El doping moral (XVII)

Lo que el mundo necesita es una píldora antiterritorial (Arthur Koestler)

A lo largo de mi vida profesional he visto y atendido cientos -por no decir miles- de episodios depresivos. Los he visto en entornos rurales (fui médico de pueblo), en el Hospital, en un ambulatorio de cuando se llamaba medicina general a aquella practica, en urgencias, en la consulta privada y en interconsulta (consulta de otros servicios). He llegado a ciertas conclusiones – siempre provisionales a la espera de más reflexiones- que en parte están ya esbozadas en el ultimo post de esta serie que titulé «Depresiones como si».

Mi opinión es que existen varios tipos clínicos de depresión, tal y como la psiquiatría ya había contemplado y descrito hasta la saciedad. Pero mi impresión es que la clínica se ha revelado insuficiente -no ya para comprender las distintas causas de depresión- sino que se ha revelado incapaz de prevenirlas. He reflexionado mucho sobre esta cuestión, y el lector deberá darme la confianza cuando afirme que la mayor parte de las depresiones se deben a conflictos interpersonales donde lo moral parece ser insuficiente para contener ciertas emociones y sentimientos que desviados de su eje dan como resultado una distorsión del afecto, que se manifiesta como depresión en la jerga clínica.

Es de hacer notar que los depresivos son los perdedores o los que se consideran perdedores en los repartos de las prebendas en la vida, repartos bien objetivados en las herencias o en otros atributos simbólicos que no son de suma cero, pues en ausencia de criterio moral los beneficios se los lleva todos el ganador como dice la canción de Abba , así las herencias y sus disputas o los divorcios y sus conflictos económicos componen buena parte de las depresiones. También los despidos, el paro, las injusticias sentidas, las sobrecargas en la crianza o la vida en común, o la perdida del sentimiento de territorialidad tal y como le sucedió a la Sra Turvey conforman buena parte de las depresiones que vemos en la clínica.

En ausencia de un criterio moral, somos víctimas de nuestras emociones más devastadoras, la cólera, la envidia (ver el caso de la Sra Turvey), la culpa, la angustia o el deseo de venganza, todo ello disfrazado por la apatía, la pena, la agitación, el insomnio, la perdida de apetito, la lentitud o la incapacidad de disfrutar. Todo parece indicar que solo somos capaces de vislumbrar dos Fundamentos para la moralidad, uno es el religioso (y de ahí la culpa) y otro que es autonomo y que depende de nuestra subjetividad, de nuestros intereses y al que consideramos el representante laico del fundamento.

Cual es el origen de lo moral.-

La mayor parte de nosotros estamos convencidos de que la moral tiene un origen religioso, pero esta idea ignora que la moralidad tiene un origen psicoevolutivo, es decir algo que acompaña al humano en su deriva evolucionista. Mejor oigamos lo que dice F. Medrano que es partidario de prótesis morales para nuestra especie: En este post tenéis más información sobre este asunto de la biopotenciación. Pero el argumentario de los autores del libro que preside este post es el siguiente:

Ingmar Persson y Julian Savulescu han planteado que existe un imperativo urgente para reforzar o potenciar el carácter moral de la humanidad. Su planteamiento lo podemos sintetizar en tres puntos:

1- La dotación moral normal de la especie humana (producto de la evolución por selección natural) no es suficiente para desarrollar las disposiciones, motivos y conductas morales que se necesitan para hacer frente a los desafíos a los que nos enfrentamos en el mundo actual y futuro.

2- No se trata por tanto de remediar un “fallo moral” sino de elevar nuestras capacidades morales a un nivel que no ha existido nunca.

3- Se concluye de lo anterior que se necesitan nuevas herramientas para producir elecciones y conductas morales de un nivel mucho más elevado de lo que la evolución por selección natural nos ha donado. Estas herramientas son posibles hoy en día -o lo serán un futuro- por medio de biotecnologías como la ingeniera genética, los psicofármacos, la estimulación magnética transcraneal o la estimulación cerebral profunda (colocación de electrodos en el cerebro). Estamos hablando de neurotecnologías y de refuerzos biomédicos que podrían producir estados mentales que se traducirían en una conducta moral que pensamos que es más adecuada. Esa mejor conducta moral consistiría principalmente en un mayor altruismo y un mayor sentido de la justicia.

