, no tienen nada que ver con los que atormentaban a los delirantes medievales. En aquel entonces, los delirios de tipo religioso o demoniaco estaban en primera línea de expresión. Hoy los esquizofrénicos deliran de otro modo, con artefactos intrusivos de espionaje, chips asesinos o intrusiones de ondas maquiavélicas en su espacio de influencia. Es más que obvio que si la anorexia existió en la época medieval debió tener una mascarada clínica distinta a la que presenta en nuestras sociedades opulentas y secularizadas.

A mi juicio existe cierta aprensión en identificar a lo que hoy conocemos como anorexia mental, que data del siglo XIX, con las formas místicas o ascéticas de los santos medievales, más concretamente en identificar como anoréxicas algunas culturas que bebieron en las tradiciones místicas españolas o más antiguamente en las tradiciones místicas sufíes o musulmanas.

Esta aprensión procede de dos hechos: por una parte existe una repugnancia visceral por parte de los autores de rotular como patológicas, determinadas experiencias sublimes que han dado lugar a las más bellas paginas de creatividad poética o a hitos de espiritualidad sin precedentes en Occidente.

Por otra parte y de una manera algo superficial, la motivación religiosa es puesta como antítesis de la motivación estética. Un argumento que para algunos es suficiente para calificar estas conductas actuales como francamente perturbadas y a aquellas como producto de un contexto donde la espiritualidad y la religiosidad operaban como un anhelo de aniquilación del cuerpo, en oposición a la búsqueda de la simple delgadez como sucede con las anoréxicas de hoy. En mi opinión la diferencia entre ambas maneras de comportarse es la ausencia de trascendencia con que las anoréxicas de hoy recurren a la restricción y los motivos por los que la llevan cabo: la santidad de entonces ha sido substituida por la alienación del espejo.

Lo mismo sucede con la bulimia: se dice con reiterada improvisación que se trata de una enfermedad nueva (descrita por Russell en 1972), olvidando la tradición clásica dionisíaca, donde la orgía y el vómito se desencadenaban con tal de volver a repetir y reproducir el mismo placer vinculado a la gula.

En mi opinión lo que ha cambiado son los motivos para vomitar o para buscar la delgadez, pero el fenómeno sigue siendo el mismo. Lo que ha cambiado es la patoplastia y los motivos que esgrimen los pacientes actuales pero no la enfermedad en si, como modelo de presentación de un sufrimiento mental ligado al cuerpo. En el caso de la anorexia mental, tal y como la entendemos hoy, hablaríamos de una inversión de lo dionisíaco en lo apolíneo, algo muy relacionado con la tendencia de las sociedades opulentas, que no han sido capaces aun de desligar el placer de la transgresión y el pecado y donde los rendimientos y el autocontrol han tomado el relevo de la penitencia o el ascetismo, aspectos siempre vinculados a lo sagrado. En cualquier caso la búsqueda hedonista de placer, parece haberse quedado relegada a una costumbre de fin de semana o al estúpido y abusivo consumo de alcohol en grupo.

Son precisamente esta clase de argumentos los que impiden una aproximación a la conducta anoréxica, en busca de claves históricas que nos permitan aumentar nuestra perspectiva para su comprensión. Si pensamos que la anorexia es una enfermedad del siglo XIX, es decir una enfermedad romántica tal y como piensan autores relevantes, como Vandereyken por ejemplo, sólo porque Gull y Lasègue la describieron entonces, y porque al parecer la patoplastia que conocemos con el nombre de anorexia mental se estrena realmente en el XIX, nos perderemos las motivaciones que guiaban a las anoréxicas antiguas, desmembrando la conducta alimentaria de sus raíces más profundas: la restricción de un placer demasiado cercano a otros placeres prohibidos, y quizá lleguemos a la convicción de que se trata de una forma de histeria, una suposición bastante cercana a la que hacían sus descriptores (histeria gástrica la llamó Lasègue en 1876).

En realidad la disociación que la conciencia humana ha hecho de la sexualidad y la reproducción es el polo opuesto de la tendencia espiritual a renegar tanto del uno como del otro. ¿Si no existiera el vicio, existiría acaso la virtud?

