El autodesprecio

Hay dos maneras de sentirse un insecto, la primera como Gregorio Samsa en «La metamorfosis» y la segunda como Raskolnikov en «Crimen y castigo», ambas son las dos formas del autodesprecio

Se trata de un síntoma poco conocido pues a veces es consciente y a veces inconsciente. De manera que solo podemos observarlo cuando se presenta en la consciencia de alguien, algo que sucede en pocas ocasiones y en entornos clínicos muy determinados. La depresión con síntomas psicóticos o melancolía delirante es uno de estos entornos. En ellos aparecen de forma extrema estas ideas de menosprecio, de condenación, de indignidad, de ruina, que representan sin duda la forma mas radical de autodesprecio. Hay que señalar que estas ideas son delirantes precisamente porque no se ajustan a una razón lo suficientemente grave como para que el oyente clinico las condene. El sujeto delirante exagera y en cualquier caso se percibe como un caso extraordinario, malvado y merecedor de un castigo severo como si fuera la representación del mal. Por eso Fernando Colina ha señalado con acierto, que una excesiva culpa es en el fondo una disculpa».

De manera que para entender qué es el autodesprecio, hemos de definir y escarbar un poco mejor sobre lo que significa el desprecio.

El desprecio es una emoción moral (como la culpa) y está muy cercana a ella con la que mantiene buenas relaciones de vecindad. Despreciamos aquello que sentimos -con alguna persona o institución o cosa- que no merece nuestro respeto o reconocimiento y merece por tanto aversión o ignorancia. El desprecio supone la negación y humillación del otro de quien se pone en duda su capacidad e integridad moral. Es similar al odio, pero implica un sentimiento de superioridad. Es decir el que desprecia es un supremacista moral sobre aquello que desprecia y que ni siquiera merece la atención que implicaría odiarle, pues en el odio hay un reconocimiento. El que desprecia no necesita odiar, ni combatir o debatir sobre aquel que desprecia y al que se vincula con un sentimiento de condescendencia. Algunas veces el desprecio puede deberse a un sentimiento previo de indignación y a veces a la amargura, o al rencor que procede de la frustración de un proyecto vital.

De manera que ahora que ya sabemos qué es el desprecio vamos a tratar de encontrar en qué nichos se sumerge, el autodesprecio seria algo así como sentir desprecio de sí mismo. Si bien este sentimiento es difícil de observar dado que casi siempre queda oculto detrás de ciertos mecanismos de defensa. Obviamente el autodesprecio -de existir- seria difícil de ocultar y aun más de justificar. Por eso hemos de inferirlo más bien por sus efectos sobre la conducta que con el dialogo directo.

Porque el autodesprecio a veces no viene en boca de un delirante sino en la manera de vivir de un neurótico común, entonces hablamos de oikofobia.

La oiikofobia es una fobia a lo familiar, a lo próximo, una aversión a lo hogareño, al hogar a veces fisicamente y a veces simbólicamente, a la vez que se mantiene un oikofilia, es decir una tendencia a preferir lo ajeno, lo exótico, lo lejano. Roger Scruton adaptó la palabra para significar «el repudio de la herencia y el hogar».  Sostiene que es «una etapa por la que normalmente pasa la mente adolescente pero que es una característica de algunos impulsos e ideologías políticas , típicamente progresistas que defienden la xenofilia , es decir, la preferencia por culturas extranjeras. Dicho de otra manera, la oikofobia es la cara oculta de la xenofobia.

En un post anterior ya hablé de un caso concreto, el de Rebeca Sommers que atestigua este sentimiento de atracción o filia por lo lejano en contraste a la fobia hacia lo próximo o familiar, algo así como una inversión de la empatía. Recordemos que la empatía emergió como reconocimiento y preferencia por los nuestros, sean familia o próximos de nuestro entorno. De manera que hay que andarse con mucho cuidado con los excesos de empatía porque se relacionan también con el supremacismo moral del que más arriba hablaba: el del desprecio.

Tracemos ahora un pequeño mapa de estas emociones o sentimientos relacionados:

Desprecio———Aversión———-Supremacismo moral———-Empatía———Oikofobia

Autodesprecio——–Culpa——-Odio———–Xenofobia

Como vemos hay dos niveles en relación fractal, naturalmente las emociones del segundo nivel son inconscientes mientras que las de primer nivel son conscientes.