“Durante la mayor parte de la historia de la especie humana, los seres humanos han vivido en sociedades comparativamente pequeñas y unidas, con una tecnología primitiva que les permitía afectar sólo a su entorno más inmediato. Su psicología moral se adaptó para que pudieran vivir en estas condiciones. Esta psicología moral es «miope», se limita a la preocupación por las personas del entorno y el futuro inmediato. Pero a través de la ciencia y la tecnología, los seres humanos han cambiado radicalmente sus condiciones de vida, mientras que su psicología moral ha permanecido fundamentalmente igual a lo largo de esta evolución tecnológica y social, que continúa a una velocidad acelerada. El ser humano vive ahora en sociedades con millones de ciudadanos y con una tecnología científica avanzada que le permite ejercer una influencia que se extiende por todo el mundo y muy lejos en el futuro. La avanzada tecnología científica también ha dotado a los seres humanos de armas nucleares y biológicas de destrucción masiva que pueden ser utilizadas por los Estados en guerras por recursos naturales menguantes o por terroristas. Las democracias liberales no pueden superar estos problemas desarrollando tecnología novedosa. Lo que se necesita es una mejora de las disposiciones morales de sus ciudadanos, una extensión de su preocupación moral más allá de un pequeño círculo de conocidos personales, incluyendo los que existen más allá  o en el futuro. La expansión de nuestros poderes de acción como resultado del progreso tecnológico debe equilibrarse con una mejora moral por nuestra parte. De lo contrario, nuestra civilización, argumentamos, está en peligro. Es dudoso que esta mejora moral pueda lograrse por medio de la educación moral tradicional. Por lo tanto, hay muchas razones para explorar las perspectivas de mejora moral por medios biomédicos”.

Parece que Medrano y los autores arriba citados sigue la idea-ficción de Koestler acerca de que podremos mejorar nuestra moral con procedimientos médicos, con una píldora u otras intervenciones pero no se porque me viene a la cabeza la película de Kubrick, aquella de «La naranja mecánica» o el transhumanismo y a Elon Musk con su Neuralink. No estoy de acuerdo con esta idea de una moral mejorada por procedimientos médicos, aunque el lector interesado puede escarbar la investigación que se ha llevado a cabo en este sentido y que puedes encontrar aqui.

Pero lo cierto es que a pesar del progreso que hemos logrado en relación a la tecnología, nuestras condiciones y expectativas de vida y el progreso médico y social no hemos sido capaces de mejorar nuestro registro moral desde que hemos abandonado la religión. El laicismo ha desnudado nuestra posición de relación con algún tipo de fundamento trascendente y somos víctimas de nosotros mismos.

La conclusión a la que he llegado después de observar durante años las razones por la que la gente se deprime es que efectivamente necesitamos una biopotenciación moral para eludir esa serie de conflictos que usualmente se plantean como «o yo o ellos». Más moral y menos Prozac pero con cuidado porque los excesos de moral tienen efectos secundarios.

El aborto como plataforma de entendimiento de lo moral.-

Pongo el ejemplo del aborto para ilustrar cómo los extremos de dos maneras distintas de entender lo moral pueden llevar a la polarización política y social. Es decir, el camino equivocado.

Hay palabras que sólo invocan un significado concreto, otras son ambiguas y evocan simultáneamente varios sentidos. Pero hay palabras que tienen un aura, llevan en sí incrustadas como un halo donde se pegan las buenas y las malas intenciones. una de estas palabras es la palabra «aborto». No existe una palabra más cargada de intencionalidades opuestas como ésta. Aborto es una palabra que evoca la libertad con el propio cuerpo, pero también un dilema moral, una conducta criminal, un abuso eugenésico, el miedo y la culpa, evoca quirófanos y hemorragias clandestinas y al mismo tiempo evoca una sexualidad desbocada y prohibida como también la irresponsabilidad, la ignorancia y la conveniencia. «Aborto» evoca necesidades económicas y miseria, abusos sexuales pero también malformaciones congénitas: errores provocados por el desorden natural y la mano del hombre que corrige los defectos de la vida mediante su dominio del mismo y depositando luego sus hallazgos al menú desplegable de lo posible.

La palabra «aborto» ya he dicho que tiene una especie de halo o aura donde van pegadas sobre todo dos ideas fundamentales, una es la palabra «crimen» y otra es la palabra «libertad». Y las dos palabras vienen pegadas al aura con bastante razón, efectivamente el aborto es la supresión de una vida en ciernes y evidentemente hay casos que aconsejan a la embarazada deshacerse del producto de su gestación por unas u otras razones pero siempre supone una violencia contra el embrión. Estas dos palabras sin embargo no son nada neutrales porque dividen el mundo en dos clases de personas:

  • Los católicos sobre todo, pero no sólo ellos que mantienen el punto de vista de que cualquier vida, aun embrionaria, es una vida que hay que respetar y proteger.
  • Y aquellos que ponen el énfasis en que la madre es la propietaria de su feto (y de su cuerpo) y que por tanto tiene derecho a usarlo a su conveniencia.