La repugnancia intelectual a hablar de histeria es comprensible, después de los abusos que este diagnóstico propició en contra de las mujeres, pero ¿no será la histeria un tendedero donde se cuelgan y se dejan a secar malestares diversos que afectan a la condición femenina y que van cambiando con el tiempo?

En el siglo XIX y también en el XX, los manicomios estaban llenos de histéricas, preferentemente abrumadas por síntomas de conversión, trastornos convulsivos y estados deficitarios. Pero si atendemos a las variables demográficas de aquella población nos encontraríamos con prostitutas en paro, esposas díscolas, jovencitas descarriadas con mal de amores y un sin fin de pacientes sometidas a abusos diversos. Basta con leer un texto clásico para caer en la cuenta de que aquella población acabó adoptando aquella mascarada clínica, para obtener el beneficio de un diagnóstico y un tratamiento médico, en cualquier caso algo más benévolo que una condena carcelaria o una vida en la calle sin ningún tipo de cobertura social.

EL TEMOR A ENGORDAR

Al contrario de lo que sucedía con las formas de histeria clásica, el universo de temores de una anoréxica parece haberse limitado al “temor a engordar”. Naturalmente se trata de una contaminación social. El temor a engordar no puede estar predeterminado en forma inconsciente dado que no posee –a simple vista- ningún valor adaptativo, se trataría en este sentido de un miedo relacionado con lo que conocemos con el término de basura inconsciente. Podemos entender el miedo a perecer de hambre, o el miedo a ser envenenado como supervivientes de temores preformados filogenéticamente. ¿Pero qué sentido adaptativo puede tener el temor a engordar?

Con ello no quiero decir que todo temor deba responder a esa correspondencia arcaica que le de un sentido evolutivo. Existen – desde luego- temores e incluso patrones de personalidad  determinados de manera social. El mismo Millon ha señalado acertadamente que el patrón narcisista de la personalidad es un constructo del siglo XX, un invento de las clases sociales media-alta y alta de USA ( Mas allá del DSM-IV, pag 427).

Pero no conviene confundir a los temores arcaicos con las prescripciones sociales que acaban acatándose acríticamente por sugestión y mimetismo y asimilándose individualmente como si fuera un temor, una fobia o una manera inevitable de ser a fin de “parecerse a alguien insubstancial” y que terminan por ocupar el lugar de otro temor preformado en el inconsciente y cuya existencia ya no precisa de espacio alguno. Por esta razón es tan difícil filiar ese temor anoréxico de un modo psicopatológicamente compatible con la tradición médica. ¿Se trata de una fobia, de una compulsión o de un delirio?. Ninguna de estas formas psicopatológicas parecen adaptarse correctamente a los temores anoréxicos que parecen desafiar a la propia psicopatología. Por eso algunos autores hablan de un delirio inverso.

Es común que los clínicos nos refiramos a la psicopatología de los trastornos alimentarios con la terminología “como si”: como si fuera una fobia o “como si” fuera una adicción. Esta dificultad semántica es la expresión genuina de que ninguna de estas ubicaciones nosológicas da cuenta de la sintomatología de los trastornos alimentarios: en efecto el «temor a engordar» no es una verdadera fobia y la bulimia no es una verdadera adicción.

La principal característica y condición de un temor sintomáticamente activo es que sea inconsciente, aunque – desde luego- sea percibido conscientemente casi siempre con la convicción subjetiva de que se trata de algo exagerado. En el caso de los temores genuinos, la actividad imaginaria del sujeto se extenderá en una matriz de evitaciones y defensas destinadas a eludirlo. Por principio cualquier temor inconsciente es inefable: no puede verbalizarse, siendo su explicitación verbal una mera reconstrucción de un universo predecible. La capacidad de sentir miedo en el ser humano es un hito adaptativo y sobre todo indiferenciado, pues diferenciadas y diversas son las amenazas.

El miedo a las arañas o a las serpientes –en realidad de cualquier fobia simple- es un miedo enunciativo que se encuentra muy cercano a su contenido latente. Sin embargo hay que entender que una fobia a las arañas en un individuo, hoy (donde no hay oportunidad alguna de tropezarse con ninguna de ellas), sólo representa una metáfora acerca del temor. En realidad el fóbico encuentra el recurso semántico de la araña para poner limites a un miedo, que de otro modo sería difuso y por tanto refractario a cualquier tipo de maniobra de tranquilización. Aun tratándose de un miedo explicable desde el punto de vista evolutivo, la fobia a las arañas no es sino “una percha” donde colgar aquel sentimiento difuso de temor que procede de las profundidades del inconsciente: allí donde no hay palabras ni por tanto capacidad alguna de encontrar alivio.

