En el post anterior donde hablaba del contagio de ciertas conductas tuve algunos (pocos) comentarios y todos hacian mención a un hecho curioso: el experimento citado alli parece que venia a replicar -a dar la razón- a lo que ya sabemos de una forma empírica: las conductas se contagian, y lo hacen porque en realidad somos monos que aprendemos fijándonos en lo que hacen los demás, somos monos imitadores.
¿Pero si ya lo sabíamos por qué la ciencia insiste en plantear experimentos más o menos controlados para llegar a las mismas conclusiones?
Pues porque la ciencia no se fia ni un pelo de la experiencia personal, aunque esa experiencia sea consensuada. Al fin y al cabo todos podríamos estar equivocados como se demuestra en nuestra manía por jugar a la loteria, cualquier matemático de primer curso sabe que las probabilidades de que nos toque el gordo son remotas, pero nuestro cerebro no lo percibe así, de otra forma ¿quién jugaria a la lotería?
Este es precisamente el lastre que lleva la ciencia y de ahi su lentitud: su necesidad de demostrar que lo que percibimos es cierto pues la verdad es que nuestro cerebro nos juega malas pasadas y nos engaña constantemente.
Sin embargo hay una cuestión que no quedó resuelta en el experimento de Chistarkis y Fowler y es la pregunta sobre si es más fácil copiar conductas malas, poco saludables o poco recomendables de las otras, las benévolas o aquellas que sirven de ejemplo.
Y entonces me acordé de algo que siempre repetia mi abuela y es que:
«Quien va con un cojo al año cojo y medio».
Se refería mi abuela a la facilidad con que los vicios, las conductas reprobables se contagian a diferencia de las conductas honestas o elevadas, algo que todos podemos comprobar a nuestro alrededor y con nosotros mismos.
¿Existe una facilitación para copiar lo malo?
¿Y si es así por qué sucede tal cosa?
Una conducta es sobre todo información, es decir una noticia sobre algo o alguién que más allá de ella es portadora de sentido y significados, la información es algo que comunica algo sobre alguien, ahora y aqui. De manera que una conducta es algo que contiene no sólo información sobre sí misma sino que lleva colgando información adicional significativa, una plusvalía para un receptor que se encuentre observándola.
Por ejemplo si un profesor fuma delante de un grupo de adolescentes a su cargo, el hecho de fumar contiene mensajes enlatados subliminales como éste:
- «Después de todo no es tan malo fumar fijaros yo soy vuestro profesor y lo hago, mi salud es además excelente».
Naturalmente el fumador no pretende lanzar ese mensaje a sus alumnos, pero es inevitable que lo haga. El fumador se convierte en agente de propaganda del tabaquismo sólo por el hecho de fumar en público, o ante ese grupo de personas concretas y vulnerables que andan codificando el mundo en términos de riesgos y ventajas. Hay algo de la información que va más allá del hecho de fumar, es un mensaje encriptado y en cierto modo incontrolable e involuntario.
Lo curioso es que no todas las conductas poseen el mismo grado de información: hay conductas que informan más que otras, algo que se podria definir de esta manera:
- Cuanto más alejada de su estado de equilibrio se encuentre una conducta determinada más información aportará.
Algo que saben perfectamente los periodistas. ¿Qué es una noticia? Pues aquello que se aleja de la rutina diaria, algo que nos sorprende, que nos hace abrir los oidos, etc. La vida apacible de una persona corriente y común no es noticia pero un crimen en masa si lo es porque se aleja de las condiciones de equilibrio de un sistema cualquiera.
La información es una cuestion de entropía: a mayor entropía menos información y a menor entropía más información.
Es por eso que fumar es una conducta muy contagiosa mientras que las campañas para abandonar el vicio del tabaco tienen poca incidencia en las costumbres de los individuos aun recurriendo al miedo a las enfermedades producidas por el tabaco. ¿Cual es la razón de esta disonancia?
La razón es que fumar es un hábito que se adquiere en un momento de la vida bien distinto al del deseo de abandonar el tabaco, el momento en que se está forjando la identidad y por tanto los listados de cosas peligrosas y mimetizables están en continua ebullición. Fumar contiene mucha información adicional, mientras que dejar de fumar contiene menor información si uno no ha enfermado a su causa. Es por eso que dejar de fumar siempre será mas dificil que comenzar a hacerlo si uno tiene la edad -la ventana plástica abierta- y tiene entre su red social a alguien que quiera emular y que a su vez fume.