En realidad estos dos puntos de vistas confrontados politica, moral y socialmente son puntos de vista extremos y radicales que no representan a la abortadora media que suele ser una mujer con escasos recursos económicos, que vive sola o que lleva una enorme sobrecarga familiar y laboral, que tiene índices de escolarización bajos o que no conoce los metodos anticonceptivos y usa el aborto como medio de control de natalidad (es el caso que más abunda entre las inmigrantes). O bien se trata de adolescentes, de descuidos, de fallos en las medidas anticonceptivas, de estupros aun consentidos o de embarazos extemporáneos o sentidos de una manera tal que impiden a la embarazada planear llevarlo a término. La mayor parte de los abortos pertenecen a este amplio grupo de razones sin contar con aquellos abortos que son en realidad prescripciones médicas tanto en enfermedades mentales que precisan tratamientos muy peligrosos para el feto o las malformaciones que suelen detectarse un poco más tarde en ambientes médicos.

Si el lector sigue los argumentos anteriores caerá en la cuenta de que las razones para abortar pueden clasificarse en tres grandes grupos, las médicas ,las sociales y las de interés personal, pero no aparece por ninguna parte el gran dilema del aborto, es decir su aspecto moral. Significa que la sociedad ha transformado una opción moral en una condición higiénica, de estilo de vida o de militancia politica. ¿Pero donde está el aspecto moral de esa decisión?

Si la moral no es tenida en cuenta es por una razón fundamental ¿en nombre de qué apoyar una decisión como esa? hay muchas razones para el si y muy pocas razones para el no si uno no es un catolico ferviente, ¿por qué un agnóstico o un ateo deberia renunciar a su comodidad u oportunidad y llevar un embarazo adelante en contra de su propio interés?

Es evidente que la moral que tenemos no sirve para orientarnos en un dilema como este y la razón es que estamos enclavados en un concepto de moral determinista. A la moral le pasa lo mismo que a la ciencia: se vendió a un Fundamento externo, la moral a Dios, la ciencia al metodo experimental y seguimos creyendo que si no creemos en Dios todo es moral, lo que hace coincidir la moral con la subjetividad y el emotivismo, asi existen tantas moralidades como sujetos pensantes abrumados por sus propios problemas y que no se plantean la interrupción del embarazo como un dilema moral sino práctico. Se trata de una postura nihilista en el fondo que es paralela a la creencia de que sólo es ciencia aquello que puede medirse a través de ecuaciones, fórmulas y ensayos con animales. Además se da otra circunstancia histórica que no podemos pasar por alto, la moral ha sido usada como imposición de un grupo contra otro, pervirtiendo la verdadera moral que es algo que no puede ser impuesto, de lo contrario deja de ser moral y se convierte en dogma cuando no en condenación o en delito juridico.

Dicho de otra forma la moral es una herramienta individual que no puede ser impuesta pero que necesita un Fundamento: necesitamos saber para qué hemos de ser buenos, por qué es bueno ser bueno.

La decisión de abortar es pues una decisión moral que precisa de un Fundamento distinto a la regla social, a la ciudadania entendida como la norma que hace posible la convivencia o a la culpa individual superviviente de la noción del pecado religioso. En realidad contemplada de ese modo abortar solo resultaria un pecado contra Dios, si el Estado ya no lo considera un delito sólo queda el reducto teista.

Nos hace falta una moral indeterminista, encontrar un Fundamento humanístico que nos aclare el por qué abortar no es algo saludable, ni algo bueno en sí mismo, ni algo que nos hace más libres o menos dependientes de nuestro entorno inmediato, una moral que nos aclare qué relaciones tenemos con nuestro cuerpo y quién es el propietario de ese embrión que pugna por crecer en el vientre de su madre. Y que al mismo tiempo contemple las excepciones de la miseria, la ignorancia o la victimización.

