Más allá de una ética superyoica


Aquellos de mis lectores que leyeron el post anterior recordarán que en la metáfora óptica iluminada por el mito de la caverna, había un muro, un tabique o mampara detrás del prisionero (P) y que esa mampara era la que desdibujaba los objetos proyectados por la luz de la hoguera (H). Quedamos en que esa mampara era el Superyó o la Censura onírica.

¿Qué es el Superyó?

Freud al describir la segunda tópica divide el psiquismo humano en tres partes: el Ello, el Yo y el Superyó. Siendo el Superyó la parte moral del individuo, la estructura que contiene las prohibiciones, pero también la parte punitiva, es decir los castigos de las conductas indici¡vicuales. Usualmente llamamos culpa a este tipo de puniciones, aunque probablemente muchos malestares corporales de deben a la punición inconsciente que el Superyó lleva a cabo en nuestro cuerpo., pues una parte del Superyó es inconsciente mientras que otra parte es consciente y contiene valores (ideales) como los que están presentes en la tabla virtuosa siguiente:

El Superyó podríamos pensarlo como una estructura que dice «No», mientras que el Ello y el Yo ideal es una estructura que siempre dice «Si» mientras el Ideal del Yo contiene ideales y vuelve a decir «Si». El Yo ha de mediar entre ambas y proponer una solución.

Esa estructura que llamamos Superyó contiene a su vez dos subestructuras:

El Yo ideal es el Yo al servicio del Ello, es decir de los instintos-pulsiones. Es una delegación que el narcisismo abre en en el Superyó, una especie de franquicia y que más abajo explicaré. En el extremo es el Superyó del psicópata: es bueno lo que para mi es bueno, es bueno lo que me proporciona placer. En el centro: es bueno lo que todo el mundo piensa que es bueno, hay que ser como los demás creen que hemos de ser. La falacia moral que muchos usamos en nuestra vida moral  es un buen ejemplo de ello: “Es bueno que sea así luego es así”.

La falacia moralista es una buena apoyatura de esta instancia psíquica que efectivamente es moral aunque enfocada hacia nuestros intereses.  Y a la mayor parte de las personas les gusta sentir que son buenos e incluso se ha hablado de exhibicionismo moral, es por eso que los dictámenes de la mayoría social se siguen sin crítica. Es verdad porque es bueno que así sea.

El Ideal del Yo, por el contrario es la parte punitiva del Superyó, es la que nos castiga cuando nos desviamos de la norma introyectada, la responsable de la culpa y del remordimiento. Cuando hacemos algo que sabemos “malo” o no damos la talla que nos exigimos nos castiga de una u otra forma: con ideas culpables o con malestares corporales, con caidas intempestivas o con accidentes. “Es bueno que sea así porque ciertas coerciones son necesarias para la vida”.

El Ideal del Yo es el representante de la primera instancia punitiva que conocimos en nuestra infancia, representante de la madre o del padre y de sus normas y castigos. Más abajo hablaré de cómo nos identificamos con esa instancia dependiendo de nuestras figuras parentales y de los mecanismos que usamos para defendernos de sus embates. El Ideal del Yo, junto con la empatía es un potente inhibidor de la agresión.

Lo importante es comprender que mientras el Yo Ideal sigue el rastro del principio del placer (ser bueno por el placer y las ventajas de serlo), el Ideal del Yo es una instancia antiinstintiva que censura y castiga ese mismo placer. Mientras que el Yo ideal es una fuerza pro-narcisista el Ideal del Yo es profundamente anti-narcisista y se opone a la grandiosidad del Yo tan típica en ellos. Es por así decir su antítesis, la pócima anti-narcisista por naturaleza.

Entendiendo el Yo ideal.-

El Yo ideal es un resto narcisista insertado en el Superyó, pero ¿qué significa ser un resto narcisista y sobre todo que relaciones guarda con el Ideal del Yo y con el Superyó completo?

Para entender este concepto es necesario comprender algo sobre el deseo y sobre Eros, es decir sobre el amor. Una persona puede amar simplemente por el hecho de que necesita ser amado. Muchos actos de generosidad aparente esconden en realidad un resto narcisista negado: la necesidad de ser amado, admitido, o admirado. Pensemos en la palabra hemofilia. En realidad todas las palabras que llevan el sufijo «filia» están hablando del amor, pero de un tipo especial del amor. Hemofilia significa «amor por la sangre», pero en realidad el hemofíilico necesita de la sangre. Es un amor, por así decir interesado. Eros necesita ser amado, no olvidemos su origen como hijo de Poros y Penia.

El Yo ideal es el disfraz con el que se nos presenta el deseo con su versión más moral.

Para entender esta cuestión pondré dos ejemplos, el amor de la madre y el amor a los animales.