El castigo.-

Ya Freud en 1915 publicó una monografía sobre la cuestión de la culpa en relación con la delincuencia y aunque no todos los criminales parecen responder a esta causa, lo cierto es que en el caso de Raskolnikov es evidente que su salud mental empeora después del crimen. Es entonces cuando comienza a cometer actos irreflexivos y a mostrarse como si estuviera loco, apareciendo muerto de frío al amanecer al lado de un matorral después de vagar toda la noche sin destino fijo. Hoy diríamos que bajo una patología disociativa y Azimov habla de un delirio.

Porfirio que sospecha de Raskolnikov, pone a su disposición la solución: que confiese para aliviar su conciencia y a cambio será benevolente con la condena. Al final es condenado a trabajos forzados en Siberia, del mismo modo que lo fue el autor, Dostoyevski por una condena -en este caso. política. Fuere como fuere parece que el tiempo que pasaron ambos en esa condena tuvo resultados expiatorios para ambos, algo así como un cambio de personalidad, una enantiodromia pues la culpabilidad es siempre anterior a la falta y tiene un marcado carácter teológico siendo la responsabilidad su equivalente cívico. Raskolnikov necesitaba ese castigo para resolver su culpabilidad y muchos criminales lo han comentado en sus entrevistas con psiquiatras. A veces el castigo solamente no es suficiente: no se trata solo de castigar o rehabilitar sino de expiar, y hay crímenes que carecen de expiación o de redención, incluso con la propia vida.

Raskolnikov resuelve su culpabilidad tanto por el castigo pero tambié por el amor de Sonia que le sigue a Siberia y le acepta a pesar de que él ya le confesó su crimen. Lo mismo sucedió con Dostoyevski que abandonó su militancia política -nihilista- después de su cautividad y se convirtió decididamente en escritor: el escritor psicológico más importante de la literatura.

Raskolnikov es un estudiante de derecho que queda sin recursos y no puede seguir estudiando, se dedica a vagar, visitar tabernas, escuchar conversaciones y tratar con todo tipo de parias que la vida le pone a mano. Lo interesante de su psicología es que Raskolnikov presenta cierta anomalía mental que es difícil de atrapar y sobre todo una personalidad complicada. Por ejemplo, piensa que existe y debe existir una doble moral, una para los hombres corrientes y otra para los hombres extraordinarios, aquí se encuentra en embrión la teoría del Superhombre de Nietzsche del que Dostoyevski es un adelantado. Naturalmente Raskolnikov siente que pertenece a este tipo de hombres, algo que es recurrente en la obra de Dostoyeski: sus personajes tienen pretensiones (como él las tuvo literarias). Pretenden cosas que existen pero que no están a su alcance, merced a esa sociedad cerrada que no permite ascensores sociales en su seno: la única manera de progresar en esa Rusia es el matrimonio, no es de extrañar pues que cierta frustración social acompañe a todos y cada uno de los personajes del autor. Frustración que además les acompaña en sus aventuras sentimentales. Ser rechazado por la dama a la que se aspira es otro de los temas de Dostoievski, parece que en Rusia en esa época nadie obtiene lo que desea.

Pero la frustración de Raskolnikov es el dinero pues está siendo mantenido por su madre y su hermana aunque dispone de algunas joyas que empeñar e ir tirando. Eso hace cuando conoce a la vieja prestamista, una usurera.

La figura del usurero es una figura antipática para todos nosotros, lectores de novelas. Cobrar intereses por prestamos que se conceden a veces en condiciones dramáticas es algo que nos desagrada, que nos conmueve. Es por eso que el crimen de Raskolnikov cuenta con las simpatías del lector, a fin y al cabo la vieja prestamista era un personaje despreciable, se lo merecía. Quien no se lo merecía era la joven sobrina que por accidente coincide en la escena del crimen y se lleva también un hachazo por parte de Raskolnikov y aquí comienzan las dudas del lector: «No quise matarla» le confiesa Raskolnikov a Porfirio el juez que investiga el crimen.

Lo cierto es que el robo parece el movil del crimen pero Raskolnikov pierde parte de su botín en su huida y además entierra la otra parte sin que en toda la novela tenga la necesidad de rescatarlo. El botín le quema en las manos. Podriamos decir que le enferma pensar en él.

Lo cierto es que su crimen no parece un crimen psicopático a juzgar por los sentimientos de culpabilidad que le siguen (un psicópata no siente culpa). Más que eso, después del crimen Raskolnikov parece entrar en un estado disociativo, que Dostoievski llama «delirio» por su parecido a un delirio febril. Raskolnikov enferma después del crimen y sobre todo siente una pulsión que podríamos llamar «pulsión a confesarlo todo», pues esta es quizá la mejor forma de quitarse de encima la culpabilidad que siempre es individual. El castigo es la mejor forma de purgar una culpa.