La naturaleza se manifiesta a través del desorden, a través del caos. Tal y como decía David Peat la naturaleza conspira para establecer fluctuaciones en los sucesos individuales. Significa que el universo, todo lo vivo y todo lo inanimado que conocemos de nuestro mundo se encuentra en un movimiento oscilatorio y conectado de una manera u otra y se manifiesta en secuencias de orden y desorden cíclicos. Todo en la naturaleza persigue un fin determinado: la manifestación de ese desorden, es por eso que existen las enfermedades, los tsunamis, los huracanes, las sequías y las inundaciones, la crisis económica, las guerras y los desastres ecológicos, es por eso que existen las cromosomopatías, y es por eso que existe el síndrome de Down.

Parece que a la Totalidad ni a Pandora les gusta que los hombres se inmiscuyan en sus planes y conspira para seguir introduciendo desórdenes, si no le dejan construir trisomías en el par 21 inventará otras cosas indetectables para los médicos. La Totalidad siempre se manifiesta en la parte, de una manera u otra, si no lo consigue con enfermedades nuevas, inventará desgracias, calamidades y desastres ecológicos, crímenes sin sentido o violencia social. El desorden ha de salir por un lugar o por otro.

Visto de esta manera el aborto vuelve a adquirir un sentido de decisión moral pero la disyuntiva no está ya en ser de derechas o de izquierdas sino en sí usted es determinista o indeterminista. 

Y las morales indeterministas conciben el aborto como una desgracia médica, pues nada tiene de agradable someterse a una intervención quirúrgica de ese calibre y por esas razones, por eso han de contemplarse las excepciones médicas y no volver con la pretensión de una moral integrista o una moral mujerista. Ambas están equivocadas. Son morales deterministas.

Referencias:

Steven Goldberg. When Logic and Science are not enough. The question of Abortion. En When Wish replaces thought. Why so much of what you believe is false. Prometheus Books. 1991.

Olivier B, Rasmussen D, Raghoebar M, Mos J. Ethopharmacology: a creative approach to identification and characterisation of novel psychotropics. Drug Metabol Drug Interact 1990; 8: 11-29

El declive del padre

No cabe ninguna duda que que las entidades psiquiátricas han cambiado y no hace falta echar la vista muy atrás en el tiempo para reconocerlo. Yo mismo comencé mi carrera psiquiátrica en los 70 y puedo atestiguar que la psicopatología que entonces veíamos tanto en la calle como en el Hospital era bien diferente a la de hoy. Una psicopatología presidida por las llamadas psicosis extraordinarias o clásicas (esquizofrenia, psicosis maniaco-depresiva y paranoia) y las neurosis mayores: histeria y neurosis obsesiva (TOC).

Estas enfermedades no han desaparecido si bien han disminuido en su intensidad y su gravedad. Hoy es difícil encontrarse con una esquizofrenia hebefrénica o catatónica y prácticamente todas las formas son paranoides y además formas recortadas en su primera fase (trema) que suelen modificar su curso a partir del uso de los antipsicóticos. A aquellos que piensan que estos fármacos son peligrosos o inadecuados les invitaría a darse un paseo por la evolución de estas enfermedades. Hay que recordar que la mayor parte de las esquizofrenias acaban en demencia si la dejamos evolucionar por su cuenta.

No solo los antipsicóticos han propiciado una mayor beniginidad en la presentación de la psicosis sino la mejora del hábitat hospitalario de los enfermos (a lo que contribuyó en gran forma la presencia de los antipsicóticos). Un cambio que también influyó en la mentalidad de los psiquiatras que dejaron de ver al enfermo alienado como un productor de síntomas sin sentido y comenzaron a conversar, tratando con dignidad a los enfermos, prohibiendo los castigos físicos y privilegiando el alta precoz, evitando así el hospitalismo.

Pero un poco después, ya en los 80-90 comenzaron a aparecer enfermedades «nuevas» y si pongo la palabra nuevas entre comillas es porque algunas de ellas ya se conocían con anterioridad si bien eran extrañas y raras. Lo nuevo venia del hecho de que se hicieron muy prevalentes, es decir son hoy muy frecuentes entre la población general, me refiero a la agorafobia y el trastorno de pánico, los trastornos alimentarios, la fibromialgia, los trastornos de personalidad (con un mención especial para el TLP) o las adicciones a drogas.

Este nuevo grupo de enfermedades encajan mal con todas las nosologías, no son neurosis, ni psicosis, ni parafilias (perversiones). Algunos autores como el valenciano Marco Merenciano han propuesto considerar a algunas de ellas -como los trastornos de personalidad- como psicosis mitigadas (psicosis mitis) o ambulatorias. Clásicamente también se ha considerado la posibilidad de que se tratara de «locuras razonantes» (Serieux y Capgras) y otros autores hablan de «locuras ordinarias».