Mi abuela tenia razón: determinadas conductas son mas facilmente mimetizables que otras.
Lo que viene a señalar en torno a la idea de que los procesos neurobiológicos que se encuentran en los dos tipos de decisiones mentales son distintos. Fumar y dejar de fumar implican decisiones opuestas y probablemente mecanismos cerebrales distintos.
Joshua Greene es un neurofilósofo, en realidad uno de esos psicólogos de Harvard que se ha especializado en una rama de la psicologia destinada a investigar sobre la decisión, más concretamente sobre las decisiones con sentido moral. Es muy conocido su experimento conocido como el dilema del tranvía (troley problem).
Se trata de dos supuestos, en el primer supuesto (tal y como puede verse en la viñeta de arriba) el individuo tiene que decidir sobre qué hacer: el tranvía amenaza con matar en una via a cinco personas y en la otra a solo una. El individuo puede desviar al tranvia con apretar solo un botón. La alternativa es que muera un individuo para salvar la vida a otros cinco.
¿Qué haria usted?
El 95% de las personas apretarían el botón para sacrificar a un individuo y salvar la vida a los otros cinco.
En el siguiente supuesto la cosa cambia. Ahora ya no se trata de apretar un botón sino de detener al tranvia arrojando sobre los railes de la via a un individuo concreto. El asunto parece el mismo: sacrificar a uno para salvarles la vida a cinco, pero hay una variable critica, no hay botón y el individuo tiene que sacrificar él mismo a un individuo arrojándolo sobre la via.
¿Qué creen ustedes que pasaría?
El 95% de las personas ahora invierten su opinión y dicen que no seria moralmente aceptable salvar la vida a esos cinco individuos arrojando a uno a la vía del tranvía.
Greene concluye que nuestra valoración moral de las cosas depende del grado de cogniciones morales involucradas en una conducta determinada: apretar un botón es algo impersonal que se hace sin que nuestro cerebro tenga demasiadas noticias acerca de sus resultados prácticos, es una acción sin nombres, caras ni apellidos, mientras que arrojar a un tipo a la via del tren es algo personal e involucra cogniciones morales acerca de la persona en cuestión que va a sacrificarse.
Algo asi sucede con el riesgo de fumar tabaco: para fumar el cerebro sólo percibe las ventajas de fumar, mientras que para dejar de fumar el cerebro debe de hacer frente a dos cuestiones: la adicción por un lado y la dimensión del riesgo real para uno mismo por otro. Pero el riesgo real para uno mismo ha de luchar constantemente contra el hábito y contra los mimetismos -condicionamiento clásico- adquiridos sin que sea capaz de visualizar los daños reales del hábito de fumar que siempre se encuentran minimizados por nuestra corteza cerebral tratando de encontrar pretextos como «a mi no me pasará nada», etc.
Dicho de otro modo: la información negativa sobre el vicio de fumar basada en el miedo no puede competir con los beneficios obtenidos por la mimetización del hábito en el pasado y además seguramente se procesan en lugares bien distintos, del mismo modo sucede en el dilema del tranvía de Greene: aunque fácticamente el resultado fuera a ser el mismo, nuestro cerebro que no sabe matemáticas, piensa que se trata de dos supuestos bien diferentes. Las decisiones sobre algo invocan sistemas cerebrales bien diferentes cada uno de los cuales busca su mayor relevancia de contexto.
Todo parece indicar que parte de lo humano es ser irrazonable.
Se me ocurrió pensar en este post y en este final mientras leia esta entrada de Eduardo Robredo sobre el aborto. Efectivamente, si los que legislan sobre el aborto tuvieran que practicarlos ellos mismos es muy posible que los resultados fueran otros. Si a la gente les preguntáramos: ¿Tiene una mujer (o un médico que practica un aborto) ir a la cárcel?, la mayor parte dirian que no, pero si les preguntaran si ellos ayudarian a llevarlo a cabo seguramente la estadística cambiaria de signo tal y como plantea Greene en su dilema del tranvia.
La ventaja que tienen los que legislan es que trabajan con un mando a distancia impersonal en la mano y es por esta misma razón que las leyes debieran proteger a aquellos que no estarían dispuestos a arrojar a la via a nadie ni siquiera para salvar a cinco.
Mi conclusión es que deberia tomarse muy en serio la objección de conciencia de los médicos que asi se declaran.
No es cuestión de moral cristiana sino de disonancia emocional.