Capricho, deseo y pulsión


dorian

Aquellos de ustedes que leyeron el post anterior donde analizaba la respuesta sexual femenina habrán entendido ya las diferencias fundamentales que existen entre hombres y mujeres en su negociación con el deseo sexual.

Convinimos que en la mujer habia una especie de escisión entre el deseo y la respuesta fisiológica (medida a través de la lubrificación vaginal), hasta tal punto que en las mujeres podia haber un verdadero divorcio entre el deseo mental y el deseo vaginal, si es que se me permite la metáfora.

El primer problema que se planteaba y que ya anunciaba en aquella entrada era ¿cómo explicar tal disociación?.

Siguiendo las ideas de Meredith Chivers y de Marta Meana podemos explicarnos parte de esta cuestión, de la una sus planteamientos evolucionistas y de la otra su planteamiento de un narcisismo primario en la mujer que haría que en ella orgasmo y deseo-del-otro fueran la misma cosa. La mujer buscaría ser deseada con independencia de su propio deseo y con independencia de su propio orgasmo.

El problema pues se plantea en la conceptualización de qué es el deseo.

¿Qué es el deseo?.-

El deseo es una busqueda de completud, a través del cual intentamos adquirir aquello que nos falta. Lo interesante de esta conceptualización es que es precisamente a través del sexo como adquirimos conciencia de esa falta, pues el acto sexual no es sólo la propia satisfacción sino la satisfacción del otro.

Y la satisfacción del otro al sacar afuera de nuestro cuerpo nuestro propio goce lo deja a merced del otro, por eso decimos -en clave psicoanalítica- que estamos castrados, pues esa «falta» que nos falta es precisamente el eje de torsión de nuestro deseo, una falta fundacional que nunca llega a completarse y que nos lleva inmediatamente después hacia otro deseo, que a su vez una vez cumplido se dispersa para dar lugar más adelante a otro deseo, a la repetición de lo mismo.

Y es por eso que en el sexo es imposible acceder al otro, solo podemos rozar su superficie, a través de unos momentos de plenitud adquirimos la conciencia de unidad para ser socavada instantes depués a través de un periodo refractario que nos devuelve hacia nuestra propia incompletud.

Pero hay más, porque el deseo es la parte consciente de la pulsión:

¿Qué es la pulsión?

La pulsión es el conatum spinoziano, el instinto si queremos llamarle asi, en realidad es la energía que carga las pilas del deseo. Pero  toda pulsión es parcial tal y como decía Freud:

«Se designan con éste término los elementos últimos a los que llega el psicoanálisis en el análisis de la sexualidad. Cada uno de estos elementos viene especificado por una fuente (por ejemplo, pulsión oral, pulsión anal) y un fin (por ejemplo, pulsión de ver, pulsión de apoderamiento). La palabra «parcial» no significa solamente que las pulsiones parciales constituyan especies pertenecientes a la clase de la pulsión sexual en general; debe tomarse sobre todo en un sentido genético y estructural: las pulsiones parciales funcionan al principio independientemente y tienden a unirse en las diferentes organizaciones libidinales».

Dicho de otro modo: las pulsiones no son estructuras destinadas a fines sexuales o de supervivencia sin más -tal y como hoy se conceptualizan a través del fitness-, sino huellas filogenéticas de nuestros sentidos despojadas de un fin determinado, sueltas por asi decir y aisladas de su finalidad reproductiva o de supervivencia. La pulsión es la gasolina a la que debe asomarse cualquier deseo a fin de adquirir viabilidad dentro de la categoría en que los deseos se manifiestan: a través de la simbolización que es una forma de hablar de la domesticación de la pulsión.

Toda pulsión es de hecho perversa, entendiendo como perversa a toda aquella desviación de los fines reproductivos y de preservación. La pulsión es parafílica, o sea parcial y destinada a reproducir la escena original.

El deseo en este sentido es una función que tiene costos de mantenimiento, ha de vérselas con las convenciones sociales,  y con el principio de la realidad, tambien con las leyes del lenguaje, pero tambien hay un trabajo interno de dar forma -simbolizar- a la pulsión sin escindirse o alejarse del todo de ella.

Tomemos por ejemplo una pulsión cualquiera, la pulsión escoptoscópica, la pulsión de mirar.

Mirar es una pulsión parcial que puede estar relacionada con el sexo o no. Mirar no es sólo ver, sino que tiene acepciones bien distintas: mirar es contemplar en su polo activo pero también es ser-visto (o contemplado) en su polo pasivo.

Pero hay más acepciones del mirar, porque uno puede ser capturado (fascinado) por aquello que mira como por ejemplo sucede en el sindrome de Stendhal. Un fenómeno de captura icónica, algo muy parecido a  lo que sucede en la hipnosis.