Las psicosis ordinarias.-

La psicosis ordinaria es una propuesta de definición clínica de Jacques-Alain Miller, psicoanalista lacanianao que de alguna manera se opone a la consideración de una nueva estructura que de cabida a estas psicosis con «síntomas nuevos» que de alguna manera recuerdan la idea de una psicosis adaptada a nuestro tiempo, una especie de psicosis domesticada. Para Miller la idea de que el TLP por ejemplo no es más que una entidad a medio camino entre la neurosis y la psicosis es un error. Hay que recordar que los psicoanalistas lacanianos son estructuralistas , es decir piensan y balizan la realidad psiquica según tres estructuras: la neurótica, la psicótica y la perversa. Las nuevas entidades son de alguna manera subversivas para este tipo de pensamiento, poniendo patas arriba las clasificaciones, algo así como una rebelión de las entidades.

A la hora de intentar precisar a qué puede responder la categoría de psicosis ordinaria, tenemos que partir de las preguntas más básicas. Por ejemplo, ¿cómo encuadraríamos a un sujeto que ha desencadenado una psicosis antes del desencadenamiento? En una perspectiva discontinua, como la que representan las estructuras clínicas freudianas, no nos quedaría otra posibilidad que pensarlo como psicótico, con los matices que se quieran añadir (como podría ser el de que se trataba de una psicosis no desencadenada o de una psicosis latente).

Pero, ¿y aquellos que no se desencadenan nunca? Desde una perspectiva estructural (lacaniana) solo quedaría pensar que han tenido la fortuna de que ninguna contingencia vital los habría confrontado a la particularidad que reviste para ese sujeto la forclusión del nombre del padre.  Es decir de un acceso limitado al orden simbólico.

Es posible que la psicosis sea más frecuente de lo que pensamos. Considero que estamos hablando de una clínica que, al menos en su expresión formal, podemos reconocer todos, y cuyas manifestaciones no responden a la lógica de los síntomas neuróticos. En este punto, se impone una pregunta: ¿la psicosis es más frecuente en el momento actual de la civilización? Y si es así, ¿a qué podría deberse este incremento de casos que no podemos encuadrar en la neurosis, pero tampoco presentan los síntomas que definen clásicamente a los trastornos psicóticos, como son los delirios o las alucinaciones?

Edipo y Telémaco.-

Edipo es un héroe trágico que nos impulsa después de una serie de transformaciones inconscientes hacia un tabú: la prohibición del incesto y del parricidio, con todas las prolongaciones semánticas que cuelgan de estas dos prohibiciones clave: la sexualidad ha de estar regulada en eso que llamamos civilización y de esa caída de Edipo podemos concluir los malestares que se derivan de ella que no son otros sino la aparición de clínicas exóticas como las que hemos considerado como psicosis ordinarias.

«Marie-Hélène Brousse, en un artículo titulado “La psicosis ordinaria a la luz de la teoría lacaniana de discurso”, sostiene que el campo de las psicosis parece desarrollarse y modificarse en la actualidad. Lo relaciona con que el declive de la función paterna, del poder del Nombre-del-Padre, va acompañado de la pluralización de su función. Así, sí en las psicosis extraordinarias (de las que el caso Schreber sería un paradigma), el sujeto tiene que encarnar la excepción que falta (Schreber tiene que encarnar la mujer que le falta a Dios), “[…] En la psicosis ordinaria los pacientes no se dedican a encarnar ellos mismos la función de la excepción que falta en la organización simbólica. “Ordinaria” en la psicosis ordinaria significa pues no excepcional, común, banal”.
«Al lugar de la evaporación del padre vienen las normas sociales. Ante el declive de la Ley proliferan las normas, el sentido común (ordinario). Por eso, dice Marie-Hélène Brousse, “Cuando hablamos de psicosis ordinaria se trata de comportamiento supersocial, de sumisión absoluta, metonímica sin duda y no metafórica, a los usos comunes, a la banalidad tal como se define por la mediana de la curva. Las estadísticas no se contemplan ya dentro de marco de la probabilidad, sino con valor de certeza». Marie-Hélène Brousse retoma la proposición de Lacan, “estar loco ya no es un privilegio” para relacionarla con la función de la excepción: “La psicosis ordinaria parece retorcerle el cuello a la psicosis, ser la adaptación de la psicosis a la época en que el Padre, la excepción, ha sido reemplazado por el número. ¿Es la psicosis del número y no del nombre?”
Dicho de otra manera si falta Padre, lo que viene a sustituirlo es una enorme cantidad de normas, fragmentarias y sin un sentido especial que el individuo internaliza mediante la sobresocialización. Eso que llamamos «lo politicamente correcto» es la expresión coloquial de la sobresocialización: un conjunto de normas dictadas por el Estado y la opinión publica que presiona para que seamos buenos siempre en la dirección de los intereses de alguien y no como resultado de una mejor organización social.
Telémaco por el contrario, representa otro tipo de paternidad (en este caso la de Ulises), el padre ausente. Telémaco en este sentido es un huérfano que añora la vuelta de su padre para que ponga orden en Itaca. Podríamos decir que los jóvenes y no tan jóvenes actuales son Telemacos. Edipo agoniza:
“Son sujetos impetuosos, que se sienten siempre víctimas inocentes y les cuesta entender la palabra responsabilidad, que carecen de recursos para disfrutar del goce de la lentitud y de la lujuria de la austeridad, que siempre eligen mal a los amigos y que no conciben proyectos ni  someten el deseo a una dosis dulce de voluntad. A estos males los han llamado “trastornos límites”, porque ni siquiera como diagnóstico se atreven a ocupar un lugar. Viven en las fronteras de todas las enfermedades y están llamados a ser los representantes genuinos del destierro del hombre actual”. (Antonio Colina)
La sobresocialización.-

