Antes de Narciso hubo el autoerotismo, la autosuficiencia erótica alrededor de esos botones y esos ojales que son los orificios: boca, ano, ojos, uretra, oídos y fosas nasales. Allí quedó aprisionada la primera sensación placentera de la que tenemos recuerdo aunque no conciencia. Un resto del Edén al que algunos vuelven atemorizados por las leyes del lenguaje que vivencian como algo aterrador, algo que desmembra el cuerpo y lo pone patas arriba.
Algunos se niegan a nacer, otros a sonreir, algunos a hablar, otros a crecer y los más a envejecer. La historia ontológica del hombre es la crónica de una negativa, de una oposición a algo, una transgresión, una cancelación o una caducidad, hay algo en el lenguaje que resulta insoportable y ese algo es el otro.
Por eso Narciso se pone en lugar del otro inventando una nueva agencia de si mismo, una nueva posición, una nueva tópica, el Ego en oposición al Yo, es el Ego de Narciso el que se opone al Yo, el que le permite refugiarse en un mundo dirigido hacia la autocontemplación, hacia el egocentrismo, vuelto hacia dentro como un guante del revés. Pues en el centro del otro se sitúa precisamente Narciso desengañando a todos aquellos que le convocan al goce fálico. Todas las ninfas del bosque, de las fuentes y de las cavernas serán decepcionadas y rechazadas a pesar de sus encantos, también ellos los sátiros serán evitados pues Narciso no es en esencia homoerótico sino tan solo narcisista, devoto de sí mismo. Y aun no se ha decidido por uno u otro sexo pues él mismo no está sexuado, se mantiene en la ambigüedad que le presta precisamente para ellas ese encanto de lo no accesible pues es la inaccesibilidad el misterio que las ninfas tratan de atrapar a través del coito. O los sátiros a través de la negación de la castración. Ellos y ellas se sitúan como híbridos que son entre los hombres y los dioses y se encuentran a salvo de las leyes del lenguaje pero no permitirán una ofensa de esa naturaleza, para ello cuentan con la inestimable ayuda de la diosa Afrodita diosa del Amor y de la belleza que no consentirá este tipo de desaires en un mortal. El pecado de ellas es mirar lo que no deben como Psiqué o Persefone, como Euridice, el pecado de ellos es desconocer o disimular que el falo está en ellos y que el destino del falo es penetrar la materia hueca de aquellas que no lo poseen y ser asi uno solo como Salmacia y Hermafrodito.
Y mortal es Narciso aunque él no lo sabe y como mortal debe asumir las leyes no escritas de la sexuación que irremediablemente dividen al hombre entre lo que es y lo que le falta, entre lo que es y lo que desaria ser, entre lo que es y lo que el otro piensa que es. Esta disociación esencial, la Spaltung original y condición del hombre hablante no puede silenciarse o borrarse, no puede renegarse de ella al menos sin efectos secundarios.
La muerte de Narciso ahogado mientras contemplaba su propia imagen en el espejo de la laguna es precisamente el castigo proporcional y simbólico que los dioses perpetrarán en su contra, mientras Eco languidece melancólica y queda en nada, sin cuerpo material que sustente a una voz que se limita a repetir lo que los demás declaman, exhibiendo su falta de subjetividad, prisionera del rechazo, mártir de la separación, Narciso se ahoga cuando atraviesa su fantasma que no era un espejo sino el agua: el marco donde se contemplaba.
Desde entonces Narciso es una flor con una corola brillante y roja, los dioses le otorgaron el privilegio de ser contemplado por toda la eternidad. Le otorgaron el goce de la naturaleza después de que él renegara de la cultura, del ser-que-habla y que es hablado por el lenguaje.
Ahora que caigo, Dorian Gray sería otro gran narcísico.
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Pero, si en lugar de un espejo, ponemos tres, tenemos un caleidoscopio. Eso sì, hace falta tambièn un poco de luz, y la mirada. Los tres espejos crean la ilusiòn de infinito.
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Esa es precisamente la ilusión que apresa a Narciso.
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