En biología podemos encontrar una equivalencia a este concepto: la basura genética o aquellos fragmentos del genoma que aunque se mantienen en el legado evolutivo que se transmite de generación en generación, ya no codifican nada: se trata de una información que no comunica nada, se trata de ruido genético.

Lo mismo sucede con las fobias más complejas como la agorafobia. Hasta hace –relativamente- poco tiempo, creíamos que cada fobia era distinta a las demás, así que acuñamos distintos nombres para cada una de ellas, la fobia a las alturas (acrofobia), a los lugares estrechos (claustrofobia) o a los lugares abiertos (agorafobia). Seligman a partir del desarrollo de “la teoría de la indefensión aprendida” permutó nuestro modo de pensar sobre las fobias en general. Desde entonces sabemos que cualquier fobia, el miedo y sus posteriores desarrollos de ansiedad remiten a una situación de desvalimiento o desamparo original.

La ansiedad, desarrollo filogenético del miedo, seria una señal programada por la especie para encontrar tranquilización y/o protección por parte de un adulto. Una señal que se desencadena en situaciones de desamparo o de desvalimiento que son –desde luego- conductas aprendidas, aunque tengan su correspondencia onto y filogenética. Una fobia simple no seria más que un repliegue de esta misma estrategia de enquistar el miedo haciéndolo evitable.

Para resumir lo que acabo de decir en dos ideas:

1.- Todo temor conscientemente expresado puede representar un temor que sobrevive con la especie porque pertenece a un campo de amenazas predecibles.

2.- El temor original del hombre es un temor informe derivado de su propia condición deficitaria y en continua evolución, con una capacidad de aprendizaje prácticamente infinita, los desarrollos fóbicos y los temores neuróticos en general son metáforas de aquel temor inconsciente que invocan respuestas del tipo del desvalimiento.

La convicción de los conductistas de que si eliminamos el síntoma eliminamos la neurosis, ha sido ampliamente rebatida por la experiencia clínica: la neurosis sigue su evolución tórpida y crónica y en parte incierta si no tenemos en cuenta la parte afectiva del sujeto. Cualquier forma de psicoterapia que no tenga en cuenta la experiencia subjetiva siempre será una técnica de mínimos. Sin embargo estoy dispuesto a admitir que disociar lo cognitivo de lo afectivo es imposible en una relación interpersonal, por lo que es posible que los artefactos de una técnica conductual tengan más poder terapéutico que la propia técnica.

En este sentido ¿dónde podríamos encuadrar el miedo a engordar que abruma a las anoréxicas?

Sí no es un miedo atávico que haya sobrevivido a la marea filogenética, ni tampoco un miedo derivado de una situación agorafóbica de desamparo social, ¿cómo encuadrar este temor, sin duda genuino y repetitivo en la clínica de la anorexia?

Mi opinión tal y como adelantaba más atrás es que se trata de un desarrollo social, un constructo social que opera desde el lado de las expectativas y creencias sociales pero también de un grito secreto de triunfo frente a las mismas exigencias sociales, un grito de triunfo que se construye sobre un semblante de asco. Se trata de una prescripción social que en el cerebro individual acaba constituyéndose en un temor a medio camino entre la idea sobrevalorada y el delirio, al introyectarlo el individuo como un precepto a acatar. Se trata más bien de una genealogía externa que de un desarrollo desde el inconsciente hasta la periferia.

Se trata de un recorrido muy cercano y parecido al establecimiento de la Moral, algo que va de fuera a adentro y no de adentro afuera como estamos acostumbrados a pensar los desarrollos intrapsíquicos. Algo muy parecido a las vicisitudes de aquello que conocemos como Superyó, una estructura social que acaba penetrando el cerebro individual, introyectando partes punitivas del precepto, que comienza siendo social para terminar haciéndose individual.

Si hay una prescripción social que ordena delgadez habrá una transgresión que la acatará, llevándola a su extremo o paroxismo (runaway).