La sobresocialización está relacionada tanto con la “indefensión aprendida” como con la sobrepoblación y el hacinamiento sociales, aspectos que me parecen relacionados y bien estudiados por el ya famoso experimento conocido como “universo 25” con ratones.

Pero la sobresocialización es algo más que un simple “exceso” cuantitativo de socialización y no puede darse espontáneamente salvo en pocos individuos. Se trata más bien de un tipo especial de socialización dirigido más a lo psicológico que a lo comportamental, razón por la cual es lícito pensar que estamos ante una estrategia cuidadosamente planificada e introducida en la sociedad. Este tipo de estrategias nos remiten más allá de la idea de ingeniería social, a la Escuela de Frankfurt, en la cual se dieron los primeros pasos hacia la reprogramación psicológica del individuo y el control del cambio actitudinal.

La sobresocialización puede definirse entonces como un proceso de re-condicionamiento psicológico que supone una re-educación o re-programación profunda (ya que alcanza el nivel subconsciente) y que implica cambios en la personalidad y la propia naturaleza psíquica del sujeto.

En sus grados más avanzados el individuo sobresocializado se convierte en su propio policía del pensamiento, siempre atento para censurar sus propios pensamientos y emociones. Un ser que ha internalizado hasta tal punto la auto-vigilancia, la culpabilidad y el masoquismo que ha hecho un hábito de la demolición de su propio psiquismo. No es descartable pues que, de forma análoga a la indefensión aprendida, la sobresocialización sea un síndrome inducido.

Es cierto que esto era posible antes y se encontraban estas características en ciertos individuos que padecían de una personalidad débil, normalmente debido a una historia personal problemática que no les permitía el desarrollo completo de su individualidad. Lo que llama atención es su actual generalización en la sociedad: el ciudadano de personalidad débil ya no es la excepción sino la regla.

Si la sobresocialización supone un proceso de despojamiento y deconstrucción del sujeto, o más exactamente de su psiquismo, lo que estamos aquí exponiendo es la aplicación a escala social de técnicas de desestructuración del yo y la personalidad propias de las sectas. No creemos exagerar por tanto cuando decimos que se está implementando a una escala masiva y sin precedentes un proceso paulatino de descalificación y pérdida de poder de los sujetos así como de quebrantamiento de su personalidad, y que este proceso guarda evidentes paralelismos con el conocido síndrome de indefensión aprendida.

Y también con las psicosis.

En otro post trataré de dar algunas pistas sobre cómo reconocer estas psicosis ordinarias.

Bibliografía.-

Brousse, M.-H. “La psicosis ordinaria a la luz de la teoría lacaniana de discurso”, en Freudiana nº 76, 2016, pp. 99-112.

¿Por qué los enfermos mentales no quieren curarse?

Se trata de un fenómeno bien conocido por los terapeutas: los enfermos mentales o bien desconocen su enfermedad, o bien la minimizan, o la niegan de forma frontal. Más allá de eso, aquellos que son sometidos a cualquier forma de terapia presentan toda clase de estratagemas para hacerla fracasar, o bien resistencias al cambio de las que ya Freud habló en el siglo pasado.

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