Pero hay culpas que no pueden ser expiadas con el castigo y solo admiten la redención. Raskolnikov mató a la usurera por su dinero, Samsa se convierte de la noche a la mañana en un insecto pero ¿qué sucede con los criminales como Francisco Javier Almeida, el criminal de Landero?

El crimen no es una patología psiquiátrica y por lo tanto es competencia de la Justicia, a través de la reparación que el castigo procura, ¿pero qué clase de reparación podría aportar el personaje de Landero?

En realidad Almeida no solo era un psicópata sino también un perverso (un parafílico), sádico y pederasta y cuando ambas condiciones se dan en una misma persona, este se convierte en una bomba de relojería. Un crimen que no tiene tratamiento, ni posibilidad de reinserción, tampoco es posible hablar de «cura» puesto que el pathos de cada cual no es curable, solo redimible a través de la expiación, pero la redención ni es médica ni jurídica sino teológica.

¿Pero qué hacer con él si Dios ha muerto y solo podemos pecar contra Dios?

¿Qué hacer cuando ni siquiera la muerte repararía todo el mal causado?.

Las perversiones sexuales en época post-industrial (II)

El sexo no puede apaciguar el deseo (M. Durás)

Aquellos de ustedes que leyeron el primer capitulo de esta serie ya sabrán a estas horas que la psiquiatría está en crisis porque ha tropezado con sus propios limites.

Limites que proceden del hecho de considerar a la enfermedad mental como un hecho natural. Digámoslo claramente: las enfermedades mentales tienen muy poco (algunas mas que otras) de naturales. Son, en su mayor parte culturales. Y en relación con la sexualidad humana sólo la sexualidad reproductiva es «natural», la sexualidad erótica tiene muy poco de natural, entendiendo como erotismo a ese plus que añadimos a las relaciones sexuales con el fin de prolongar, diferir, aumentar o anestesiarse contra el placer.

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Subjetividad, normalidad y desviación (VIII)

El ansia normalizadora no debe ser nunca la pretensión del psiquiatra (J. Lacan)

moralidad

Definir algo abstracto siempre es más complicado que entenderlo, algo que llevamos a cabo de forma intuitiva. Es por eso que intentar definir la subjetividad humana es complicado y algo que apela al conocimiento. Es por eso que tomaré prestada una definición kantiana: la subjetividad es básicamente, la propiedad de las percepciones, argumentos y lenguaje basados en el punto de vista del sujeto, y por tanto influidos por los intereses y deseos particulares del mismo, sin dejar de pensar en las cosas que se pueden apreciar desde diferentes puntos de vista. le oponemos otra abstracción, la objetividad es decir las bases de un punto de vista intersubjetivo, no prejuiciado, verificable por diferentes sujetos.

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Trastornos morales y trastornos por moralización (VI)

Estamos en el cuadrante 4 es decir entre los limites del egoísmo y el colectivismo o gregarismo. Vamos en éste y los sucesivos post a explicar las patologías y condiciones que se encuadran en este apartado. Me referiré a las psicopatías y los trastornos narcisistas, a las perversiones sexuales (parafilias) y a las perversiones no sexuales.

Pero antes tenemos que definir qué es la moral y sus diferencias con la ética y la Ley.

La moral atañe al grupo, la ética al individuo y la Ley al Estado, es decir al sujeto político.

La moral evolucionó como una forma en la que el grupo podía controlar la conducta de los individuos concretos. Vivir en grupo precisa reglas y esas reglas son imposiciones que los grupos sociales imponen a los individuos a fin de controlar su egoísmo, pues siempre será más cómodo para el individuo robar gallinas que criarlas. Pero al grupo le interesa cuando el trabajo se reparte, es decir cuando se inventó la división del trabajo que los que crían gallinas no sean expoliados por otros individuos, pues al grupo le interesa que haya gallinas y huevos disponibles. Lo interesante de la moral es que no evolucionó para el autocontrol sino para el control ajeno. Para ello el grupo dispuso de castigos, exclusiones y también de rituales de redención de los disidentes. Lo usual es que el grupo castigara a estos disidentes con la expulsión y el individuo quedaba condenado a vagar buscando otros grupos a los que parasitar o bien a la muerte en soledad.

Los grupos dictan normas que benefician al grupo y que siempre son nefastas para algunos individuos, aunque soportables para otros, pero también otras normas comprensibles en tiempo ancestral, que en una mirada «moderna» son arbitrarias cuando no injustas. Hoy mismo he sabido que unos vecinos han llamado a la policía porque un individuo bajaba todos los días a pasear por la urbanización en la que vivo. Naturalmente al grupo le interesan los delatores pero todos los niños aprenden muy pronto en la escuela que los chivatos son detestables pues si se institucionalizan los delatores ¿cómo saber cuando nos dicen la verdad o cuando se trata de un ajuste de cuentas individual?