Lo interesante del mirar es que el deseo sexual de los hombres se dispara con aferencias visuales, se trata de un hecho bien conocido, los hombres nos excitamos más por lo que vemos mientras que las mujeres parecen excitarse más por exponerse a la mirada del otro y rotular como lujuria deseante la mirada de ese otro.

De lo que se trata es de capturar un anhelo y naturalmente identificarse con él, esos son precisamente los mimbres que sostienen el deseo-del-deseo femenino.

Vale la pena recordar a Oscar Wilde y su «Retrato de Dorian Gray» para entender mejor estos conceptos:

El retrato de Dorian Grey es una novela escrita por Oscar Wilde que aborda el dilema faústico del envejecimiento y del deseo de algunas personas de conservarse siempre jóvenes, atractivos y bellos. Se trata de un verdadero tratado sobre el narcisismo que ningun psicólogo deberia dejar de leer. El asunto es que Basile un cínico pintor -alter ego de Oscar Wilde en la ficción- se siente atraido hacia el joven Dorian y hace un retrato de él. Pero la fascinación creativa de Basile acaba contagiándose al propio Dorian quien queda atrapado por la belleza del cuadro. Lo interesante de este juego de espejos es que el propio Dorian no habia reparado nunca en su propia belleza, y es sólo a  través de la mirada del otro que adquiere tal conocimiento. Dorian llega a obsesionarse de tal modo con su imagen que explicita el deseo de cambiarse por ella y es asi como en una especie de sortilegio faústico Dorian se convierte en el cuadro y el cuadro en Dorian.

¿Qué es el capricho?

El capricho es el deseo de los que no tienen deseo, bien por defectos de simbolización o bien porque aun no han sido capaces de construir un deseo diferenciado de los otros. Dado que la pulsion sigue ejerciendo sus efectos con independencia del trabajo simbólico de cada cual, el caprichoso es en realidad un sujeto capturado por sus pulsiones.

Y dado que las pulsiones son por definición verbos (infinitivos y reflexivos), son conductas que nos impulsan en pos de algo, el caprichoso se enfrenta a lo real sin un orden -sin el toldo protector- de ese trabajo necesario para todos que es domesticar la pulsión y negociar con la realidad las condiciones del deseo.

Y discriminar lo inalcanzable de lo posible.

Pondré un ejemplo sexual sobre este trabajo de alienación entre pulsión-deseo y realidad.

Y pondré una pulsión muy humana y conveniente ahora: poseer.

Poseer es una pulsión, nótese que no dice que se desea poseer, solo existe de modo parcial, y que nos impulsa en persecución de algo (placentero o no). ¿Poseer qué? ¿Qué se posee en el coito?

Aunque en el lenguaje coloquial copular es para un hombre una forma de poseer a la mujer, en realidad se trata de una ilusión: nadie posee a nadie ni con el acto sexual ni con devorar a su pareja. No hay manera real de poseer a nadie. La mujer por su parte puede decir que es poseida o que posee (o retiene) el semen de su amante, pero en realidad tampoco posee nada de valor como se posee un objeto cualquiera. Y la reproducción es en parte testigo y consecuencia de este juego ilusorio.

Nadie posee a nadie pero todos jugamos la baza de que sí lo hacemos pero en realidad nuestro deseo está destinado al fracaso. Y por eso repetimos. Y nos desengañamos.

Pero ¿qué sucede en aquellas personas que no son capaces de darse cuenta de esta imposibilidad?

¿Podría poseer a alguién comiéndomelo o matándolo o secuestrándolo y teniendolo/a a mi merced?

Creo que estos ejemplos sirven para entender ciertas conductas donde el orden simbólico se ha descolgado del nudo de nuestro deseo.

Decimos entonces que hemos enloquecido.

3 comentarios en “Capricho, deseo y pulsión

  1. Buenos días Dr Traver. Ud señala :
    «El deseo en este sentido es una función que tiene costos de mantenimiento, ha de vérselas con las convenciones sociales, y con el principio de la realidad, tambien con las leyes del lenguaje, pero tambien hay un trabajo interno de dar forma -simbolizar- a la pulsión sin escindirse o alejarse del todo de ella.

    (…) Y dado que las pulsiones son por definición verbos (infinitivos y reflexivos), son conductas que nos impulsan en pos de algo, el caprichoso se enfrenta a lo real sin un orden -sin el toldo protector- de ese trabajo necesario para todos que es domesticar la pulsión y negociar con la realidad las condiciones del deseo.

    Y discriminar lo inalcanzable de lo posible.»

    ¿Es ésta una de las cosas que quien habita una estructura psicótica se ve impedido de realizar?

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