No cabe duda de que las madres quieren a sus hijos porque son suyos. Se trata de un nepotismo que nos viene de serie como buenos mamíferos que somos. El vínculo que se establece entre madre-hijo es una magnifica ventana para observar el narcisismo de la madre en bruto. Pero en este caso estoy hablando de un tipo de narcisismo muy especial, el narcisismo guardián de la vida, pues el narcisismo no es siempre una estructura neurótica o maligna, sino que evolutivamente tiene su fundamento en el hecho de que todos los recién nacidos por su condición de déficit no podrían sobrevivir sin los cuidados de la madre. Esos cuidados que la madre opera sobre su bebé no son actos morales en absoluto: ser una buena madre no tiene nada que ver con la ética, se trata de una necesidad vinculada con ese mismo narcisismo que se despliega renunciando (paradójicamente) a su propio bienestar, una especie de reflexión (una doble flexión) sobre el propio bienestar. Es un sacrificio que no se siente como sacrificio (aunque lo es) porque el cerebro de la madre ha sufrido un torrente hormonal que le induce a cuidar de su hijo, como quisiera ser cuidada ella misma. Como necesita ser cuidada.

Con eso no quiero decir que una mujer no pueda querer a un niño que no sea el suyo. Lo hacen por contigüidad. Todas las mujeres están diseñadas para el cuidado de bebés y para amar a aquel que es suyo más que al resto de los humanos. Hay en eso un mandato antidemocrático: «amarás a los tuyos mucho más que al resto de los humanos».

Así deben ser las cosas durante el primer año de vida al menos, que es el periodo en que los bebés desarrollan la primera parte de su neurogénesis y de sus habilidades motóricas y cognitivas, pero este tipo de narcisismo debe cesar y transformarse en otro tipo de vinculo que pondrá a prueba a la madre durante toda su vida (de ahí la doble flexión). Ese cordón umbilical ha de ser cortado gradualmente para que el niño acabe independizándose del todo de ella. «te quiero tanto que he de dejarte partir», es la contrapartida anti-narcisista y que responde a una ética anti-superyoica de la que hablaré más abajo. El niño ha de dejar de ser una prolongación de su madre pronto a tarde, usualmente cuando comience a estar interesado en otros objetos de amor.

De manera que no hay buenas o malas madres porque ser madre no es un precepto moral sino narcisista. Sencillamente hay mujeres que no pueden hacer esta flexión porque el nacimiento de su bebé les pone enfrente de algo muy incómodo: su propia falta de amor que no recibieron cuando eran bebés y que por tanto vuelve a aparecer desde fuera: a través del hijo.

Otro ejemplo que quería poner es el del amor a los animales. Es obvio que los animales son dignos de un buen trato y que el maltrato de animales es una lacra contra la que hay que manifestar nuestra repulsa. El problema está en definir qué es y qué no es maltrato, algo que varía con respecto a las culturas. En la nuestra, no somos budistas ni creemos en la reencarnación por lo tanto no tenemos ningún prejuicio en eliminar insectos molestos en nuestros domicilios, en los cultivos y en entornos humanos, asi como ratas y otras alimañas.

Muchas personas hacen de esa pulsión: el amor a los animales, un acto moral, una flexión y reivindican para los que no piensan como ellos el mayor castigo. Son esas personas que apedrean a los mozos que pretenden encerrar toros y no parecen captar la contradicción entre su pulsión moral animalista y el derecho de las personas a pensar de otra manera. Y no caen en esa contradicción porque han convertido su pulsión (el amor por los animales) en una pulsión narcisista que les hace sentir mejores. Son como supremacistas morales y por tanto encuentran derecho a manifestar su agresividad frente a los que no operan del mismo modo.

Pero defender los derechos de los animales no es un acto moral aunque lo parezca, es una forma de mostrar cierto exhibicionismo moral. Es muy discutible que los animales tengan derechos. Entre ellos y nosotros se abre una grieta: un conflicto de intereses. Un Superyó normal por si mismo se encargará de no maltratarles, un Superyó infiltrado por un Yo ideal narcisista se encargará de defender supuestos derechos.

Hacia una ética antisuperyoica.-

El Superyó y los ideales son muy poco de fiar, no solo porque contiene prescripciones imposibles de cumplir, y en otras ocasiones prescripciones injustas, sino también y como hemos visto es un buen disfraz para ocultar pulsiones narcisistas.

No cabe duda de que la gracilización de las creencias corre pareja a la gracilización morfológica y está emparentada con el tema de la moralización. No hay moralización sin efectos secundarios, todos los preceptos morales tienen algún inconveniente (Diderot) y muchas veces incluso pueden llegar a los extremos de la patologización de las conductas. Existen victimas de la moralización.

Es por eso que algunos autores proponen una moral que vaya más allá del Superyó aun admitiendo a trámite las virtudes que se encuentran inscritas en su Fundamento, Algo así sucedió con Kant y su imperativo categórico que en realidad es una sustitución de la vieja metafísica por la ética. Y esa es precisamente la función del psicoanálisis, un discurso que trata de a-moralizar, no para volver al viejo Fundamento teológico (hemos de ser buenos por amor a Dios o para no condenarnos en infierno). Hemos de ser buenos porque hemos superado nuestro narcisismo.

Todo lo cual tiene implicaciones políticas, jurídicas y sociales muy importantes.

¿Es posible una ética más allá del Superyó?

Bibliografía.-

Marinás, J.M: El contexto ético y politico del psicoanalisis en «Lo politico y el psicoanálisis: el reverso del vinculo». Madrid 2009.