Los grupos dictan normas sobre todo en ciertas cuestiones: la conducta sexual, la alimentación, la propiedad privada, los extranjeros o desconocidos y la violencia interpersonal. A los grupos no les interesan los disidentes de lo sexual, ni los asesinos, ni los ladrones pues generan demasiado caos y venganzas entre familias, tampoco aquellos que no se avienen a comer las cosas que son realmente comestibles y no peligrosas pues en nosotros los omnívoros comer siempre es peligroso. Hay control grupal en todo lo que tiene que ver con los parásitos y el contagio, la promiscuidad, el robo, la violación o el crimen intragrupo. Para que un grupo sea cohesionado y laborioso es necesario que existan reglas, prescripciones y castigos.

El problema que tienen los grupos es que hay otros grupos vecinos que compiten por los mismos recursos, de manera que estas reglas solo funcionan de «puertas para adentro» es decir solo afectan al grupo en sí pero estas reglas cambian cuando de lo que se trata es de defender al grupo de otros o bien atacarlo para obtener beneficios. Entonces el grupo prescribe la guerra, la violación de las mujeres ajenas o el asesinato de merodeadores.

Otro problema que tienen los grupos es que es necesario que no sean demasiado grandes, es por eso necesario que se fragmenten de vez en cuando, algo que terminó definitivamente en el Neolítico cuando los grupos se instalaron -gracias a la agricultura- en ciudades donde los recursos podían ser almacenados y acumulados. Entonces os grupos se transformaron en sociedades. Una sociedad es en este sentido un grupo extendido que ha perdido de alguna manera su firma reglamentaria, su manera de ser y su sentido: fueron necesarias otras reglas dictadas por tiranos, legisladores, jueces o demagogos. La sociedad es el antecedente común a los Estados tal y como los conocemos hoy aunque algunas de esas ciudades como Atenas en la antigúedad eran consideradas estados-ciudad por sí mismas.

Una de las características que tiene el Estado (sujeto político) es que mantiene el privilegio de dictar leyes justas o injustas que implican a todos los ciudadanos y a todos los grupos y sociedades de su ámbito competencial que es un ámbito geográfico con fronteras bien definidas. El Estado tiene el monopolio de la violencia, de los tributos, de los castigos , el culto religioso y de la guerra que otrora conformara las atribuciones de los grupos.

La ética es un atributo moral, puede tenerse una ética u otra o bien carecer de toda ética y en cierto modo procede, es una evolución subjetiva de la moral del grupo, algo asi como una indentificación con una normal ancestral grupal. Los individuos tienen éticas particulares a veces compartidas por muchos de ellos como la llamada por Jonathan Haidt, ética del cuidado. Significa que en el interior de cualquier Estado moderno (e incluso en grupos ancestrales) podemos encontrar una mayoría de personas que creen que cuidar de los niños, de los enfermos o de los incapacitados es un hecho moral, junto con la prohibición de hacer daño a los demás, algo que se extiende a las propiedades materiales ajenas o a su reputación. Hay un amplio consenso sobre esta dimensión ética en todas las sociedades donde el Estado ha logrado penetrar en el ámbito de los grupos concretos. «No matarás» es el eslogan adecuado.

Jonathan Haidt ha descrito 5 dimensiones éticas de las que ya he hablado en anteriores post, pero eso no quiere decir que se haya agotado el tema, por ejemplo yo creo que existe una ética de la privacidad que no contempla Haidt. ¿Por qué nos escondemos para defecar? ¿Por qué nos escondemos para copular? ¿por qué no vamos desnudos por la calle? Algunas personas tratan de preservar su privacidad sexual del mismo modo que tratan de preservar sus funciones corporales, algo relacionado con la degradación de nuestro restos que en tiempo ancestral pudieron ser considerados una fuente de enfermedades. A eso Haidt le ha llamado ética de la divinidad, es decir la tendencia a considerar impuro al cuerpo y sus detritus.

En conclusión existen tantas éticas como individuos y aun más: toda ética es sobornable, es por eso que no hay que fiarlo todo a la ética individual si queremos vivir en sociedades seguras y cohesionadas.

Y así ya podemos comenzar a comprender que ética y moral son ejércitos en continua disputa y en mi opinión es uno de los dilemas humanos que genera más sufrimiento para los individuos comunes pero también para las sociedades.

Y entonces llegó el Estado:

El Estado podría ser considerado con sus códigos jurídicos, es decir con su Ley el «tertium inter pares» de este conflicto. En teoría sería algo así como la introducción de una entidad moral nueva que diera cuenta tanto de la moral del grupo como de la moral individual (ética), algo así como un arbitro o garante de los deseos genuinos de los individuos, como la libertad individual y de los deseos morales de los grupos. Pero ya he dicho más arriba que los grupos -en un momento determinado de su historia- se transformaron en algo distinto a si mismos, se transformaron en sociedades, es decir en entidades muy complejas que tienen visiones muy diferentes entre si acerca de qué es y no es moral.

En algunos casos el Estado funciona bien, al gusto de todos podríamos decir, es por eso que el Estado persigue el robo, el homicidio, la violación o la violencia, pero en otros casos se mete en temas donde no hay consenso entre los individuos, ni entre los grupos. Así hay Estados que prohiben la libre expresión de ideas, (estados totalitarios) y otros son tan débiles que son incapaces de salvaguardar una ética del cuidado suficiente para sus ciudadanos, otros son fundamentalmente extractivos y debilitan el tejido social a base de la explotación flagrante de sus miembros, de sus mujeres o de sus etnias. Pero los estados democráticos tienen otros problemas y necesariamente tiene que manifestarse a través de las leyes que usualmente se votan en parlamentos sobre aspectos delicados de la ética individual, pongo por caso al aborto.

El aborto es un tema controvertido pero nadie estará en contra de que contiene aspectos morales, no solamente morales, sino también sanitarios y sociales. Hay dos posiciones claramente enfrentadas desde el punto de vista moral sobre el aborto y ninguna de ellas es válida,  y no lo son porque ambas tratan el problema como un asunto moral cuando en realidad es un asunto ético. Y decir que tratan el problema como un asunto moral es dividir el mundo entre nosotros-ellos y ellos siempre están equivocados, por eso moralizar es sobre todo moralizar contra alguien. Lo lógico seria considerar al aborto como una cuestión ética que no obliga a nadie a llevarlo a cabo. El problema es que ambas facciones pretenden convencer al contrincante de que tienen razón acusándole al mismo tiempo de «ser un crimen» por una parte o de «ser un derecho de la mujer» por el otro. El aborto ni es un crimen ni es un derecho de la mujer, pues los derechos se otorgan no nacen con el individuo y el que lo otorga es el Estado.

El problema es que el Estado está formado por instituciones perennes pero también por gobernantes que poseen planes políticos concretos y que tienen que pactar con unos grupos o con otros. En nuestro país por ejemplo, el gobierno actual ha pactado con una serie de lobbyes partidarios del aborto y del feminismo. Podríamos decir que ha subcontratado ciertas ideologías que le resultan provechosas electoralmente, sobre todo desde que determinados grupos han comprendido que su influencia política puede aumentar cuando se presentan como gremios, es decir como grupos. Lo importante es retener que no es el Estado el que legisla puntualmente una ley u otra sino cierto gobierno y que esa ley puede ser depuesta cuando las fuerzas políticas cambien, aunque lo cierto es que las leyes promulgadas no suelen ser cambiadas y no lo son porque el Estado ha de dar la impresión o al menos aparentar de que es un Estado jurídicamente fiable de lo contrario nadie invertiría en él. El Estado ha de presentarse como una continuidad y no como una entidad con fisuras y discontinuidades, más allá de las guerras o calamidades severas.

De manera que la introducción del Estado en la lógica dialéctica entre moral y ética, o grupo-individuo parece que ha sido benéfica en algunos aspectos pero sigue enredada en otros a los que no ha sabido dar respuesta como garante de ese equilibrio entre lo individual y lo grupal. Es por eso que algunos Estados como Suiza hacen referendums para saber qué opinan sus ciudadanos mientras que otros se ocupan de -mediante la propaganda- influir en la opinión publica de sus ciudadanos y decidir sin consultarles.

De manera que los individuos comunes hoy tienen dos conflictos paralelos: de una parte quizá no estén de acuerdo con el sujeto jurídico que tendría que liquidar sus problemas ¿Puede el estado prohibir que salgamos a la calle como está sucediendo en este momento a causa del coronavirus? Este dilema solo puede ser pensado de forma ética individual mientras que al mismo tiempo puede suceder que un miembro de mi grupo de vecinos me condene al ostracismo por ser medico y sospechar que soy un vehículo de la infección.

Y por eso el individuo inventó tres estrategias igualmente nefastas para la salud mental de unos u otros: el engaño, la transgresión y la moralización.